Hoy marco un camino sinuoso que, ya advierto al lector, no lleva a a ningún lado. No es mi intención dar soluciones y recetas, solo lo invito a que me acompañe en este viaje para, al menos, pasar esta cuarentena un poco lejos del sensacionalismo y el drama. Espero lograrlo. Fragilidad y Covid-19 son los temas. Disfruten.
Hace algunos días, nos preguntábamos si todo este asunto de la pandemia por COVID-19 era previsible o no. Y nos inundaron con data y papers que parecerían demostrar que los políticos no supieron o no quisieron ver esos “warnings” que estaban ahí[1].
No es mi papel ponerme en plan verdugo. No soy juez ni policía y solo el tiempo dirá quién tenía razón o si todos teníamos un poquito de verdad. Pero hay algunas cosas de las que tengo pequeñas y endebles certezas.
Los políticos te dirán que fue un Cisne negro
Todo este bizarro desaguisado me hizo recordar a los Cisnes negros de Nicholas Taleb, de los que hablé hace un tiempo. Es decir, sucesos extremos que son altamente improbables. Como siempre, los políticos se aferran a esa idea de que ellos no sabían lo que iba a suceder. Pero, como ciudadanos, ¿estamos dispuestos a perdonar esta negligencia? No me gusta el uso político que se está haciendo tanto desde la izquierda como de la derecha sobre este tema pero tampoco me escandaliza porque era de esperar. Así es el género humano.
Es de destacar la falta de imaginación desde ambas trincheras. Y escuchamos los mismos eslóganes y chicanas de siempre solo que tuneadas en modo Covid-19:
“Esto es culpa de los recortes”.
“Esto es culpa del 8M”.
“Estamos en manos de un Estado autoritario”.
“Es culpa del neoliberalismo”.
“Es culpa del feminismo”.
Pero más allá de estas frivolidades, considero que cumplir la ley no exime que podamos mantener nuestro espíritu crítico. Por lo tanto…
Sí, critiquemos a nuestros políticos.
Su sueldo también está para eso. Les pagamos para que gobiernen y prevengan catástrofes. No me vale el “yo no sabía”, “nadie me avisó”. Los políticos son servidores públicos y, como bien dijo Andrew Cuomo (gobernador del Estado de New York) en una de sus carismáticas conferencias de prensa (que puedes seguir cada tarde en donde relata de forma concisa y amena el estado de la cuestión), solo les pedimos que hagan su trabajo y si les parece que no están a la altura de las circunstancias es que se han equivocado de profesión. Qué mejor momento para demostrar ese amor al servicio público que éste.
Pero más allá de los dichos del carismático gobernador, algo más está en juego en esta crisis. Y surge una palabra en todas las conversaciones: la fragilidad.
¿Por qué somos tan frágiles?
La fragilidad de un sistema ante un shock se demuestra cuando no resiste y se parte. (Cuomo decía hace unos días: “¿Qué voy a hacer con 400 respiradores cuando necesito 30.000?”. “Elegid vosotros las 26.000 personas que van a morir porque solo habéis mandado 400 respiradores”.)[2]
Y otra vez tengo que citar a Nicholas Taleb que acuñó el término opuesto a la fragilidad: la antifragilidad.
¿Qué es un sistema antifrágil?
Justamente es un sistema que se hace más fuerte ante adversidad. Todos quisiéramos ser antifrágiles en todos los aspectos de nuestra vida y evitar la incertidumbre. Este economista especializado en riesgo justamente apela a poder trabajar bajo condiciones de incertidumbre sin perder la calma.
Y ¿cuál sería el primer paso? Reconocer que no podemos evitar los cisnes negros. No podemos evitar las catástrofes. Y, como bien dice este experto en azar.
SEÑORES, ES MUY POCO LO QUE PODEMOS CONTROLAR.
Por lo tanto, Taleb nos invita a volvernos antifrágiles. Suena lindo. Suena fácil. Es como si, de pronto, nos transformáramos en superhéroes. Y me viene la bronca porque este señor nos está pidiendo cosas hermosas e imposibles.
El autor cita dos ejemplos claros para ilustrar esto en el mundo del trabajo: el del universitario con un mando medio en una empresa y el taxista. El primero tiene “estabilidad”, un sueldo, sus vacaciones y sus horarios. El taxista vive medio estresado, tiene días buenos y malos pero de media los dos ganan parecido. En rigor, todo parece indicar que el primero es más privilegiado que el segundo pero analizando la fragilidad de ambos sistemas, Taleb ve que el primero es mucho más frágil que el segundo. Si viene un shock y despiden al universitario de cargo medio y tiene cincuenta años, le costará mucho reinventarse y posiblemente tenga que bajar su nivel de vida de forma drástica.
Taleb ve que el taxista es antifrágil, tiene más herramientas para sobrevivir porque ha estado expuesto a lo largo de su vida laboral a varios minishocks que, de alguna manera, lo han preparado. Es decir, aquella supuesta estabilidad del universitario es ficticia y solo provoca fragilidad en su mercado de trabajo.
Taleb dice que lo frágil depende en gran medida de la rutina y la estabilidad. Si tu salud o tu trabajo dependen de que nada cambie y de que no haya volatilidad es que algo va mal. Vivirás estresado. Enfermo. Y ese afán de controlar y eliminar la incertidumbre volverá frágil a ese sistema.
Sin embargo, es el fracaso lo que nos hace aprender. Son los accidentes y las catástrofes los que posibilitan los grandes avances de la ciencia. Pero esta idea cruel que plantea Taleb nos deja un poco abatidos.
¿Necesitamos de grandes catástrofes para que avance la humanidad?
De acuerdo a esta premisa de la fragilidad, son los mismos sistemas antifrágiles los que necesitan de la fragilidad de sus individuos. Hay algo perverso en esto. La economía para sobrevivir necesita que los más fuertes ganen. Para ello, los más débiles deben sucumbir. Justamente, esa es la idea subyacente en economía cuando se habla de eficiencia.
Una economía eficiente necesita de individuos frágiles (al menos, eso nos han enseñado en las facultades de Economía).
No tienes que ser bueno. Tienes que ser mejor que el otro. El débil es igual de funcional al sistema que el fuerte[3].
Y yo me pregunto. ¿Realmente una economía eficiente es antifrágil? ¿No está demostrando esta gran pandemia que al final esa moto de la eficiencia que nos quisieron vender no sale a cuenta?
La eficiencia de poder estar en doce horas a más de 10.000 kilómetros.
La eficiencia de tener un paquete en la puerta de mi casa después de haberlo pedido el día anterior.
La eficiencia de tener verdura del otro lado del mundo en la puerta de mi casa.
La eficiencia de poder imprimir un libro en una semana.
La eficiencia de ir a ver un atardecer a la otra punta del planeta.
Parece que ese mundo “eficiente” que todos creíamos robusto se está desmoronando.
En esta línea va Roger Martin, autor de When More is better: Overcoming America’s Obsession With Economic Efficiency. Entrevistado en el Washington Post, nos deja claro algo que ya sospechábamos.
El virus demuestra que la eficiencia nos hace débiles[4]. No solo se aprovecha de los débiles.
Vuelve frágil a toda la economía porque ahora es muy fácil que:
Viajen las personas.
Viajen los objetos.
Viajen los virus.
O capaz no es sensato hablar de un sistema económico antifragil sino de empresas antifragiles. Aquellas que se vienen arriba ante los shocks (un ejemplo de manual podría ser Amazon pero no está del todo claro).
Pero volviendo al Covid-19…
Los sistemas de la salud son todo menos antifrágiles
Parece que esta tragedia viene a desnudar un sistema que ya era frágil antes y capaz no quisimos ver. El sistema de salud (hablo como consumidora, no como proveedora) viene mostrando signos de decadencia tanto en el sector privado como público. Lo sabemos los que vivimos en España y los que vivimos en Argentina o en Estados Unidos.
¿Pero qué ha pasado esta vez para que se paralice todo y entremos en modo panick attack?
No se trata de número de muertos.
La lógica infame de este asunto (y ahí está la verdadera tragedia) es que se si se mueren de a poco, no pasa nada.
El sistema aguanta.
La política aguanta.
Y la economía aguanta.
Y la gente no dramatiza.
Asumiendo esta cuarentena con estoica voluntad por buena parte de la ciudadanía del planeta y a pesar de que todos los días miles de personas mueren en el mundo por causas escandalosamente evitables, ningún político, ni economía, ni país, está dispuesto a pagar el precio por esta minuta infame, sensacionalista y morbosa que estamos viviendo en estos momentos.
¿Los sistemas que dependen de la bondad individual están condenados al fracaso?
Con esto Taleb, que de pronto de experto en azar se transforma en un gurú más cercano a Osho nos invita a dar por sentado que ya lo hemos perdido todo. Esa mentalidad nos ayudará a vivir la vida como una ganancia pura.
Y viendo esto en clave actual, Taleb parece invitarnos a que no nos enojemos por la falta de moral o por la codicia de la gente. El mundo lleva siglos intentando eliminar los vicios de la colmena y parece que no hemos encontrado la manera.
Y además, ¿queremos que alguien se transforme en el santurrón de turno y nos diga que somos moralmente reprochables? ¿No es mejor construir un sistema a prueba de codiciosos y que proteja a los más débiles?
Yo me quedo con esa idea. Sospecho que es de necios hacer depender el bienestar general de las bondades individuales. Eso es una quimera. Un sistema que depende de bondades individuales ES UN SISTEMA FRAGIL.
Pedir bondad es una utopía.
Y le doy la razón a Taleb en eso pero… él también, como todos, tiene su sombra oscura. Ya lo dije cuando escribí sobre El cisne negro. Por eso le respondo: pedir sistemas antifrágiles es una utopía mayor, señor Taleb.
El ruido infame de las noticias
Y cabe preguntarse, si en vez de enojarnos con el mundo no debiéramos pasar esta cuarentena lejos de las pantallas. El que tenga la dicha de trabajar, que lo haga. Y el resto, que inicie una serie de actividades offline que los haga olvidar esta locura mundial que estamos viviendo y que en gran medida se explica por la existencia de Internet y la rapidez con que se difunden las noticias.
Y nos recuerda Taleb:
Hay mucho ruido procedente de los medios de comunicación y su glorificación de lo anecdótico. Gracias a ello vivimos en una realidad virtual separada del mundo real.
Y ese ruido mediático nos aleja de lo importante. De lo que no podemos olvidar. De lo único de lo que no podemos escapar.
Nuestra propia muerte.
Y la de nuestros seres queridos.
Y de la constatación de que ambos hechos son completamente anécdoticos. Porque el individuo, como tal, lo es.
La vieja disputa del interés colectivo y el individual
Perseguimos objetivos individuales y queremos que la manada prospere. ¿O queremos que la manada prospere más allá de los objetivos propios? Y pienso, una vez más, que seguimos haciéndonos las mismas preguntas hace miles años. Y que capaz el error está en querer entenderlo todo. Explicarlo todo. Ponerle una narrativa bonita (o trágica para vender más periódicos). Y Taleb, me vuelve a iluminar, a pesar de su sensacionalismo.
Veo una tensión total entre el hombre y la naturaleza, entre sus respectivas fragilidades. Hemos visto que lo que la naturaleza desea es sobrevivir ella misma como unidad o agregado: no que sobreviva cada especie; a su vez cada especie quiere que sus miembros sean frágiles para que la selección evolutiva tenga lugar.
Suena desolador. El mismo autor confiesa aborrecer sus propias palabras pero hay algo de luz en todo esto. Hace tiempo contaba en su libro Causas naturales de Barbara Ehrenreich (del que hablé en dos oportunidades) que el cuerpo era algo parecido a un campo de batalla en donde a veces las células se vuelven locas.
A la pregunta de por qué la célula se vuelve loca, Barbara responde ¿por qué habría de obedecer? ¿A quién debe obedecer? ¿Por qué debemos suponer que trabajan en un régimen de semiesclavitud? ¿No es un poco egocéntrico pensar que todo el reino animal y celular está al servicio del hombre? ¿Por qué habrían de obedecernos?[5]
Como les decía, puede ser abrumador si piensas que el hombre puede controlarlo todo pero si, al contrario, piensas que casi todo es producto del azar. ¿no es un buen momento para preocuparse solo por lo que podemos controlar?
Como les dije, no doy soluciones. No es mi intención. Tampoco vender recetas mágicas. Mi templo es la duda. Y a veces me encuentro tan mareada que simplemente me dejo arrastrar por la marea. Y me sumerjo en ese mar tan atrayente que es la literatura que me susurra al oído:
Dañaba su visión por mirar el objeto desde demasiado cerca. Quizás alcanzaba a ver uno o dos puntos con singular acuidad, pero procediendo así perdía el conjunto de la cuestión. En el fondo, se trataba de un exceso de profundidad, y la verdad, no siempre está dentro del pozo. (p.360)[6]
Extracto de Los crímenes de la calle Morgue de Edgar Allan Poe
Amén
[1] Puedes leer numerosos informes alertando sobre posibles pandemias como el Reporte anual hecho por epidemiólogos del Global Preparedness Monitoring Board (GPMB) publicado en septiembre de 2019.
[2] Puedes seguir todas las intervenciones del gobernador en su Twitter o en la página del Estado de NY.
[3] Esto lo viví en carne propia cuando estudiaba Economía. Debido a la cantidad de alumnos, la facultad había instalado un sistema de puntos que premiaba a los mejores. A priori, parecía justo. Pero los que tenían más antigüedad en la facultad obtenían puntos y aunque sacaras buenas notas, si alguien tenía un punto más, ya te dejaba a afuera de la cátedra que habías elegido. Por supuesto, las catedras fáciles eran las que más puntos requerían mientras que los se quedaban en el camino solo accedía a las cátedras más duras o incluso se quedaban sin plaza ese semestre. Esto provocaba la competencia entre los alumnos y muy poco sentido del trabajo en equipo. Mis años universitarios fueron lúgubres pero aprendí muchas cosas. Incluso llegué a quedarme fuera un semestre por no reunir los puntos suficientes. Aquellos “fracasos” me hicieron reflexionar sobre este asunto de azar y los momentos de la vida. Y aunque nunca le desearía a nadie mi suerte, mi experiencia la guardo como un tesoro. Me hizo más fuerte y no menguó mis ganas de seguir aprendiendo incluso más que muchos cerebritos que sabían aprobar exámenes pero no tenían muchas inquietudes más allá de sacar buenas notas.
[4] Fuente: “The virus shows that making our companies efficient also made our country weak”. The Washington Post.
[5] Fuente: Ehrenreich, Barbara. Causas naturales. Turner. 2018
[6] Fuente: extracto de Los crímenes de la calle Morgue. Poe, Edgar Allan. Cuentos completos. Edhasa. 2012
Buenísimo, completo. Es el índie de un libro. Felicitaciones
Tampoco para tanto, che.