Me está pasando algo con todo esto de la pandemia y la cuarentena. Sigo haciéndome preguntas pero al mismo tiempo confirmo prejuicios que tenía acerca del ser humano, de las fake news y el Covid-19. Hoy hablamos de democracia, de libertad de expresión y de si, en nombre de la lucha contra el Covid-19, todo vale. ¿El fin justifica los medios?
Cuando hablé de privacidad hace ya un tiempo, puse de manifiesto que no éramos muy racionales a la hora de elegir qué es lo mejor para nosotros. Hablé de sesgos cognitivos que a veces nos llevan a sobredimensionar hechos que no son tan importantes.
Y ya sabemos que la democracia tiene su lado oscuro. Uno de ellos son las fake news. Aquella información que rula magnificando lo malo y generando pánico e intolerancia.
Tabla de contenidos
El que se enoja pierde
Ya sabemos que lo peor que podemos hacer cuando nos llega una información falsa o inexacta, es indignarse o difundirla. Eso es alimentar el monstruo que se alimenta de nuestra indignación. El algoritmo premia al bulo que genera enojo. Lo hace grande. Lo puede hacer inmenso.
Lo hemos vivido hace tiempo por ejemplo, con la cantidad de gente supuestamente progre que se indignaba en redes sociales por las andanzas de VOX. Con su indignación lo único que han hecho es magnificarlo. Lo que hacen es ser altavoces gratuitos al servicio del enemigo.
Lo mismo está pasando ahora con el Covid-19.
Por supuesto, lo último que debemos pedir es censurar todo lo que anda dando vuelta por ahí. Soy una gran defensora de la libertad de expresión. Incluso aunque se defienda una idea antodemocrática[1] no se puede acallar las voces que no nos gustan. Pero podemos hacer algo más útil que apelar a lo jurídico: evaluar nuestro comportamiento ante esos bulos malintencionados. ¿Cómo? Teniendo nuevas herramientas de análisis que nos ayuden a evaluar mejor los riesgos.
Una guía personal para ayudar a la democracia
Por ejemplo, hay algunas preguntas básicas que son interesantes de hacer antes de difundir o recibir una noticia[2]:
- ¿Genera odio la noticia que estoy recibiendo o difundiendo?
- ¿Contribuye a la tolerancia y a la reflexión?
- ¿Inspira malos sentimientos y pensamientos antidemocráticos?
- ¿Contribuye al debate de ideas?
- ¿Ayuda a que la gente sea más vigilante con los políticos?
- ¿Ayuda a que la ciudadanía quiera tomar la justicia por mano propia?
- ¿Ayuda a que el lector quiera leer o informarse más de un asunto?
Como ven mis preguntas no apuntan hacia la veracidad o falsedad de una información. Ese enfoque me parece corto de miras.
Yo no soy juez ni policía ni científico ni epidemiólogo.
Pero aun así, poco importa porque el debate de la falsedad o veracidad de una información es inútil e infinito. ¿No es más interesante ver si esa información dispara discusiones interesantes que puedan sumar a la reflexión?
El conocimiento avanza con preguntas, no con respuestas
En la universidad aprendí diversas teorías económicas. Algunas podían ser consideradas verdaderas y otras falsas. Sin embargo, hay autores a los que recuerdo con verdadero interés, no por las ideas que defendieran sino porque supieron disparar en mí reflexiones interesantes sobre la ciencia económica. Lo mismo aplica a algunos profesores. Lo que nos moviliza es sentir que podemos abrir un camino hacia el conocimiento. ¿Podemos abrir ese camino con respuestas? Pues, no. Lo abrimos con preguntas. ¿Qué me importaba a mí si ese profesor o autor era un marxista, un austríaco o un keynesiano?
El conocimiento avanza a veces no por las respuestas que nos da sino por las preguntas que plantea.
Una información puede ser cierta e incitar al odio y otra puede ser falsa e invitar a la reflexión. Señores, el debate sobre la falsedad y la veracidad sobre cosas incomprobables para el lego, a mi juicio, atrasa muchísimo (a menos que estemos en un Congreso de científicos).
Empobrece la discusión.
La economía conductual como herramienta de análisis democrático
Hace un tiempo me adentré en una rama muy interesante de la economía que se llama economía conductual que se encarga de estudiar esas taras que tenemos a la hora de evaluar una situación. La filosofía experimental está muy hermanada con este asunto ya que se dedica a, mediante experimentos, conocer cómo se comporta el individuo.
La economía conductual nos dice que tenemos varios sesgos cognitivos que a veces nos juegan una mala pasada en la manera en que se propagan los rumores. Para eso quiero destacar tres fenómenos interesantes que rescato de Cass R. Sustain[3] y que creo que se profundizan con las redes sociales:
- Cascadas de información
- Cascadas de conformismo
- Polarización de grupo
Cascadas de información y rumores
Cuando vivimos un trauma, una crisis o un dolor muy profundo es más probable que seamos víctimas de algunos sesgos interesantes. El miedo nos paraliza y tendemos a dar demasiada importancia a las consecuencias malas de un fenómeno (como puede ser enfermar) y desestimar las bajas posibilidades de efectivamente contraer una enfermedad grave.
La mayoría de los rumores están relacionados con asuntos sobre los que la gente no tiene un conocimiento directo (…) y la mayoría de nosotros lo dejamos en manos de la multitud. Cuando más gente lo deja en manos de la multitud, (…) hay un riesgo real de que amplios grupos de gente crean los rumores aunque sean falsos por completo.
A veces la multitud puede ser buena y transmitir valores lindos como cuando llegamos al convencimiento de que la violencia hacia la mujer era algo malo y entonces como sociedad ya casi nadie cuestiona ese hecho. De alguna manera, la cascada informativa[4] jugó a favor de las mujeres y hay muchas cosas que ya no resultan escandalosas como por ejemplo que una pareja conviva antes de casarse. Que la gente se divorcie y se vuelva a casar o, simplemente que no haya que pasar por una iglesia para que una pareja “gane legitimidad”. Ahí juegan las cascadas. No es solo una cuestión de una ley que legitime el hecho: es la sociedad que acepta de manera colectiva prácticas que antes eran repudiadas.
Pero ¿qué es lo que nos pasa ahora?
Es que como seres humanos, somos malísimos evaluando riesgos y, en especial, cuando hablamos de enfermedades. Nos da pánico un virus que, quizás no nos mate, y no somos conscientes de que tenemos más posibilidades de tener un accidente de tránsito y morir o enfermarnos gravemente por causa de la contaminación.
Es decir, damos demasiada importancia a las malas noticias.
Es decir, es probable que hayamos estado cerca de morir muchas veces sin habernos dado cuenta. En ese caso, puede que el exceso de información en realidad no nos haga más sabios.
Pero hay algo más.
Cascadas de conformismo y la tribu
El colegio siempre me ha parecido lo más parecido a la tiranía del grupo. Todo lo individual se castiga. Para pertenecer a la tribu había que evitar destacar y era muy difícil salir de esa dinámica. Por eso en general, tengo aversión a todo lo que es medio gregario. En los grupos las opiniones tienen a hacerse homogéneas.
Algo parecido pasa en las redes sociales y en especial en los grupos en donde hay un conocimiento más o menos cotidiano entre sus integrantes pero no necesariamente confianza.
¿Y qué es lo que sucede?
Que algunos se pliegan a las opiniones de otros en especial cuando no se es un experto. Porque cuando no somos versados en un tema tenemos que seguir al gurú de turno y ahí es cuando cualquier planteamiento alternativo es visto con disgusto e incluso con enfado. Lo vemos en los grupos de WhatsApp con mucho ahínco pero también en otros ámbitos. Es lo más parecido a la tiranía escolar.
¿Peligra la democracia y la libertad de expresión?
Esta cascada de conformismo está llevando a una deriva peligrosa. Hacía poco al General de la Guardia Civil se le escapó decir que le pagaban por controlar las críticas al gobierno. Ante el escándalo por sus declaraciones, tuvo que salir a rectificar diciendo nada menos que… ¡su trabajo era perseguir bulos!(WTF??). Esta frase despertó indignación en una parte de electorado que sigue pensando que, aunque el bulo sea una mentira, no tiene que ser censurado.
Porque en eso consiste la democracia.
Y en esto me reafirmo: la democracia duele porque significa tener que tolerar al que piensa diferente. Incluso hay que tolerar al intolerante. No es fácil pero es el mejor sistema que tenemos.
Contra los bulos y las mentiras nunca se puede atacar con censura sino con más educación y herramientas para detectarlo y hacernos inmunes a ellos.
Las fake news y los virus son de la misma familia
Hay una dinámica curiosa con esto. El bulo muere solo sino lo tocás. Lo dejás solito. No lo movés. No lo agitás. Por eso las redes sociales son tan buenas fortaleciendo noticias falsas. Justamente los mismos enemigos del bulo lo agrandan, dándole trascendencia. Es lo más parecido a un virus. Lo aislás y lo dejás solo y se muere.
Y yo me pregunto en este estado de pánico en el que vivimos ¿quién decide qué es un bulo y qué no lo es? ¿Qué criterios está siguiendo la Guardia Civil? ¿Cómo los combate? ¿Con información o persiguiendo a la gente? Estas son preguntas que hay que saber responder y que la ciudadanía debería exigir.
Pero hay algo peor que las cascadas de conformismo y es esa sensación de que la grieta se agranda entre unos y otros. Los vecinos se miran. Comentan.
«Fulano salió a correr a la hora incorrecta».
«Mengano saca al perro todo el rato.»
«El de más allá no guardó la distancia social.»
«A ese no te acerques porque estuvo con el virus».
Y poco a poco nos sumergimos en el fango de la mediocridad. La conversación se degrada. La vileza se instala entre nosotros.
Polarización de grupo e incitación al odio
A menudo nos pasa que cuando compartimos cierta información con un grupo de amigos con los que estamos de acuerdo, reforzamos nuestros prejuicios. Los expertos estudiaron esto porque se dieron cuenta de que los que tenían una convicción, la afianzaron después de compartirla con la tribu. Esto siempre ha pasado pero las redes sociales exacerban esto hasta la saciedad ya que seguimos a la gente con la que es probable que estemos de acuerdo. De alguna manera, los unos y los otros extremamos nuestras convicciones, algo que puede también poner en peligro la democracia. Cuando hablé de big data, comenté este fenómeno de cómo los algoritmos de recomendación afianzaban nuestros gustos culturales haciéndolos más homogéneos. Pues algo parecido pasa con nuestros pensamientos.
Con esta pandemia del Covid-19, estoy convencida de que la democracia saldrá gravemente herida. Ya por el solo hecho de pasar más tiempo frente a una pantalla somos más vulnerables a la manipulación y a la falta de privacidad en nuestros datos personales.
Perdemos cotas de libertad minuto a minuto y tenemos que pensar que esa vigilancia que ejercen sobre nosotros, LLEGÓ PARA QUEDARSE.
¿Qué mejor momento para colarnos medidas antidemocráticas que en un momento de crisis y pánico? Somos carne de cañón.
Con esto, no estoy cuestionando las medidas sanitarias. Solo estoy remarcando todo lo que estamos perdiendo en el camino y que va a costar recuperar. Seamos conscientes de eso. Y sepamos poner en la balanza todos estos elementos. La cuarentena NUNCA puede ser un cheque en blanco para el gobierno. Aunque apoyemos al gobierno no debemos perder el espíritu vigilante.
Y sepamos también que las noticias falsas se propagan y van a existir siempre (como las suegras, el helado de yogurt, el reggaeton, los quejosos, las patatas bravas). Los invito a no enojarse por eso. La democracia es soportar al diferente. Soltemos nuestro impulso totalitario. Tenemos fake news y Covid-19 para rato.
Centrémonos en lo importante. Ejercitemos la paciencia y la calma. Tengamos espíritu crítico. Salgamos del lugar común. No nos pleguemos a la opinión mayoritaria.
Cuidemos la democracia.
[1] Cuando hablo de “antidemocrático” me refiero a prácticas que, si bien son legales, pueden contribuir a socavar la democracia. Un ejemplo para muchos podría ser la vigilancia y denuncia entre vecinos por la actual cuarentena. Esta práctica a mi juicio es odiosa pero nunca pediría al gobierno que censure a la gente que denuncia a los vecinos.
[2] Esta guía vale para el periodista como para el ciudadano común que está en redes sociales. Ahora todos somos potenciales productores de información.
[3] Fuente: Sustain, Cass R. Rumorología. Penguin Random House Grupo Editorial España, 2011
[4] Para un análisis más profundo sobre las cascadas de información en política y economía, puedes consultar este magnífico paper que ahora está en abierto. Bikhchandani, S., Hirshleifer, D., & Welch, I. (1992). A Theory of Fads, Fashion, Custom, and Cultural Change as Informational Cascades. Journal of Political Economy, 100(5), 992-1026. Retrieved May 1, 2020, from www.jstor.org/stable/2138632
Has planteado bien el problema, pero revisalo hacia atrás. Es un dilema permanente de las sociedades de Occidente. Lo ilustra la frase falaz de Goethe – atribuida a él, pero que es más vieja – que dice «Prefiero la injusticia al desorden». La respuesta es simple: la injusticia es una forma de desorden. Hay que superar esa visión. La pelea por la libertad es permanente y siempre que te vienen con la emergencia, protegerte porque vienen por tus derechos. Es racional ceder espacios de litertad para proteger el interés público, pero el interés público se construye con la suma del interés privado de cada cual. Hay que llevarla por ahpí porque es un momento crítico: los autoritarios exhiben en modelo oriental como la panacea, dictadura más capitalismo. En los ’90 era la admiración a los Tigres Asiáticos, ahora es la admiración a China, Cuba, Venezuela o Rusia. No son modelos para el occidente atlántico-europeo, al que anima (nos anima9 el cumplimiento de las utopías de la libertad,.
Ese es el tema. Te dicen que te están protegiendo. A ver cómo terminamos
Decía Céline que hoy hasta las mentiras son falsas. Las fake más peligrosas bajan autoritariamente desde las usinas del poder, presentándose como verdades inapelables, con respaldo científico, dejándonos la única opción de aceptarlas y obedecer. En mi localidad, de 100.000 habitantes las muertes atribuidas a covid han sido 5, vale decir el 0,005 % de la población. Sin embargo nos asustan con estadísticas de casos sospechosos que finalmente son desestimados, de positivos asintomáticos o con síntomas leves que remiten sin tratamiento. Ahora bien, veamos lo que me ocurrió en las redes. Respecto de Madagascar, que ha roto con la OMS, publico sus datos oficiales y facebook me lo censura como falso, sin decirme cuáles son según ellos los verdaderos. Al mismo tiempo me aparece un post que habla de un millón de contagiados en Yemen, algo absurdo que sin embargo circula sin censura. Los contagiados en esa nación son menos de mil. Todos los día debo ir a configuración y bloquear a uno o dos de esos patrulleros de las redes denominados fact check. No es que la democracia esté en peligro. Si democracia implica autodeterminación y libertad de pensar y expresar nuestros cuestionamientos, está claro que la hemos perdido irremediablemente.
Coincido en que en nombre de la lucha contra un virus estamos perdiendo derechos que nos ha costado ganar. Esperemos que sea momentáneo aunque todo apunta que hay medidas que llegaron para quedarse. Un saludo y gracias por leer y comentar.