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Silvia Zuleta Romano

Sobre el oficio de escribir, el capitalismo y otras hierbas

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La soledad de los escritores

Silvia Zuleta · 28 enero, 2019 · 4 comentarios

Hoy medito sobre la soledad de los escritores y lo importante que es para crear esos momentos de aislamiento. Disfruten.

Tabla de contenidos

  • Escribir es huir de la prisión de la vida
  • La belleza de los extraños
  • El escritor y el silencio de la casa
  • El ruido del entorno social

Escribir es huir de la prisión de la vida

Siempre encuentro que cualquier grupo humano se puede sintetizar entre el mandón y el mandado. Aspiramos a los grises pero estoy segura que cada uno de nosotros nos hemos sentido incómodos en alguno de esos dos roles que la sociedad te obliga a elegir. Pero el problema no radica allí. El asunto está en qué hacemos con aquellos a los que no nos gusta ni mandar ni ser mandados.

Comienzo el año con todo y sigo metida de lleno en el universo del relato corto. Ya les he contado en otras ocasiones que escribir cuentos me conecta con una realidad cotidiana que no me permite la novela. Hay una frase que le oí a Murakami en la entrevista de El País Semanal de ayer que tiene que ver con huir de la prisión de la propia vida. La mía está muy bien pero parte de la gracia de vivirla consiste justamente en esa huida.

¿A dónde se huye?

Pues, a otras vidas. A todas las posibles. Pero no solo eso, el escritor debe huir hacia otras historias de ficción y, en el plano de la realidad, debe huir de la gente y alcanzar algo parecido a la soledad. Por lo menos, es lo que me ocurre a mí.

Me cuesta horrores meterme en un grupo, ser gregaria, pertenecer a un colectivo. Admiro a la gente que lo hace, logran cosas hermosas. Sinergias, ayudas, espíritu de equipo, amor, compañerismo pero siempre pienso que se impone algún tipo de jerarquía que me resulta inquietante. Además, considero que el acto de escribir requiere de ese silencio incómodo que te impulsa a buscar.

La belleza de los extraños

No tengo la menor idea pero hay una ansiedad en la búsqueda que es desgastante y que solo se palía —en parte— sentándose a escribir. Es ese solo acto de soledad y silencio el que logra calmar al escritor.

La casa vacía. Los ruidos de fondo que acompañan ese silencio como los pájaros, el tránsito, el mismo teclado.

Por eso, cuando estoy con mucha gente llego a tener una vaga sensación de ahogo. Como si estuviera metida en un camarote con cuarenta personas y escuchara un barullo constante en mi cabeza. Y tengo recuerdos de ese sentimiento desde muy joven. Disfruto de la gente, no es que no lo haga, pero más como observadora que como participante. En realidad, la condición humana me resulta muy interesante.

Por eso considero vital observar e interactuar con los extraños, lejos del entorno conocido. Hay quien se interesa por los bichos. Por la naturaleza. Por los autos. Yo me intereso por las personas. Sus miradas. Su vestimenta. Su forma de decir las cosas. Sus silencios. Esto cobra aun más interés, si las personas observadas son extrañas.

Las conversaciones de a dos, el murmullo, el susurro entre dos personas. El diálogo con gente que no conoces tiene algo excitante que pasa por dejar de lado la emoción que está en juego cuando hablas con alguien de tu entorno. Digamos que la observación está menos contaminada y puedes llegar al “caracú” de la naturaleza humana. Con un conocido no es posible, al menos, no en la misma medida porque tú eres parte de su mundo y te dejas llevar olvidando tu papel de observador.

Pero señores, quiero dejar algo en claro. Querer la soledad no significa aislarse del mundo. Por lo menos, no en mi caso. Puede resultar confuso pero puedes estar rodeado de gente todo el rato y al mismo tiempo vivir en una burbuja. La burbuja de tu gente. ¿Puedes creer que hay gente incapaz de comer o tomar un café solos en un bar? Al contrario, yo pienso que la soledad te permite conectar con la realidad y con lo que pasa a tu alrededor. Estás más atento a observar a aquellos que no son como vos. Si estás siempre rodeado de los tuyos ¿Cuándo encontrás esos momentos de observación?

El escritor y el silencio de la casa

Pienso que el escritor necesita estar pegado a la tierra. Pero al mismo tiempo, debe buscar ese mirador, ese catalejo para observar como si estuviera lejos. Experimentar de cerca y observar de lejos. Buscar la perspectiva todo el tiempo requiere de la soledad porque si tuviera que ponerme de acuerdo cada vez que me alejo o me acerco perderíamos como escritores la espontaneidad que es necesaria en este oficio.

Marguerite Duras, lo explica bellamente. Mejor que yo. Esa simbiosis entre la soledad y el oficio de escribir.

Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel periodo de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: «Escribe, no hagas nada más»[1].

Pienso que esa sensación de casa vacía es algo que no mucha gente puede soportar. Y por eso he comparado muchas veces la escritura con la maternidad[2]. No tienes un gran público. No gozas de reconocimiento. Muchos no lo consideran un trabajo. Y ese silencio a muchos les cae como una patada en los huevos. Necesitan la gente. La gratificación. La ausencia de incertidumbre. La seguridad económica.

Y sé que el precio por estar solo es alto. Todo cuesta el doble, tienes menos ayuda de la gente, no tienes dónde recostarte ni un gremio o colectivo que te difunda.

Hoy en día asistimos a un auge de iniciativas dentro del mundo de la literatura independiente[3]. Aprendo de ellas y me gusta saber que existen pero no soy capaz de visualizarme dentro de los circuitos literarios (al menos por ahora). En realidad, no soy capaz de imaginarme en ningún circuito.

Cada tanto, repienso mi posición, me vuelvo a informar y confirmo mi tendencia a la soledad. Hemingway decía que “escribir al mejor nivel, conlleva una vida solitaria. Las organizaciones para premiar escritores mitigan la soledad del escritor, pero dudo que mejoren su escritura”[4].

Hay algo ahí, intrínseco y no racional que me lleva por ese terreno ripioso en el que la incertidumbre manda. ¡Qué loco! Hago todo esto sin pensarlo demasiado y es recién ahora que me pongo a meditar sobre este asunto. Buscamos cosas sin darnos cuenta. Seguimos un patrón como si fuéramos marionetas pero ¿de quién? ¿Quién mueve los hilos de nuestras vidas? Porque no me van a decir que el escritor actúa por libre albedrío ¿no?

El ruido del entorno social

No quiero otra vida que esta que llevo pero a veces me pregunto: ¿Cómo hacen los escritores que se mueven en ese mundillo intelectual de la academia, los talleres de escritura o los encuentros con los fans? ¿Cómo es posible no perder un poco de energía cuando se la estás dando a otros? Debe haber una fórmula. Yo la desconozco.

Tengo la intuición de que mientras los extraños nos dan energía, el ímpetu y las vitaminas para escribir, el entorno conocido (no hablo necesariamente de los afectos) puede debilitar la base creativa de un escritor. Por Dios, no me malinterpreten. No estoy abogando por destruir a los amigos y a la familia. Creo que tener un par de pilares es importante para cualquiera, sea o no escritor. Pero cuando esos pilares se multiplican en numerosos amigos, colegas, compañeros, algo se diluye de la individualidad del escritor. Es como si funcionáramos con las ruedas pinchadas. Con el primer pinchazo, apenas lo notas pero al segundo, ya te sientes más débil. Con el siguiente, ya se te llena la cabeza de ruido superfluo y si la cosa sigue así de mal, llegará el día en que ni siquiera puedas sentarte a escribir. Podrá el escritor, escribir en su mente. Tomar notas mentales pero algo se irá acumulando en su corazón.

Al menos, eso es lo que me pasa a mí. Vivo en constante contradicción entre lo que hacen los demás y lo que hago y no siempre estoy 100% conforme conmigo misma.

Ni hablar de mi obra. Nunca un libro está terminado para mí pero llega un punto que tienes que dejar ir. En eso consiste parte de este trabajo. Aprendes a dejar ir todo el tiempo. Aprendes que siempre tienes una segunda oportunidad. Aprendes que el camino es muy divertido y que ese libro que será el definitivo a lo mejor nunca llegará.

Aprendes a transitar por el campo deleitándote con las amapolas, con el olor del pasto fresco o el aroma a mar. Disfrutas del trayecto en busca de alguna maravilla mejor.

Quizás la encuentres. Quizás no.

El escritor deambula en la bruma. Solo y con pocas certezas. Excepto una. Que solo la incertidumbre manda. Y que, la mayoría de las veces, el azar tiene una fuerza que no tiene la lógica.

Y eso es algo que no me preocupa en lo más mínimo.

[1] Duras, Margueritte. Escribir. Tusquets. 1993 Puedes leer un extracto de su obra en este enlace.

[2] Puedes leer el artículo que escribí sobre la maternidad y la escritura: ¿Dónde están las escritoras en edad reproductiva? https://silviazuletaromano.com/donde-estan-las-escritoras-en-edad-reproductiva-reflexiones-sobre-el-oficio-de-escribir-y-la-maternidad/

[3] Por ejemplo, la Asociación de escritores nóveles y la Sociedad cooperativa de escritores independientes, por nombrar dos españolas. Las redes sociales también han ayudado a la proliferación de plataformas de aglutinamiento de escritores.

[4] Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, 1954.

Publicado en: La guarida de ficción, Meditaciones de una escritora Etiquetado como: autores indies, Hemingway, Marguerite Duras, Murakami, relato corto

¡Gracias por compartirlo!

Interacciones con los lectores

Comentarios

  1. Ignacio Zuleta dice

    28 enero, 2019 a las 19:17

    siempre la mejor prosa de Silvia. ¿Entoenden todos tus lectores qué es el caracú?

    Responder
  2. Varado en la llanura dice

    28 enero, 2019 a las 23:20

    Yo veo ese deseo más bien como un rasgo de introversión. Hay personas que prefieren estar solas y por su sensibilidad, demasiados estímulos les agotan. Recuerdo una anécdota sobre Dickens, no paraba de escribir ni cuando recibía a sus visitas, con las que charlaba animosamente mientras retocaba aquí y allá. Me ha pasado a veces que acabo un relato y no me apetece que nadie lo lea, ni me planteo publicarlo o darle difusión alguna. Es muy raro, porque, ¿para qué lo he escrito entonces? Porque tampoco ha sido un mero desahogo. Esta es una cuestión que trae cola, Orwell decía que a los escritores les mueven motivos entre estéticos y egoístas. No sé, desde luego es un tema interesante pero difícil.
    Saludos.

    Responder
  3. Silvia Zuleta Romano dice

    29 enero, 2019 a las 11:27

    ¡Que lo busquen en el diccionario!

    Responder
  4. Silvia Zuleta Romano dice

    29 enero, 2019 a las 11:29

    ¡Un asunto muy personal supongo! Cada escritor, un mundo. ¡Gracias por leer y comentar!

    Responder

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