Me estoy engañando. Si no abro la ventana pienso que es primavera. Que el sol entra violento por la ventana hasta enceguecerme. Me calienta el lomo. Me anima a seguir trabajando. El asunto es cuando salgo a calle y me topo con la brisa gélida de la Sierra que me recuerda que todavía estamos en invierno.
Ya les conté que estoy trabajando en la edición de mis cuentos. Un libro corto que estoy editando en CreateSpace y que, por supuesto, me está trayendo dolores de cabeza. Ya estoy en la fase final en lo que a interiores se refiere. Espero tenerlos listos la semana que viene. Lo que más pereza me da es la portada. No soy una profesional y quiero hacer algo bonito que por lo menos no den ganas de tirar el libro por la ventana.
Y todo este asunto me hace pensar que me encanta editar textos, sean míos o ajenos, pero me disipan de la escritura. ¿Cómo podemos ser buenos escritores si debemos atender asuntos tan diversos? No podemos especializarnos en nada concreto porque somos profesionales orquestas. Debemos solucionar pequeños asuntos constantemente. Supongo que en eso consiste la vida. Ir apagando pequeños conatos de incendios que amenazan nuestra precaria psiquis. Ya he dicho en más de una ocasión que la escritura se parece a la maternidad en demasiado cosas. Está mal pagada. No tiene ningún tipo de reconocimiento social. No hay horarios. Y, encima, la gran mayoría de gente cree que no estás trabajando.
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Fuente: pixabay.com |
No me quejaré porque creo que nosotros elegimos, en buena medida, lo que queremos ser o al menos eso es lo que nos venden: que somos libres.
Pero al final, cuando me pregunto por qué estoy en esto, no tengo una respuesta. Tampoco sé si es la mejor decisión. Supongo que es la mejor de las posibles en mi vida. La que me hace más feliz. Y cada tanto, cuando reconecto con mi pasado de vida normal a través de la gente que me rodea (los escritores observamos mucho el entorno) no veo más felicidad en otros contextos más amigables —entiéndase trabajos estables, solvencia económica, hijos, viajes—. Lo que me hace reflexionar sobre la felicidad y sobre lo que nos da la felicidad. Supongo que no es un estado estable en el tiempo. Son puntos. Pequeñas ventanas que se abren. Hay una frase que me gustó mucho de El libro de los Baltimore de Joel Diecker. Cuando uno de los personajes le dice al otro que no festejará Acción de Gracias nunca más porque sus primos queridos ya no están, es decir, después de El Drama. Y el otro lo mira extrañado. ¿Cómo puedes decir eso? La vida es tragedia y es drama pero no por eso debes dejar de festejar Acción de gracias. La vida es una tragedia y eso no lo podemos evitar. Al final, todo depende no tanto de la vida que nos toque vivir sino del relato que hacemos de esa vida.
Pero al final, cuando me pregunto por qué estoy en esto, no tengo una respuesta. Tampoco sé si es la mejor decisión. Supongo que es la mejor de las posibles en mi vida. La que me hace más feliz. Y cada tanto, cuando reconecto con mi pasado de vida normal a través de la gente que me rodea (los escritores observamos mucho el entorno) no veo más felicidad en otros contextos más amigables —entiéndase trabajos estables, solvencia económica, hijos, viajes—. Lo que me hace reflexionar sobre la felicidad y sobre lo que nos da la felicidad. Supongo que no es un estado estable en el tiempo. Son puntos. Pequeñas ventanas que se abren. Hay una frase que me gustó mucho de El libro de los Baltimore de Joel Diecker. Cuando uno de los personajes le dice al otro que no festejará Acción de Gracias nunca más porque sus primos queridos ya no están, es decir, después de El Drama. Y el otro lo mira extrañado. ¿Cómo puedes decir eso? La vida es tragedia y es drama pero no por eso debes dejar de festejar Acción de gracias. La vida es una tragedia y eso no lo podemos evitar. Al final, todo depende no tanto de la vida que nos toque vivir sino del relato que hacemos de esa vida.
Una de las cosas de las que más disfruto es preguntar sobre un mismo hecho a diferentes personas. Me encanta contrastar puntos de vista. Y siempre constato lo mismo. Que todos al final nos parecemos un poco. Están los que siempre, ante un mismo hecho, harán un relato trágico de la vida y aquellos que siempre encontrarán un costado, incluso gracioso. Es nuestra elección dónde queremos estar.
Al final, solo somos una historia. Una anécdota. En la cabeza de otros. En nuestra propia cabeza.
Y es por eso que, en vez de sufrir, deberíamos simplemente vivir.
El resto no existe.
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