Hoy tenemos una entrega especial: se trata de la vida de Naomi Bentwich, una de las personas que mecanografió Las consecuencias económicas de la paz de Maynard Keynes. Su nieta Ariadne Birnberg nos cuenta en un apasionante artículo que hoy traemos en español su interesante vida. Hay amor, convicciones, obsesión desmedida y todo en un contexto social especial: el final del imperio inglés y la reconstrucción europea después de la Primera Guerra Mundial. Pero antes, unas palabras mías para situar el contexto.
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El fin de un mundo sin fronteras
Hay un permanente interés por todo lo que rodea los años veinte. De alguna manera, el fin de la Primera Guerra Mundial significó el comienzo de una nueva etapa en la que se dejaba atrás un mundo, para muchos, idílico. No es casualidad que de aquellos años hayan surgido libros tan variapintos, sinceros y emblemáticos como fue El mundo de ayer de Stefan Zweig, Las consecuencias económicas de la paz de Maynard Keynes o La tierra baldía de T.S Eliott. Algo estaba pansando. No solo teníamos una Europa destrozada sino que se abandonaba un mundo de libertades que cierta clase social daba por supuesto. Tanto Maynard Keynes como Stefan Zweig recuerdan como hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial era común viajar por el mundo sin pasaporte. Eras capaz de hacer largas distancias sin tener que demostrar a nadie tu ciudadanía. Este pequeño detalle pinta muy bien cómo el auge de las fronteras iba a consolidar y disparar toda una serie de reflexiones entorno al ser humano, la ciudadanía y a la sociedad en la que vivimos.
A Ariadne Birnberg la encontré por casualidad cuando estaba leyendo y escribiendo sobre las andanzas de Maynard Keynes en los años veinte. Leí su texto y rapidamente quedé prendada de su historia. Entonces, rapidamente le escribí y me animé a preguntarle más sobre su abuela. Los que me conocen saben que ando hace tiempo juntando material y escribiendo sobre esa época. Algunas cosas han salido publicadas y otras están en vías de algo que no sé muy bien qué es.
No se confunda el lector y piense que soy una nostálgica. Nada más lejos de la realidad. Pero sí creo que fue una época fecunda e interesante que nos puede ayudar a dilucidar el mundo del trabajo actual. He escrito bastante en mi web sobre la visión que tenía Maynard Keynes sobre el mundo del trabajo, la renta básica y las nuevas tecnologías. Pero volvamos a nuestro texto.
El «detrás de escena» de las Consecuencias económicas de la paz
Había leído Las Consecuencias económicas de la paz y siempre había pensando que era de los mejores textos de Keynes. Quizás porque se aleja del clásico libro de economía y porque te encuentras de pronto leyendo sobre historia o sobre cómo iban vestidos Clemenceau, Wilson o cualquier asistente a la conferencia. Hay algo en la prosa de Keynes que genera interés cuando pone en valor detalles nimios que un economista actual nunca haría. ¿A qué economista le importa el tipo de tela o los guantes que usaba un funcionario francés? Keynes era capaz de darle un marco de color a todas aquellas decisiones, normalmente frías, en materia de política económica. En este sentido, era un buen cronista de lo social que se fijaba en detalles que normalmente un funcionario no miraría.
Pero volviendo a nuestro asunto, la versión oficial dice que Maynard Keynes se puso a escribir este breve tratado en Charleston, la casa de campo que había había adquirido Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf, en 1916 que estaba ubicada en el distrito de Lewes, Sussex Oriental. Esta residencia era muy particular porque fue centro de reunión del grupo Bloomsbury y Keynes tenía incluso una habitación solo para él. Fue un residente permanente desde 1916 hasta que se casó con la bailarina rusa Lidia Lopokova en 1925. Sabemos que a lo largo del verano de 1919 escribió Las consecuencias económicas de la paz después de todo un año de viajes constantes a París en donde fue en calidad de funcionario pero renunció en junio de 1919 a la delegación británica y no fue parte de la firma del Tratado de Versalles en protesta por las duras condiciones de pago de deuda impuestas a Alemania. Todo esto ya lo sabemos pero poco sabemos de quiénes realmente intervinieron en la confección del mismo.

Era una época en donde no era muy común reclamar los créditos de una obra y, a menudo, los colaboradores dependían de la generosidad del autor. Keynes tenía fama de fusilar textos ajenos (de esto hablaremos más adelante, porque hay una anécdota muy curiosa que compartiré con ustedes más adelante sobre la confección del Tratado de Bretton Woods) y solía tener gran de cantidad de discípulos y alumnos que colaboraban con él. Pero había también otro colectivo menos visible y era el grupo de secretarias y editoras que se dedicaban a mecanografiar, escuchar, comentar y editar estas obras. Normalmente eran mujeres muy bien formadas que acudían a las escuelas femeninas como Newham College que empezaban a surgir en esa época (aquí puedes leer más sobre estas escuelas y, en especial, la historia de amor entre Margaret Keynes y la fundadora de Save the children Eglantyne Jebb). Su labor hoy sería considerada de editoras pero en esa época se las valoraba como meras secretarias.
Hoy les traigo la historia de Naomi Bentwich, una de las personas que mecanografió Las consecuencias económicas de la paz. Trabajó para Keynes varios meses y esa relación marcó para siempre a esta mujer hasta el punto de escribir varias memorias que hoy sirven de fuente para que su nieta Ariadne Birnberg se atreva a contar su historia. Ariadne es copywriter para el Ayuntamiento de Londres pero también es una artista y madre. Puedes ver su obra aquí. Hace cosas realmente interesantes y tuvo la generosidad de dejarme trabajar este texto en español. ¡Gracias Ariadne!
Sobre la traducción al español
Cuando leí el artículo de Ariadne en inglés, en seguida pensé que podía tener valor para los lectores en español. Me parecía que aportaba una nueva mirada sobre Keynes que no conocíamos. Estaba bien documentado y tenía fuentes irrefutables. Por eso pensé, ¿qué tal si trabajo este bello artículo en español? Hace rato que vengo trabajando con traducciones sobre ciencia en GondwanaTalks. Estoy muy familiarizada con la adaptación de textos del inglés al español. Sin embargo, en esta ocasión, hablamos de un artículo literario. Es la primera vez que encaro este proyecto y quiero decir que lo he hecho con todo el cuidado y el respeto posible tanto por la historia de la protagonista como por su familia. Me he mantenido fiel al estilo de la autora, sin agregar ni quitar nada. Por eso, esta crónica que presento a continuación tiene una extensión más larga de la habitual. Lo único que me he permitido agregar son algunas notas al pie para la mejor comprensión de los lectores hispanos que completan la historia, allí donde pueda haber huecos. Por otra parte, he agregado algunas imágenes que el artículo original no tiene pero que gentilmente me ha cedido la autora para que comparta con los lectores hispanos. Los créditos de estas imágenes son de la autora del artículo a menos que se especifique lo contrario. Espero de verdad que disfruten de este texto tanto como lo he disfrutado yo, leyéndolo y traduciéndolo. Y gracias Ariadne por darme permiso para su traducción y difusión en español.
El más bello Maynard
Autora: Ariadne Birnberg
Hay una vieja fotografía colgada en casa de mis padres de mi abuela paterna, Naomi Bentwich, rodeada de sus hermanas y hermanos, tomada en 1913. Once niños y sus orgullosos padres, dispuestos en torno al soportal de entrada de su casa de St John’s Wood. Naomi parece joven para su edad, veintidós años, pero todavía regordeta y con una expresión viva y cómplice, como si acabara de ver algo que le divirtiera. No era una belleza como sus hermanas Lilian o Nita, ni tenía talento musical, como Margery o Thelma. Era conocida en la familia como una ingeniosa observadora de los demás, y con un talento natural entre los niños. Años más tarde, una de sus hermanas la describiría como una niña prodigia, y me gusta pensar que algo de esa extravagancia vive en la franqueza de su mirada a la cámara.
Cuando la conocí, Naomi tenía entre ochenta y noventa años, era extremadamente sorda y, según mis cálculos de entonces, demasiado mayor para hablar. Intentaba peinarme. Su cubertería nunca estaba del todo limpia. Parecía antigua. No sabía entonces que yo era uno de sus «altos» en sus cambiantes estados de ánimo, ni que, cuando era más joven, había experimentado suficientes dolores de cabeza como para que mis propios problemas de adolescencia parecieran triviales.
Ha sido recientemente ―como resultado de la lectura de sus diarios, cartas y memorias inéditas― cuando he conocido su extraordinaria historia y, en particular, la relación apasionada y casi vitalicia que creía mantener con el economista John Maynard Keynes.
El amor de Naomi por Keynes no fue un encaprichamiento, sino que duró toda la vida y nació de un profundo idealismo. Escribió que empezó a «adorar a Keynes como un héroe» incluso antes de conocerlo, mientras mecanografiaba el manuscrito de Las consecuencias económicas de la paz[1] en la Oficina de Mecanografía de la Universidad de Cambridge. Naomi había sido pacifista y miembro de la asociación No Conscription Fellowship durante la guerra, y «apenas pudo contener» su «emoción y entusiasmo» al leer la «emocionante» acusación de Keynes a la política de reparaciones punitivas de los Aliados hacia Alemania. Se armó de valor y le escribió ofreciéndole sus servicios como secretaria, y Keynes, sobrecargado de trabajo, le ofreció un puesto.
Cuando Naomi recibió la oferta, se encontraba en una excursión reparadora en los Alpes suizos, recuperándose de la ruptura de su relación y del compromiso anulado con su tutor en Lógica, William Ernest Johnson. Había sido una fuente de frustración continua para Johnson que, a la edad de 56 años, él ―profesor de Ciencias Morales y miembro de la cátedra Sidgwick del King’s College de Cambridge― no había publicado nada más distinguido que un manual de Trigonometría. Naomi le propuso que colaboraran en la publicación de sus conferencias de Lógica, y se ofreció como mecanógrafa, coeditora, apoyo emocional y “mosca cojonera” en general, incitándole a actuar durante varios años (junto con una relación amorosa «apasionadamente cerebral»). Qué mayor bendición en la vida, escribió ella, que estar en contacto constante con su gran mente, elevada por encima del persistente dolor de la guerra, viviendo a la luz del entendimiento. En 1921, se publicó el primero de los tres volúmenes de Lógica con gran éxito de crítica, lo que llevó a Johnson a ser elegido miembro de la Academia Británica en 1923. Naomi había ayudado a «Johnnie» a transformar su suerte en el otoño de su carrera. Incluso cuando su relación se desmoronó, él seguiría siendo su fiel confidente hasta su muerte en 1931. El prefacio del primer volumen lleva un sincero reconocimiento:
«Tengo que expresar mis grandes agradecimientos a mi antigua alumna, la señorita Naomi Bentwich, sin cuyo estímulo y valiosa ayuda en la composición y el arreglo de la obra, no se habría producido en su forma actual».

Cuando Naomi asumió su puesto como secretaria de Keynes en el otoño de 1920, al principio encontró desconcertantes sus maneras «bruscas» y su hábito de rematar las frases, que contrastaban con el estilo autocrítico y disperso de Johnson. Sin embargo, Naomi no tardó en percibir un cambio en la temperatura de sus relaciones. Los intercambios ordinarios se sobrecargaron de potencial erótico. Un manojo de papeles que pasaba de las manos de él a las de ella conllevaba, según escribió, una «emoción eléctrica». El tacto de sus dedos era como «seda fresca». En otra ocasión, Keynes «se paró en seco» en medio de su dictado, aparentemente incapaz de recordar el nombre del ministro de finanzas albanés. Hubo incidentes reveladores relacionados con cerraduras de puertas manipuladas, miradas cargadas y puntas de lápiz rotas. No se dijo nada, pero todo quedó implícito. Al echar un vistazo a su empleador en sus habitaciones del King’s College, ella no podía imaginar un hombre más hermoso:
«Sus líneas largas y exquisitamente gráciles, de modo que su cuerpo se curvaba en una gran duda; su rostro pálido y nervioso; sus pestañas largas y negras medio ocultando unos ojos líquidos y brillantes».
Naomi se convenció de que Keynes se había enamorado precipitadamente de ella y esta creencia la llenó de temor. La pequeñez de ella ¡la grandeza de él! De repente sentí miedo de él, escribió en su diario. Es demasiado brillante para mí. Sin embargo, casi inmediatamente, surgió otro sentimiento: Keynes era arrogante, prepotente. Probablemente la veía como «una cosa pura, como una violeta, que se cruzaba de repente en su camino»; alguien con quien flirtear, pero no una propuesta seria. Nunca le había dado la oportunidad de revelar sus propios pensamientos o logros. Estaba jugando con ella, preguntándose si debía rebajarse a su nivel, preocupado por lo que pudieran pensar sus estirados amigos. Utilizando las novelas románticas de George Meredith como guía, Naomi llegó a comprender la psicología de su pretendiente: «el macho prístino, si se le resiste en su demanda, concluye que es despreciado y se enfurece». Las anotaciones de su diario de esta época varían mucho en tono, desde imaginaciones rapsódicas de su futura vida en común hasta denuncias de su traición. También fantasea con dar vuelta completamente la situación: «¡Él es rechazado por su pequeña secretaria judía a la que se ha dignado a favorecer con su amor!
Luchando por recuperar el equilibrio, Naomi calibró la tarea que tenía por delante: «Voy a concentrarme en hacer de Keynes un hombre mejor: es una tarea más difícil que conseguir que Johnson escriba la Lógica, y necesita talentos absolutamente diferentes ―sutileza, humor, tacto, brillantez― todo tipo de cualidades que no tengo… pero nunca me desesperaré mientras pueda ver claramente lo que hay que hacer».
Después de semanas de noches de jaleo y nervios, el 29 de abril de 1921 cogió una pluma y le escribió una carta:
Mi queridísimo Keynes,
como el nuevo dolor que me has infligido hoy me parece innecesario, en la medida en que se debe a una mala interpretación de mi conducta, te envío algo que te escribí con agonía una de las muchas noches de insomnio en que estuviste ausente. Te comprendo ―estoy muy segura de ello―. Verás, no debo dejarme doblegar por tu pasión, porque sólo significaría una miseria para ambos más adelante; porque simplemente no soy la clase de persona que creías que era cuando intentaste conquistarme de esa manera. Pero tampoco soy la cosa intrigante que creo que pensaste de mí esta noche. He estado jugando a tu juego simplemente por tu bien, porque siento por ti la clase de amor que ve los defectos del amado y quiere curarlos. Hay una fuerza en la bondad que no hay en nada más en el universo; y con esa fuerza sumada a todo el poder del bien que tienes en ti, serías el verdadero Rey de Reyes que me encanta pensar que eres. Tu gran defecto es tu egoísmo. Te hace no querer correr ningún riesgo y eso es una gran debilidad práctica: te ha puesto en mi poder dos veces, por ejemplo, en este tonto juego de intriga que hemos jugado juntos. Pero lo que es peor, te hace terriblemente cruel a veces: para protegerte, o para conseguir lo que quieres, te permites hacer cosas innobles, que sé que condenas en una hora de juicio frío. Me parece que si puedo hacer que me ames de una manera olvidada, sería una manera de darte la fuerza que necesitas. Eso es todo lo que intento hacer.
Keynes invitó a Naomi a charlar. Oh, señorita Bentwich, bromeó suavemente, esa carta, ¡cómo ha podido! Por supuesto que no podía seguir trabajando para él, pero podría terminar de mecanografiar el Decenial Index del Economic Journal. Naomi interpretó este desaire como algo positivo. Había visto lo que había en los ojos de Keynes cuando la rechazó ―»ese misterioso intercambio de miradas»― y se negó a tomar sus palabras al pie de la letra. Después de ese encuentro, le preguntó si lo que había dicho iba en serio. Por supuesto, replicó Keynes, poco acostumbrado a que se cuestionara su capacidad de expresión. Por supuesto que quise decir literalmente y exactamente lo que le escribí el 30 de abril y le dije poco después; le ruego que no se engañe al respecto.

Para el verano de 1921, Naomi había terminado su trabajo en el Economic Journal. Tenía treinta años, no tenía trabajo y ya no estaba en la órbita del hombre que amaba. Iba a ser un verano de signos y milagros. Una mirada a la ventana de Keynes en el King’s confirmó las sospechas de Naomi. Estaba abierta, no cerrada, un indicador seguro de que la tenía en mente. Regresó a sus habitaciones en el 33 de Owlstone Road, eufórica por su señal. Poco después de esta nueva prueba del amor de Keynes, hizo un nuevo y sorprendente descubrimiento. Keynes había escrito un artículo sobre la reconstrucción europea para el Manchester Guardian, y allí, entre líneas, había un mensaje secreto para ella. El artículo, The Threat to Civilisation («La amenaza a la civilización»), desarrollaba el tema que Keynes había expuesto en sus Consecuencias de la paz:
“Las naciones se precipitaron en una gran guerra. Eso podría ser excusable. Una vez que entraron en la guerra no pudieron parar hasta que uno de los bandos fue completamente derrotado. Eso es fácil de entender. Lo que no se puede perdonar es la paz; y si la paz en sí misma puede ser perdonada a las pasiones de la época, la frustración de los esfuerzos por deshacer sus errores es deliberada y persistente. Nos vemos obligados a reconocer una desarmonía profundamente arraigada en nuestra civilización, algo malo dentro de las naciones que sale a la luz en su trato con los demás.”
Naomi escribió sus anotaciones en el margen del artículo: “La paz ―mi esfuerzo por deshacer sus errores―. Su frustración por mi esfuerzo. Su intento de deshacer sus errores”. Había descifrado su «método mágico» para comunicarse con ella, y su separación ya no era un obstáculo. El artículo tampoco era un incidente aislado. “Me veo entretejida en tu obra», le escribió emocionada.
Así comenzó un período de conservación fastidiosa de álbumes que duraría seis años. Como si estuviera prensando flores secas, Naomi reunía los artículos de Keynes y los conservaba en pequeños álbumes encuadernados en cuero. Después de cortar y pegar las columnas, escribía cartas en respuesta y copiaba y pegaba sus cartas manuscritas junto a las palabras impresas de Keynes. De este modo, en su mente, mantenía una correspondencia. A lo largo de los años detectó la presencia sagrada de Keynes en todo el Manchester Guardian, y los álbumes contienen columnas sin firmar y editoriales sobre temas como el cricket, las flores silvestres o el tiempo.
Naomi Hilda Bentwich nació en 1891, ella era la séptima de once hijos. Se crió en el seno de una familia judía ortodoxa y muy culta en St John’s Wood, no muy lejos de Lords. La música y la religión eran las dos musas que gobernaban el hogar, y a todos los niños se les enseñaba al menos un instrumento musical y a leer la Torá en hebreo. Herbert, el padre de Naomi, era, según su hijo Norman, «el representante visible de Dios en la casa». Se resistía ferozmente a la amenaza de la asimilación y había fundado la Sinagoga de Hampstead en 1892 para contrarrestar lo que consideraba la «creciente propiedad anglicana» de su sinagoga local en West Hampstead, sólo para encontrarse despojado de su banco después de demasiadas disputas en torno al servicio.
Cuando Naomi y sus hermanos eran pequeños, Herbert encontró un canal para su descontento espiritual en el sionismo, y se dedicó a la tarea de hacer realidad el mantra de Herzl: «si lo quieres, no es un sueño». Palestina se convirtió en el faro de la familia mientras Herbert asumía un número cada vez mayor de responsabilidades y funciones de liderazgo dentro del movimiento. Danos nuestra parte de la tierra de Dios, escribió en la revista Nineteenth Century. Su cielo abierto y su aire libre, y reanudaremos nuestra antigua nobleza, y colocaremos en el furgón de Oriente una comunidad que será un signo y un ejemplo para los de Occidente. El tipo de sionismo de Herbert era una mezcla idiosincrásica de nacionalismo romántico, celo religioso y exageración personal. Se distanció de muchos, pero dentro de la familia, al menos durante un tiempo, gobernó de forma suprema. Norman, el hermano de Naomi, escribió: «Desde el momento en que mi padre encendió nuestra imaginación juvenil con la idea de Palestina, no hubo tranquilidad en nuestras mentes. El ideal no era la satisfacción de una suerte feliz, obteniendo lo mejor de ambos mundos, sino algo más heroico, que implicaba el sacrificio de una vida fácil, pero que encendía el ardor en el alma».
Ocho de las hermanas y hermanos de Naomi emigrarían del frondoso NW6[2] a Palestina durante el mandato británico, atraídos por la idea de la Tierra Prometida. Pero Naomi puso sus ojos en Cambridge, y fue allí, desafiando a su padre y sus aspiraciones sionistas, donde su propio «ardor» estalló.

En el otoño de 1921, mientras Keynes perseguía a su futura esposa, Lydia Lopokova, desde el patio de butacas del Teatro Alhambra de Londres, donde protagonizaba la producción de Diaghilev de “La princesa durmiente”, Naomi se fue a su casa y escribió un ardiente credo ético: Un imperativo de conducta, que ocupaba cuarenta páginas mecanografiadas. Luego se lo envió a Keynes con la siguiente inscripción: «Aquí está mi alma, el más hermoso Maynard». Dos semanas después, Naomi recibió la esperada respuesta de Keynes: “Gracias por dejarme ver lo que has adjuntado”.
Durante los seis años siguientes, el delirio de Naomi cobraría fuerza e impulso, hasta que en 1927 fue enviada por su padre, con su hermana Margery como compañera, a Arosa, un pequeño pueblo en lo alto de los Alpes suizos, que contaba entre sus chalets con un sanatorio de tuberculosis de categoría mundial. Los médicos, acostumbrados a administrar tratamientos contra la tuberculosis, confiscaron los bolígrafos de Naomi y le prohibieron terminantemente leer los periódicos. Al cabo de seis meses, la declararon curada.
Poco después de su convalecencia, a principios del nuevo año 1928, Naomi se encontró con Jonas Birnberg en The Strand[3]. Jonas era un compañero judío y objetor de conciencia de sus días en Cambridge, que una vez se había atrevido a proponerle matrimonio a Naomi y había sido rechazado. Tal vez, al ser un chico de Whitechapel que hablaba yiddish, sus credenciales no eran del todo adecuadas. Sin embargo, los diez años transcurridos habían dado confianza a Jonas y estaba decidido a no perder su oportunidad esta vez. Naomi se sintió conmovida por la forma en que él la tomó del brazo y la condujo a través de la concurrida calle, y después de una segunda propuesta, ella aceptó. El matrimonio y, poco después, la maternidad, convenían a Naomi, anclándola en un mundo sin Keynes, y el siguiente capítulo de su vida fue quizá el más feliz de todos, libre como parecía de cualquier pensamiento obsesivo. En 1936, siendo ya madre de dos niños pequeños, hizo realidad su ambición de enseñar y fundó la Carmelcourt School, una escuela primaria vegetariana, en su casa de vacaciones de la infancia en Birchington, en la costa norte de Kent. Los antiguos alumnos de la escuela recuerdan a Naomi como una profesora excéntrica pero inspiradora, que daba clases de Eurythmics descalza en el jardín, o que leía a los niños, bajo un manzano, pasajes de Mi lucha «para entender mejor al enemigo». Animada por el aire del mar y las recompensas de la maternidad y la enseñanza, Naomi parecía no inmutarse por la celebridad de Keynes. No hay razón para suponer, dado el tranquilo tenor de su vida, que la noticia de su temprana muerte, el 21 de abril de 1946, le hubiera causado un gran disgusto. Al fin y al cabo, habían pasado más de veinte años desde la última vez que lo vio y, de hecho, durante un tiempo, la noticia no la afectó especialmente.
Una mañana de 1948, Naomi escuchó que se estaba escribiendo una biografía sobre Keynes y, por segunda vez en su vida, los síntomas de su antigua enfermedad la abrumaron. Escribió al biógrafo de Keynes, Roy Harrod, que se sentía «conmovida» hasta lo más profundo. Además, se convenció de que tenía algo importante que aportar al mundo. Su episodio con Keynes le había revelado un modelo alternativo de relaciones que, según ella, podía salvar a la humanidad de una nueva guerra. Resistirse a lo que ella creía que eran las insinuaciones sexuales de Keynes todos esos años no había sido sólo el comportamiento de una joven afligida, sino una protesta antibélica, una postura contra la agresión perpetrada por los hombres. Porque ahora Naomi estaba segura de haber localizado la raíz del conflicto: la libido descontrolada. Lo que quiero gritar desde las azoteas, escribió en una carta al filósofo judío Martin Buber, es que sólo la voluntad creativa es buena; que la voluntad de poder es malvada, enraizada en la lujuria, y que es el deber de las mujeres (especialmente porque está en su poder) controlarla y sublimarla. Pero nadie escucha mi llamada. Mientras tanto, vivimos al borde de la catástrofe.
Era imperativo capturar sus pensamientos mientras estaba en las garras de tal claridad. Despejando su agenda de todos los compromisos, Naomi se instaló en su estudio de Carmelcourt «completamente sola», y dio rienda suelta a un «impulso inexorable» de escribir, completando su autobiografía, un “Testamento Humano”, y un credo personal llamado, Lucifer by Starlight, en unas pocas semanas sin aliento. En total, más de mil páginas mecanografiadas.
En 1950, Naomi tenía casi sesenta años y sus hijos estaban en el umbral de la edad adulta. Fue entonces cuando Jonas, que no conocía el alcance de la fijación de Naomi con Keynes, tropezó con sus diarios. Le escribió una carta que ya no se conserva, pero la respuesta escrita de Naomi aún se encuentra entre sus papeles. Cita el lamentable punto de partida de Jonas: «He vivido en un país de ilusiones y sueños no realizados». Luego le echa en cara que se digne a sugerir que podría haberle engañado sobre la naturaleza de su amor.
“En cuanto a Keynes; creo que te dije que nos habíamos amado de alguna manera; pero tú lo pensaste y lo sigues pensando como una ilusión. Sabía que estaba usted equivocado entonces, como lo está ahora. Cualquiera que hubiera conocido íntimamente a un hombre así y hubiera luchado con él tendría profundas cicatrices; ya te lo dije, ¿no? Pero eso no es incompatible con amarte profundamente querido muchacho. Podría, y lo haré, si crees en lo que digo, y tratas de cambiar tus valores. Creo que están cambiando; y ahora te quiero mucho más que antes.”
La biografía de Harrod[4] se publicó en 1951, y Naomi la leyó con creciente entusiasmo, ya que contenía lo que ella consideraba la «pieza que faltaba en el rompecabezas» de su puzzle keynesiano. Harrod reveló que Keynes había dado instrucciones a sus albaceas para que publicaran su último libro, Dos recuerdos, de forma póstuma, y Naomi, electrizada por este hecho enigmático, había devorado el texto en busca de pistas sobre la inusual instrucción de Keynes. Estoy bastante segura, escribió más tarde a Bertrand Russell, de que “la aventura mental y espiritual” que menciona en sus memorias El doctor Melchior[5] se refiere indirectamente a nuestra relación». Las segundas memorias, Mis primeras creencias, estaban aún más «entretejidas» de significado personal, y el texto de la copia de Naomi está abundantemente subrayado con su mano sincera. Keynes había escrito esta obra como una suave desautorización del credo que él y sus compañeros Apóstoles habían venerado en su juventud. Su descripción de sí mismo y de su grupo como «inmorales», inspirada en los Principia Ethica de G. E. Moore para repudiar «la moral habitual, las convenciones y la sabiduría tradicional», equivalía a lo que Naomi consideraba una «elegante disculpa desde el más allá» por haber actuado de forma tan inmoral con ella. Ella había dado su sangre para redimir a Keynes de sus defectos de orgullo y vanidad, y ahora, a través de su instrucción póstuma, él la compensaba reconociendo su influencia amorosa. Quería hacerme saber, escribió ella, que se había confesado al final, y que yo no había fracasado tan irremediablemente como creía.
Naomi envió su autobiografía y los cinco primeros capítulos de Lucifer By Starlight a un honorable grupo de destinatarios entre los que se encontraban Bertrand Russell, Aldous Huxley, G E Moore, Roy Harrod, E M Forster y dos de las editoriales más distinguidas.
Bertrand Russell no gastó muchas palabras en su respuesta y sugirió a Naomi que consultara los servicios de «un profesional de la mente, preferiblemente un psiquiatra». Su antiguo tutor en filosofía moral, G. E. Moore, rechazó cortésmente la petición de una reunión cara a cara, pero escribió una refutación de sus afirmaciones, cláusula por cláusula, de varias páginas. E M Forster devolvió el manuscrito «aparentemente intacto», sin la carta de presentación de Naomi, y sin más comentarios, y ambos editores se disculparon por no poder imaginar un mercado para su manuscrito, pero le desearon a Naomi mejor suerte en otra editorial. El más amable de todos fue Aldous Huxley, que escribió en modo meditativo desde su casa de Los Ángeles:
“En este extraño mundo y entre sus indeciblemente extraños habitantes, todo, literalmente todo, es posible. Pero algunas cosas son antes que nada improbables. Por mi propia experiencia y observación, y por lo poco que conocía a Maynard, diría que las acciones que le atribuyes y la interpretación que haces de ciertos pasajes de sus escritos son ante todo muy improbables.”
En la vejez, el calor de los sentimientos de Naomi por Keynes se enfrió, pero sus intentos de dar sentido a su experiencia continuaron mientras vivió. Naomi tenía ochenta y cinco años cuando invitó a Robert Skidelsky[6], que investigaba su propia biografía de Keynes, a tomar el té en su casa de Blackheath, en el sureste de Londres. Para entonces, sus pensamientos sobre el asunto habían sufrido un nuevo cambio y habían adquirido un cariz abiertamente religioso. Su lucha con el alma de Keynes recordaba, según le dijo a Skidelsky, la historia de la lucha de Jacob con el ángel, en la que «su inmoralidad activa hizo que mi conciencia judía estallara de repente». Cuando Skidelsky aventuró con cautela su propia interpretación ―¿podría haberse tratado de un coqueteo?― Naomi no tardó en ofenderse por su «fácil desestimación». No obstante, le entregó sus memorias y continuó manteniendo una correspondencia intermitente con él hasta su muerte en 1988, a los noventa y siete años. El primer volumen de la obra definitiva de Skidelsky se publicó en 1992 y en él aparecía Naomi en un papel lo suficientemente memorable como para inspirar a una banda indie californiana a escribir una canción sobre ella en 2007. Es una canción acústica agradable, no muy diferente de Mrs. Robinson de Simon and Garfunkel, pero el estribillo niega a Naomi su sueño: though you wonder on, Miss Bentwich… I never loved you at all. «aunque te preguntes, Miss Bentwich…. nunca te amé del todo».
Hay innegablemente, un aspecto bastante vergonzoso en las pretensiones de Naomi de conquistar el corazón de Keynes. Mi padre, Ben, el hijo mayor de Naomi, nunca fue consciente del alcance de la obsesión de su madre y, aunque le fascinaba su historia, le resultaba difícil leer sus escritos sin sonrojarse. Pero tachar a Naomi de ilusa, como hizo Bertrand Russell para su inmenso disgusto, sólo cuenta la mitad de la historia. Estaba loca por Keynes. Pero, al mismo tiempo, estaba lo suficientemente cuerda como para seguir adelante con las realidades prácticas de su vida: dirigir una escuela, criar a sus hijos y sacar lo mejor de su matrimonio. Soy un hecho que se contradice, afirmaba Naomi en 1916, reflexionando sobre sus ambivalentes sentimientos hacia su tutor en lógica, W. E Johnson. Como escribió Skidelsky en su respuesta a la lectura de sus memorias: Supongo que Freud se habría divertido mucho, pero ¿y qué más da?
[1] Nota de la traductora: hay numerosas ediciones en español. Según Rocío Sanchez Lissen: “Esta obra fue la primera de Keynes traducida al castellano, aparecida en Madrid en 1920 por la editorial Calpe con el título Las consecuencias económicas de la paz. Entre 1920 y 2013 se han localizado siete ediciones, todas ellas con la traducción de Juan Uña Sarthou19. Tras 67 años de la primera edición en castellano, en 1986, la editorial Crítica de Barcelona publicó el mismo texto en castellano de 1920 con una revisión de LLuis Argemí. Esta misma editorial realizó una segunda edición en 1991, una tercera en 2002 y la última y más reciente, en 2013. También en Barcelona, otras dos editoriales se encargaron de publicar esa obra de Keynes: en 1997 fue la editorial Folio, y en 2012 la editorial RBA. Para la traducción al castellano de The economic consequences of the peace, hubo cinco solicitantes. Además de Juan Uña Sarthou, mostraron interés Harold Ballou, Vicente Gay, José Ruiz-Castillo y Juan Guixé. Keynes solicitó referencias sobre Uña a algunos amigos, basándose en la opinión de José Castillejo y Salvador de Madariaga (Almenar, 2001: 794). Fuente: Sanchez Lissen, Rocío. Las traducciones al castellano de los libros de Keynes. Estudios de economía aplicada. Vol 35-3 2017 pags 819-848
[2] NW6 es el código postal de un área del noroeste de Londres que cubre los barrios de Kilburn, Brondesbury, West Hampstead, and Queen’s Park.
[3] The Strand, es una calle en Westminster, Londres, Reino Unido, de poco más de 1200 metros de longitud,1 que actualmente discurre entre Trafalgar Square y Temple Bar, punto limítrofe de Westminster con la City de Londres, en el que Strand se une con la calle Fleet.
[4] N de la t. La biografía de Harrod fue de las primeras en aparecer y fue un encargo del hermano de Maynard, Geoffrey. Según cuenta Skidelsky, esta biografía oficial obvia mucho de los aspectos más íntimos de la vida de Keynes. Cuenta Skidelsky que le costó ganarse la confianza de este hermano, custodio de sus papeles personales en el King’s College. La primera edición en español está editada por el Fondo de Cultura económica de México en 1958.
[5] N de la t. Aquí hace referencia a la obra Dos recuerdos que recopila dos memorias de Maynard Keynes que se publicaron una vez fallecido. La primera era El Doctor Melchior sobre los entresijos de la Conferencia de paz y la segunda, Mis primeras creencias, es un ensayo sobre sus convicciones de juventud. Ambas memorias fueron publicadas en español por primera vez por Acantilado en 2006.
[6] En español se puede leer un compilado de sus tres tomos de biografía sobre Keynes publicada en 2013. A día de hoy es la voz autorizada sobre la vida de Keynes, una investigación que ocupó treinta años de su vida. Ver: Skidelsky, Robert. John Maynard Keynes. RBA. 2013
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Bellísimo trabajo profundo, preciso, divertido…
¡Gracias!