Normalmente no publico ficción en el blog pero como parte de la convocatoria de Zenda Libros, publiqué este relato que es un adelanto de mi próximo libro. Y ya que está publicado aprovecho para que darles la oportunidad de que opinen, corrijan o compartan esta obra. Pronto, saldrá una antología con todo lo que he ido publicando el año pasado en diversas revistas literarias.
Nada más que decir. ¡Disfruten!
Una bailarina y las cuatro bofetadas
¿Os he dicho que me estoy separando? Lo diré con todas las letras porque no quiero que haya dudas: pasen de las bailarinas. Cuando la conocí enloquecí. Era un cañón. Flaca como un alambre. Su cutis era pálido y maquillado. Con el pelo tan apretado que parecía que se lo iba arrancar todo cuando se hacía el moño. Esa sencillez en su belleza. El pelo azabache. La agilidad. Ella bailaba. Daba clases. Hacia shows. Se bailaba todo. Solo tenía un problema pero lo descubrí más tarde. Tenía el carácter de un león al que le hubiesen dado una patada en los huevos. Gritaba. Se enfadaba si llegaba tarde. Si no tenía ordenada mi casa. Si fumaba. Nos mudamos juntos a los pocos meses. Ella era profesora de danza y yo estaba de financiero en un banco. Y fue justo cuando iniciamos la convivencia que ella extendió los tentáculos hasta límites inquietantes. Se peleaba con todo el mundo. Veía conspiraciones en el trabajo, en la familia, en el país. Achicharraba a sus alumnos. Se metía con mi madre y organizaba las finanzas familiares. Un día la vi con fiebre yendo a trabajar. Le sugerí que se quedara. Lo dije bajito como un niño timorato. Ella me miró con esos ojos de pantera furiosa. Y me asestó un bofetón en plena mejilla. Fue tan inesperado que no fui capaz de reaccionar. Me quedé tieso como el arbusto seco que había en nuestra terraza. Nos compramos un piso. Yo trabajaba como un cerdo. Imagínate que no gastaba ni un duro porque ella llevaba un férreo control. También hacíamos una intensa vida familiar. Acudíamos a comuniones de hijos y primos. Joder, ¡parecía que los familiares salían de debajo de los piedras! Lo hacía por ella. A cambio, ella administraba. Se apretaba el pelo en su moño y se vestía como una diosa. Siempre andaba con tacones y nunca se dejaba ver desarreglada. Hizo lo mismo conmigo. Prácticamente me vestía ella. Sé que suena horrible todo esto pero había algo dulce en esa tiranía. Y además en la cama. Joder. Era una diosa. Luego me celaba. Dejé de ver a mis amigas mujeres. No me importó. Y cuando quise hacer lo mismo me ligué otra bofetada.
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Fuente: pixabay |
Un día quise decirle un piropo. Le dije que era hermosa. Atlética. Flexible. Tan bella como un animalillo salvaje. Creo que mencioné la palabra “mono” porque al hacerlo ligué un tercero y sonoro bofetón. ¡Qué mono ni leches! Me gritó saliendo de la habitación dando un portazo. Todo se precipitó hace unos días. Fue culpa de mi jefe. Viajamos juntos a Barcelona. Teníamos una reunión. Yo no tenía ganas de ir. Ella siempre me hacía planteos. Yo había preparado un Powerpoint. Lo único bueno era que me encontraría con una colega que era un pibón. Pero sucedió lo siguiente. A la noche del primer día, mi jefe me llama a un aparte y me dice: puedes volver a Madrid. No es necesario que estés. ¿Qué? Me lo tomé mal. Argumenté. Había preparado una presentación. Insistí pero él fue tan tajante que no tuve más remedio que cambiar mi billete y volver a Madrid. Cuando estaba por tomar el taxi, me di cuenta de que me estaba olvidando el móvil. Regresé al hotel. A toda prisa. Recuperé el móvil que lo había dejado en el mostrador de la entrada. Fue en ese momento, en el que vi lo que no tenía que ver. Salían abrazados. Ella y él. Mi jefe y el pibón. Salí corriendo a coger el tren. Me daba un poco igual la vida íntima de mi jefe pero el hecho de que forzara mi vuelta a Madrid me sentó como una patada en los huevos. ¿Saben una cosa? Estoy destrozado. Disculpen. Soy un llorón. Necesito vomitar todo. Ostias, nunca vuelvan a sus casas sin avisar. Entré despacio. Voces lejanas. Bajitas. Por un momento, pensé que mi novia estaba con alguna amiga. Dejé las cosas en la entrada y me dirigí al dormitorio. Lo que vi no me lo olvido más. Ella estaba encima de él. Abierta. Atlética. Activa y feliz. Él estaba debajo. Gemían en voz baja. Respiraban fuerte. Quise que no me vieran pero él lo hizo primero y ella, en cuanto escuchó el murmullo contrariado de él, giró su largo cuello hacia mí. Nuestras miradas colisionaron. Seguí tieso. Tan tieso como la polla de aquel intruso. Y sucedió lo peor que le puede pasar a un hombre: que ella devuelva su cuello a su posición original y siga con sus asuntos. La vi con más fuerzas. Como si fuera un perro rabioso. Ella se agarró a esa masa de carne que la penetraba con furia. A mí me temblaban las piernas. Creo que el hecho de que tuvieran un voyeur los estimuló más. No podía dejar de mirar. No tanto por el acto carnal. Era la decepción. Ella había sido un faro moral. La ley, la policía, los jueces. Ella ostentaba todos los cargos. Los tres poderes de Montesquieu. Aquel acto confirmaba lo contrario. La corrupción. Y la malicia de no detenerse ante mi presencia. El aire acondicionado enfriaba sus cuerpos calenturientos. Ella que nunca lo encendía. Decía que era ecologista. Que había que ahorrar. Que éramos pobres. Me hacía los tupper para que no gastara en los menús del día. Vi en la mesa de la cocina restos de sushi. El puto sashimi me hundió en la miseria. ¡Qué me importaba otra polla en su cuerpo! Ella, la bailarina, era una impostora. Se levantó. Desnuda. Olía a sudor dulzón. A vagina viviente. Se me acercó desafiante. La admiré por su valentía. Nos quedamos rostro a rostro. Y con su venosa extremidad me propinó el último bofetón. Grande y picante. En medio de la cara. Y eso es por quedarte parado como un gilipollas, me gritó. Fue la cuarta bofetada. Señores, pasen de las bailarinas.
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