Hablemos con quien hablemos, la mayoría de los problemas que padecemos tienen que ver directamente o indirectamente con el mundo del trabajo. ¿Podemos imaginar una sociedad en la que nuestra subsistencia y nuestra dignidad no dependa del cambiante, errático y opaco mercado de trabajo? ¿Cómo hacemos para que los políticos, tanto de izquierda como de derecha, dejen de hablar de trabajo y cambien los términos de la conversación? ¿Y si el trabajo fuera el problema y no la solución? Cambiar el futuro empieza por cambiar la conversación. De todo esto hablamos, una vez más.
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Una sociedad tecnológica y fragmentada
Paseo por el campo. El otoño tarda en llegar. Apenas hay setas. ¿Dónde andará la lluvia? No muy lejos veo un tocón que ni liquen tiene. Cuando llego a casa pongo la radio, ese aparato ya obsoleto que se niega a morir a manos del podcast. Estamos tan fragmentados que solo escuchamos lo que nos interesa. Evitamos lo disruptivo. Nos alejamos de la sorpresa y nos sumergimos en la long tail economy. Nos gusta porque hacemos tribu y en esta nueva economía nos atomizamos. Nos transformamos en producto y, como la enésima máxima de la economía de competencia monopolística, nos diferenciamos hasta el infinito porque ahora NOSOTROS somos el producto. O mejor dicho, ya no hay “nosotros”. Sino un un mar de burbujas y tribus alérgicas entre sí que pugnan por su identidad. Todo esto es funcional a un sistema económico que nos quiere atomizados, débiles y sin capacidad de negociación. Un sistema que en vez de apoyarse en lo que tenemos en común, se apoya en la diferencia.
Cambiar la conversación sobre el empleo
Subo la radio. Van a dar las noticias. Mientras acomodo mis cosas, una voz gruesa se entusiasma. No habla del virus sino de economía. El número de ocupados en España llega a los veinte millones de personas, la mejor cifra desde 2008. E intuyo el frenesí porque todavía dar datos de aumento de empleo es algo alegre. Y vemos que los políticos, como un casette viejo, siguen prometiendo trabajo y yo me pregunto si no son conscientes de la creciente automatización de una sociedad, tal como plantearon teóricos como Jeremy Rifkin, de crecimiento con desempleo. Piketty ya nos advierte de la creciente desigualdad y precariedad. De sociedades ricas con empleo y pobres. Se crean puestos de trabajo que no sacan al individuo de la pobreza. Ya no podemos hablar de trabajo como indicador de bienestar y entonces pienso que lo que tenemos que hacer es cambiar la conversación. Interrumpir a los adalides del dato fácil. Quizás debamos dejar de prometer lo que no podemos dar. Y tal vez debemos preguntarnos por qué el empleo vertebra nuestro discurso y lo disciplina.
Quizás la pregunta debiera ser, no cómo crear más empleo ―por cierto incapaz de sacarnos de la pobreza ni de acabar con el cambio climático― sino ¿cómo podemos aprovechar el cambio tecnológico para tener más tiempo libre y, además, ser amigable con nuestro medioambiente? En esta línea, fue Maynard Keynes cuando llegó a Madrid en 1930 y dio su famoso discurso en la Residencia de Estudiantes, Las posibilidades económicas de nuestros nietos. Allí, él esbozaba una sociedad en la que solo trabajáramos 15 horas a la semana. Nick Srnicek, uno de los padres del aceleracionismo, retoma esta idea y la lleva un poco más allá. ¿Somos capaces de generar una renta básica que permita a los trabajadores mejorar su poder de negociación y visibilizar aquellas tareas que aportan al capitalismo pero no están reflejadas en el Sistema de Cuentas Nacionales? Piketty aboga por algo similar en su Capital e ideología y construye toda una arquitectura fiscal pero seguimos sin poder llegar al meollo de la cuestión.
Cómo poner en palabras una sociedad sin trabajo
Me siento a estudiar con mi hija. Tiene diez años y en su libro le enseñan qué es un eufemismo y qué es un tabú. Uno de los primeros: “parado”. Estar parado es tabú. Miren cómo cargamos de moral las palabras. Les dotamos de un peso que nos oprime. Y cuando pensamos en “trabajo” en seguida pensamos en “trabajo asalariado” y entonces todos aquellos que trabajan en casa, que cuidan de otros, que ayudan en la empresa familiar o incluso los consumidores que ahora asumimos tareas que antes hacían las empresas (piénsese en el caso de las cajas de autopago o las bandejas de Mc Donalds) para la sociedad están PARADOS y están parados, primero de todo, porque el mismo sujeto se autopercibe como parado, incluso aunque haya contribuido al PIB del país. Estos individuos, que para la sociedad y para el sistema son parados, construyen los cimientos de un sistema que no los reconoce para luego instalar la falsa idea de una sociedad sin trabajo. Y entonces solo nos queda volver a definir la noción de trabajo y ampliarla para incluir todo ese trabajo invisible muy bien resumido en el eslogan feminista: Eso que llaman amor es trabajo NO pago.
Teóricos como Helen Hester o el mismo Nick Srnicek abogan por políticas post trabajo en el que la renta básica puede ser un reconocimiento a todo ese trabajo invisible poniendo en valor la care economy. Una nueva economía no debe pelearse con el cambio tecnológico, debe abrazarlo y hacerlo suyo y potenciar que sea una herramienta como la que soñó Keynes de emancipación de los ciudadanos. Un robot puede ser una cosa buena si nos libera de los trabajos más pesados e indignos. Si nos regala tiempo para crear arte y embellecer la sociedad. Maynard Keynes quiso llevar Bloomsbury a todos los ciudadanos. Lo soñó e imaginó.
Esperando la utopía de Keynes
Han pasado casi 100 años de la publicación de Las posibilidades económicas de nuestros nietos. Keynes nos dijo que sus nietos ―yo, su bisnieta― llegaríamos a esa utopía. Y cuando camino y veo los plátanos que están por talar para instalar fibra óptica me pregunto por qué Keynes fue tan ingenuo. Y entonces vuelvo a mi biblioteca, porque quiero entender cómo el Cándido de Voltaire que recorre la violenta y asolada Europa, sale ileso de la maldad humana. Y se me prende una luz.
Apenas lo pequeño. Lo chiquito. La pavada. Apenas una mota. Voltaire me da la clave.
Limpio mi patio. Recojo las hojas. Y observo con detenimiento la inteligencia de ese narciso que se empeña en florecer amarillo hasta la obscenidad. Casi tozudo. Lo riego. Le quito las malas hierbas.
Lo miro bello e insignificante.
Y sonrío.
Buen artículo! El bienestar de una sociedad debería medirse por su Indice de Felicidad Nacional Bruta y no por cuanto empleo hay. En Bhutan usan el FNB como guía para gobernar.
De a poco la gente va cambiando de mente y está más receptiva a estas ideas. Gracias por leer y fomentar.
Muy buena reflexión.
Gracias.