Inicio una pequeña serie hablando del cuerpo. No hay un hilo conductor claro aun. Solo son apuntes para seguir pensando. La idea es explorar la racionalidad, la inteligencia, la tecnología y qué ha pasado con la filosofía y la economía que ignoran el cuerpo sistemáticamente. Primera parte.
Tabla de contenidos
El mundo del trabajo y el cuerpo
Uno de mis primeros trabajos como estudiante fue en una empresa de cursos de idiomas que además
mandaba a chicas de Au Pair, principalmente a Estados Unidos. Había que seleccionar perfiles y hacer el match con las familias.
Recuerdo ese departamento grande en Recoleta que funcionaba como oficina. El programa de Au Pair parecía perfecto en una época en que era muy caro estudiar inglés en el exterior. Una de las cosas que más presente tengo es cómo crujían los pisos de parquet cuando caminábamos. Los posters pegados en la pared. La folletería brillante. El papel, hermoso.
Leí con curiosidad los perfiles. Era gente comprometida con los niños. A mí todo eso me sonaba a chino porque me daban un poco igual los chicos.
Pero entre todos los candidatos había un perfil curioso e interesante.
Un chico joven. Ganas de trabajar. Experiencia comprobable. Organizador serial de eventos para niños.
Cuidador de primos y hermanos pequeños. Hablaba idiomas. Sonreía. Era un divino
total.
A los pocos días, acudió a la entrevista. Se le notaba la energía en la voz. Lo recuerdo flaco y bien
vestido. Un poco hippie para aquel barrio quizás.
Cuando nos quedamos solos me dijo el jefe, con su ligero tono de cocheto de barrio:
Está descartado.
¿Por qué?
Es hombre.
Un abismo entre la calle y los libros
Hasta aquí, el terreno de lo práctico pero luego vuelvo a los libros de ciencia económica, de filosofía. A mis recuerdos de facultad en donde nos enseñaban cosas bastante fabulosas como que podíamos tener información perfecta, que nacíamos con una renta básica, que había una competencia perfecta y que éramos rápidos para procesar información.
Casi éramos como una IA. La IA que alguien imaginó para los libros de texto. Un poco como entrar en un mundo paralelo en el que el cuerpo desaparece. La dicotomía entre esos dos mundos es fuerte.
Hasta cierto punto, es comprensible. A veces se dice que hay que simplificar la realidad, crear supuestos, idear un esqueleto ficticio. Desde las clases de epistemología, que la mayoría odiaba, pero a mí me entretenían mucho, nos decían que no importaban los supuestos, que era menester eso de crear toda una arquitectura ficticia y que incluso era posible hacer predicciones.
¿Crear un robot? ¿No era eso el homo economicus?
El problema no era construir un andamiaje artificial. Quizás era necesario y así nos lo decían, el asunto era que algunos desprendían conclusiones muy fuertes, dogmas, en base a esos supuestos. Implicaciones que luego se traducían en políticas públicas. Y entonces empecé a pensar que, en el mejor de los casos, todo este asunto era como una psicopateada muy sutil e interesante.
Ser mujer después de haber estudiado economía
Por supuesto, dejar de naturalizar en un mundo de normas sociales tan tiesas no es fácil pero una vez que uno aprende a poner la voz firme, ya sale natural y me sigue sorprendiendo cómo, solo por el hecho de tener un cuerpo de mujer, siga teniendo que ir un poco a machetazos para poder lograr lo que a un hombre le cuesta solo lo lógico. Lo que más lamento de ser mujer es mi voz baja, queda, como de mosquita muerta.
Yo admiro a esas mujeres de voces varoniles y firmes que no gritan pero tienen un tono que llega a todas partes. Mi voz siempre tiembla, duda. O al menos, así la percibo yo.
Yo no me hago escuchar y siempre me dicen: ¿qué? Entonces, cuando grito me dicen que estoy gritando o que estoy enojada. Creo que estos malos entendidos no los tendría si fuera hombre o tuviera un tono de voz más potente.
Pero quiero seguir con otra anécdota que ilustra muy bien todo esto de los cuerpos y la economía. Años después de aquel trabajo estudiantil, en otro puesto, una de mis compañeras faltó al trabajo porque tenía unos dolores de regla muy fuertes. A mí no me sorprendió. Alguien tenía un dolor físico y faltaba al trabajo. Los hombres también tienen dolores físicos muy fuertes.
Lo que sí me sorprendieron fueron los comentarios de las otras compañeras que condenaban y se jactaban de haber ido con dolor a trabajar.
Eso es muy de las mujeres, reivindicar que hacen las cosas con dolor. La realidad es que yo he ido muchas veces a trabajar con dolor pero no lo digo porque, en realidad, no me enorgullece en absoluto. Es más: aplaudo a esta chica y considero que ella, es mi ídola, así deberíamos actuar todas las mujeres. Por suerte, los tiempos han cambiado algo y ahora se reconoce en algunos países el dolor menstrual como causa de baja en los países (en España, a partir del 1 de junio pasado se puede pedir la baja por dolor menstrual pero está por ver si esto no se traduce en engorrosos trámites para la paciente).
Pero algo está empezando a cambiar
Hay una rama de la ciencia económica que ha empezado a hablar del cuerpo hace ya cuarenta años o más. Le llaman economía feminista y dentro de ella varias ramas, a veces antagónicas pugnan por su lugar. Pero algo tienen en común y es que rescatan del olvido, entre otras cosas, la idea de que la raza y el género sí deben ser parte de los modelos económicos. Y se llama feminista justamente porque el cuerpo es protagonista. Su forma. Su color. Y lo que cuelgue de él.
Hojeo algunos libros de economía. Veo los índices analíticos que, a la postre, son palabras clave. Leo: comportamiento, creencias, normas, preferencias, emociones, empatía, incentivos. Y pienso, ¿qué es esto?
¿Una ciencia económica o una economía de la mente?
Sigo buscando porque tiene que haber algo. Algo, alguna teoría en la que el cuerpo esté presente. Solo aparece la palabra gen y evolución que, en realidad, sigue opacando el asunto del género y la raza como determinantes del consumo y de la oferta de trabajo.
Los genes no explican, de momento, las diferencias entre sexos. Puede que haya algo más.
Entonces, me detengo, estoy llegando a algo. Encuentro algunas palabras que me pueden llevar al cuerpo. Veo algo: mercado de trabajo, oferta en el mercado de los cuidados (care service labor market), recompensas en el mercado de los cuidados. Interés propio, altruismo. Aquí puede que esté llegando a algo. Me topo con Nancy Folbre (1) que de esto sabe y me recuerda cosas que, en realidad ya sé.
La economía no estudia los motivos sobre por qué elegimos ciertas carreras, por qué la oferta de trabajo en determinados sectores está fuertemente precarizada. Los motivos no se estudian porque quizás tienen que ver con el cuerpo. En ese sentido, hay una racionalidad, una forma de pensar, o como queramos llamarlo que surge de esta relación del cuerpo con el medio.
El cuerpo que cuida es un cuerpo que tiene a otro cuerpo encima, colgando. Y en base a eso toma decisiones de consumo y de trabajo. ¿Cómo no va a ser importante el cuerpo a la hora de consumir? Nos cuelgan los dolores cuando nos recuperamos de un parto. Cuando subimos de peso, o bajamos. Cuando nos desangramos y nos volvemos anémicas. Y demandamos ciertos productos. Fíjense, que incluso las publicidades que tienen que ver con el cuerpo y la salud, desde medicamentos contra incontinencia urinaria, picazones vaginales, maquillajes o laxantes, tienen a las mujeres como protagonistas.
En este mundo en donde el cuerpo NO es tema para explicar demanda y oferta, nos inundan con esta publicidad en donde no existen hombres con hemorroides, con problemas de próstata, con asuntos de impotencia. El hombre no tiene achaques, no engorda, no se estriñe, no se acompleja.
No habla.
Y como no es tema, parece que no existen las palabras cuerpo y hombre en una misma oración.
El hombre es solo mente.
La ciencia económica, en su mayoría, escrita por hombres, es una ciencia en donde el cuerpo no se teoriza, sino la mente, recordemos algunas palabras clave en economía, otra vez: comportamiento, creencias, emociones, empatía, egoísmo, sacrificio, expectativas, racionalidad.
Entre el amor y el mercado
Y entonces busco con Nancy otra vez que me dice: hay que estar atento a las motivaciones. ¿por qué corno los salarios son tan bajos en la economía de los cuidados? ¿Por qué? ¿No le interesa al economista responder esta pregunta? Y entonces entra esa palabra tan manida y tan tremenda.
AMOR.
¿Qué pasa cuando hay amor? Todo se complica. Y vienen las normas. Y toda una gama de obligaciones implantadas que, a la postre, se traducen en algo completamente numerable y medible: la baja de los salarios. La gente cuida por diversas razones, no solo económicas, y el hecho de que alguien tenga que hacerlo sí o sí, complica las cosas. Es como si hubiera una inelasticidad en la oferta de trabajo doméstico. Siempre tendrá que existir esa oferta, remunerada o no, porque alguien tiene que cuidar a la sociedad de niños y viejos. Pero para poder entender aquello que siempre queda pendiente. Los cuidados son siempre un asunto pendiente. Tienen ese carácter entrópico del hablábamos antes aquí en El trabajo de pintar la verja y otras reflexiones. Hazel Henderson (2), pionera en esto de la economía feminista y ecologista, se refería a entropía para hablar de aquellos trabajos calificados de menor categoría porque son cíclicos. Hay que hacerlos, una y otra vez. Y el cuerpo aparece en toda su extensión. Siempre está pendiente cuidar. Nunca termina. No culmina. Cuelga. Pesa. En la mente. En el cuerpo cargo a mi hijo que cada día pesa más. Y entonces me encuentro con que debo tomar decisiones laborales en base a otro cuerpo que cuelga del mío.

Campaña de Ecofeminita y Oxfam para visibilizar el trabajo de cuidados que realizan de forma mayoritaria las mujeres.
Y requiere de una mente especial. De paciencia. De hacer y rehacer. Como barrer. Se ensucia. Se limpia. Se ensucia. Se limpia. Hay reiteración. Y no hay producto. Solo silencio. Y ese reiterar, impulsa a algo. Es el cuerpo que reitera. Que repite. Sostiene algo visible.
Las actividades prestigiosas, las de la esfera pública, se sostienen con ese trabajo cíclico e invisible. Ese trabajo que implica al cuerpo en toda su extensión. Y en donde el pendiente es un gigante que lo ocupa todo.
Es tan grande que no lo vemos.
¿Cómo puedo hablar de economía sin hablar del cuerpo?
Recuerdo con claridad una cosa. El trabajo de oficina. Remuneración por tareas random. Una serie de procedimientos. Un trato. Y algunas especulaciones que tenemos que hacer las mujeres cuando hay problemas laborales. Muchas de esos desvelos tienen que ver con eso.
Cita con abogado laboralista. Hay que mirar bien el finiquito. ¿Cuál es la primera pregunta?
¿Estás embarazada?
Algo, otro cuerpo empezó a crecer en mí. Mi forma de afrontar el trabajo cambió radicalmente porque asumí otras tareas.
Para aquellas tareas, no había moneda.
Y ya sabemos lo que piensa la ciencia económica de eso.
Parece que la ausencia de moneda silencia. Calla. Cuando no hay moneda, no hay estadística, entonces no hay trabajo.
Me miraba en el espejo. La forma de mi panza. Mi columna. Mis pies. El mismo hecho de que nuestro cuerpo cambie de forma, afecta nuestra capacidad de consumo y producción. ¿Por qué construimos sistemas jurídicos en donde obligamos a una parte de la población a cuidar?
De alguna manera, el cuerpo te hace rehén. Y en base a ese hecho tomamos decisiones. Nancy Folbre dice que cuidamos por diversas razones:
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- Altruismo
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- Sentido de responsabilidad
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- Disfrute intrínseco
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- Expectativa de algún tipo de quid pro quo informal
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- Un contrato bien estructurado con una remuneración
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- Coerción
El peso que tenga cada una de estas motivaciones va a determinar el poder de negociación de las mujeres. ¿Cómo podemos hablar de salarios sin hablar de las causas que llevan a las mujeres a cuidar?
Los niños cuelgan de sus madres
Van atados. Dependen. Se mueren si no. Y ellas sin saberlo también se atan a ellos. En Argentina se dice que cuando alguien está colgado, está distraído, en otro planeta. Quizás medio, dormido o drogado. En inglés, se dice hooked a estar enganchado a algo, de alguna manera el que está enganchado, sea el bebé o el adicto, depende de otro para vivir. El niño de su madre, el adicto de la droga. También el colgado puede haberse quedado pagando o esperando algo que al final no sucedió, quedó suspendido. Agarrado a algo y sin aterrizar.
Un apunte sobre Bloomsbury. Lydia Lopokova, novia de Maynard Keynes, es despreciada por el grupo Bloomsbury porque hay algo en su manejo del cuerpo que incomoda. Ella es bailarina, no tiene una conversación interesante. Seduce con su cuerpo. O bien su cuerpo es su forma de comunicación. Ni Virginia Woolf ni Vanessa entienden ese lenguaje. Se enojan. Se burlan. No consideran que esté lo suficientemente formada aunque haya sido la principal integrante de la compañía Ballets Rusos de Serguei Diáguilev.

Lydia Lopokova, bailarina de la compañía Los ballets rusos. Fue la mujer que enamoró a Keynes, para desgracia del grupo Bloomsbury. Victoria Ocampo la vio en París cuando ya casada, se le permitía ir a esta clase de espectáculos. La compañía estuvo más tarde en el Teatro Colón de Buenos Aires. ( Imagen de dominio público. Créditos: Ballerina Lydia Lopokova as the princess Aurora in The Sleeping Beauty, a ballet first performed by the Ballets Russes in 1921. This image is a digital reproduction from a picture by A.W. King as it was printed in the book Ballet Panorama (1938) by A.L. Haskell. The exact date of the original picture is unknown to the uploader, but was signed and dated 1922 by Lydia Lopokova on the right hand side.)
Una economía de los cuerpos
Pero no siempre fue así. Tiene que haber habido un momento en que el cuerpo estaba en primer plano.

Girolamo Mercuriale fue un médico, pedagogo, filósofo querescató del olvido la importancia de la gimnástica, olvidada en la Edad Media. Para él no era una ciencia sino un arte. Para ello, vuelve a los griegos y a la importancia de los gymnasium. Rescata esta obra recientemente Bill Hayes en Sweat: a history of exercise.
Más allá de los intentos de Girolamo, han tenido que pasar muchos años para que surja una crítica profunda desde la misma ciencia económica. La economía feminista pone de manifiesto el cuerpo desde el momento en que habla de las mujeres. En cuanto se nombra el género, se habla de cuerpo.
Algo le pasa al hombre cuando se habla de cuerpos, es como si fuera el terreno de la intimidad, de la mujer. Las mujeres hablan de dolencias, de complejos, la publicidad. ¿Y ellos? Hay grandes excepciones de autores hombres hablando del cuerpo. Por supuesto, en literatura, un terreno que quizás está abonado a abandonar los postulados de la racionalidad del hombre. No puedo olvidar La metamorfosis de Kafka, las obras de Mircea Cărtărescu en donde el cuerpo del hombre y de la mujer y su constante cambio de género e incluso de animal (insectos) es troncal en sus historias o la conmovedora El colgajo de Philippe Lançon, todo un relato pormenorizado de su trauma después de los atentados de Charlie Hebdo.

Tanto en Lulu (Travesti en su adaptación al comic editada por Impedimenta), como en mucha de la obra de Cărtărescu se juega con la idea de la metamorfosis de los cuerpos, no solo de hombre o a mujer sino a araña y otros insectos. Los sentidos, la percepción, las emociones son las verdaderas protagonistas de estos libros.
El mismo Maynard Keynes, amante del ballet y casado con una bailarina y gran gestor cultural, no ve como un problema la ausencia del cuerpo en los análisis ecónomicos. Sin embargo, son famosas sus descripciones de los cuerpos de los hombres que asistían a la Conferencia de la paz en Versailles. En esta pequeña obra encontramos pasajes memorables sobre la forma de moverse de los funcionarios, su vestimenta, la manera de mirar. Para el economista todos estos rasgos también explican decisiones que, a la postre, son económicas. En su texto El Dr Melchior: un enemigo derrotado Keynes (3) hace una descripción de la Conferencia de la Paz que apela a todo aquello que también construye a los economistas: los sentimientos. El retrato de Dr Melchior en defensa de los intereses alemanes ante una Francia que no dudaba en extender la prohibición de mandar alimentos, fue calificado por Virginia Woolf de obra maestra. Keynes hablaba también de economía aunque su registro era literario. Por que la economía también es negociación, lenguaje no gestual, especulación, miradas y vestimenta. Curioso es que estos textos de Keynes no se estudian en economía ni forman parte de los libros de historia económica.
Se inventa a la mente para no nombrar al cuerpo
Hay algo poco digno y quizás es esta idea (que la economía roba a la filosofía) de que no es posible que seamos solo un cuerpo.
El ser humano necesita creer que existe una mente y que esa mente es superior al cuerpo. Necesita creer que somos algo más que materia y yo me extraño y me pregunto: ¿qué problema hay con nombrar aquello que en realidad es nuestra puerta de entrada al conocimiento, la experiencia, las emociones? Todo, lo mediatizamos a través de cuerpo.
En el siguiente artículo exploro la idea de racionalidad, cuerpos, naturaleza y tecnología.
¿Cómo ha determinado tu cuerpo las decisiones económicas que has tomado como consumidor y como trabajador? ¡Te espero en los comentarios!
(1)Nancy Folbre es una economista cuyos estudios se centran en la relación entre la economía y la familia, el trabajo fuera del mercado y la economía de los cuidados. Es Profesora de economía en la Universidad de Massachusetts Amherst. Lo que se comenta acá está basado en este capítulo del libro. Folbre, N., & Weisskopf, T. (1998). Did Father know best? Families, markets, and the supply of caring labor. In A. Ben-Ner & L. Putterman (Eds.), Economics, Values, and Organization (pp. 171-205). Cambridge: Cambridge University Press. doi:10.1017/CBO9781139174855.008
(2) Recomiendo leer ferviertemente la entrevista que le hace Fritjof Capra a Hezel en donde expone todos sus dilemas en torno a la naturaleza y la concepción occidental de la misma. En este artículo me baso en esa entrevista que aparece en Capra, Fritjof. Sabiduría insólita. Kairós. 1992
(3)Keynes, Maynard. Dos recuerdos. Acantilado. 2006
(*) Quiero agradecer a Joaquín Herrero que con sus preguntas y sus reflexiones sobre si es posible una teoría de la racionalidad que incluya al cuerpo en su análisis y los podcasts que realizan desde Filosofía no sirve para nada, generan debate y pensamiento en muchos de nosotros. Y aprovecho para recomendar especialmente el episodio de Filosofía y danza que creo que entronca muy bien con todo lo que se debate en este artículo.
¿Es el cuerpo¡ No es algo más. Las mujeres tienen que habérsela con condiciones inevitables. Por ejemplo, son fuertes, creeíbles y honestas. No son chantas, que es como se describe en la Argentina a la persona que presume ser algo que no es, o de una ciencia o capacidad que no tiene. Por eso son cumplidoras. Y creíbles, por eso son intransigentes, a veces temibles. Y honestas: no hay contable más eficaz que una mujer, porque no te roba.
Ni sabría decirte. Hay de todo creo.