Hoy hablamos de algo triste. Y de lo que sucede cuando perdemos el control sobre nuestros datos personales.
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Un suicidio
Estoy un poco indignada por las noticias de los últimos días. Una mujer se suicidó en Madrid producto del acoso que sufría por un video de contenido sexual que se difundió en su lugar de trabajo. No voy a hablar una vez más sobre lo que es la privacidad (predicar en el desierto es mi especialidad). Hoy solo quiero mostrar mi consternación por este asunto y pido a los cuatro vientos que que se forme a los ciudadanos desde el colegio en el manejo de los datos personales. Cada vez más pienso que no se puede hablar de acoso sin hablar de privacidad y control de nuestros datos personales.
Nuestra información es como nuestra casa: lo más sagrado que tenemos. Imagínense lo sagrado que es que hay gente dispuesta a quitarse la vida cuando ese derecho se vulnera.
Según una encuesta de UNICEF el 12% de los niños habían sufrido acoso, cifra que se eleva al llegar a la adolescencia mientras que más del 42% de los chicos entre 15 y 16 años han recibido mensajes sexuales[1].
Pero ¿qué pasa cuando llegamos a adultos? Y me sale «la vieja chota» que llevo adentro y termino haciéndome preguntas ñoñas como ¿Qué ejemplo estamos dando a los chicos cuando nosotros que somos los mayores no custodiamos como es debido nuestros propios datos personales?
Cuando regalamos nuestra información
Hace poco me comentaban lo que sucede a menudo en los colegios: se recoge información y los padres como borregos la completan. Llene esta ficha, ponga sus datos. Dígame dónde vive.
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Fuente: Pixabay |
Y me dan ganas de ponerme a patear el trasero de todo aquellos que me piden datos y no me cuentan por qué. Cada vez me parece más violento. Igual que cuando me llaman por teléfono empresas de telefonía para obtener información y venderme servicios.
-Disculpe, quiero hablar con el titular.
-¿Y a usted qué corno le importa quien es el titular?
Por favor, invito al ciudadano a tener una mirada crítica en general a la entrega gratuita de nuestra información y la de nuestros hijos. Tengo la sensación de que falta mucha educación. Demasiada. Y ni siquiera los adultos saben muy bien qué hacer. Pero me sigue espeluznando la facilidad con la que entregamos datos de nuestra vida cotidiana.
Ya se está volviendo una práctica demasiado habitual que toda conversación con un servicio de atención al cliente comienza con toda una charla previa en donde te sacan hasta el DNI, nombre, dirección, correo electrónico. Y uno pierde un tiempo precioso sin saber si van a poder solucionarte el problema. Muchas veces, todo termina en un NO a algo que uno pide como cliente, pero siempre ese NO sucede luego de haberte desplumado de datos. Está claro que los pobres teleoperadores están entrenados para esto. Quizás debamos también exigir que esto no pase.
Ojo, no estoy diciendo que no lo hagamos, solo que sepamos lo que estamos haciendo. Que exijamos respuestas a nuestras preguntas. ¿Para qué quieres toda esa información? A lo mejor no es necesario dar todo lo que nos piden. Pensemos en brindar solo aquellos datos que son imprescindibles para que la empresa pueda darte ese servicio. Seamos vigilantes. Incluso en los ámbitos de confianza como colegios o empresas. Cuidemos lo más valioso. Démosle el valor que les da las empresas y el Estado. Porque normalmente las situaciones de acoso y pérdida de control de nuestros datos personales se dan en un ámbito de confianza.
Algunos decían hace un tiempo, la privacidad está muerta. No. La privacidad no lo está y nos sigue importando mucho: la prueba es que podemos caer en una angustia desmedida cuando sentimos que perdemos el control de nuestra información porque la privacidad ES control. Cuando perdemos ese control es como si nos estuvieran entrando por la ventana a desvalijarnos la casa.
Como bien dice Dana Boyd en Privacy, Publicy and Visibility, no solo debemos pedirle a la persona que le confiamos un secreto que no lo revele, debemos pedirle a toda una arquitectura tecnológica que nos ayude a no revelar nuestros secretos porque estamos viviendo inmersos en una tecnología en donde “las paredes hablan”.
La tecnología es botona y nos manda al frente. Pidamos a los arquitectos de este monstruo que fijen esos muros. Los apuntalen. Los hagan más seguros.
Para todos los ciudadanos.
Las mujeres, siempre en la mira
Por último, cabe preguntarse. Se difunden videos sexuales como el de esta trabajadora de IVECO. Ella está con un hombre pero a la que acosan es a ella. Algo parecido pasó hace tiempo con Olvido Hormigos, ella se quema pero no su pareja. Y todos recordamos el caso de la actriz Florencia Peña y la difusión de videos íntimos con su esposo. ¿Quién sufrió el acoso de la difusión de las imágenes en donde aparecían un hombre y una mujer?
Ellas. Siempre ellas.
Parece que todavía hay algo en la sexualidad de las mujeres que incomoda a muchos. Y sería interesante analizar si no es violencia de género. ¿No se les perdona a ellas que disfruten de su sexualidad?
Queda mucho por aprender. Y el Estado una vez más debe estar presente.
Para todos y todas.
[1]Fuente: Los niños y las niñas de la brecha digital en España. UNICEF. 2018
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Interesante y bien escrito.
¡Gracias!