Como ya les adelanté a hace unas semanas, llegó a mis manos el magnífico libro editado por Blackie Books Babar. Todas las historias, un recopilatorio de las cinco historias originales que escribió Jean de Brunhoff antes de morir. La verdad es que cuando vi el libro por primera vez, me asaltó una emoción enorme: Babar, el elefante había sido uno de los personajes esenciales de mi niñez.
Aunque ya no recordaba ninguna de sus historias, tenía en mi mente grabadas sus maravillosas ilustraciones. Simples. Acogedoras. Informativas. Aquellos dibujos eran una historia en sí misma, el verdadero meollo de la cuestión. Podías buscar detalles de la historia en ellos. Regodearte. Imaginar a lo grande.
Llegué a casa con esa ligera ansiedad del libro nuevo y redescubierto de mi infancia. En este caso, con el añadido de que iba dárselo a leer a mi hija de cinco años buscando sus reacciones, sus preguntas y rememorando las mías.
Tabla de contenidos
La historia de Babar, el elefante
Babar tiene un planteo simple: un pequeño elefante pierde a su madre a manos de un cazador. Una huida de la selva a la civilizada París en donde Babar conoce a la anciana señora, una mujer rica que no duda en darle su billetera para que se compre lo que quiera.
Babar se viste, empieza caminar en dos patas, se va de compras a lo que podemos intuir que son las Galerias Lafayette y decide volver a la selva y convertirse en rey.
Este es el esquema de una historia que, hoy en día, sería considerada políticamente incorrecta pero que no dudé en leerla a mi hija. Mejor dicho, ella fascinada por las ilustraciones, se puso a leer sola. Enganchada. Apasionada.
Descubrir Babar en el siglo XXI
Yo la dejé mientras me sentaba a escribir y pensaba que Babar me estaba otorgando unos minutos de escritura y de paz para trabajar. Al mismo tiempo, aguardaba en silencio. En la retaguardia. Al acecho de sus emociones, sus comentarios. ¿Qué me diría una niña nacida en el siglo XXI?
No pasó mucho tiempo para averiguarlo. Me asomo al rellano. Saco mi cabeza por pasillo. Escucho algo. Y la veo venir.
Estaba llorando desconsolada: era la primera vez que mi hija lo hacía leyendo un libro. Habíamos sobrevivido al lobo de Caperucita, al malvado dueño del circo de Pinocho, las hermanas bitches de la Cenicienta, sin embargo, nunca había mostrado horror ni tristeza alguna.
Con Babar fue distinto. Estaba conmovida, triste, descorazonada. La mamá de Babar estaba muerta. La abracé y la consolé y, una vez que se hubo calmado, la animé a que siguiera leyendo. A que ella misma descubriera cómo la historia proseguía. Quería que ella misma leyera las peripecias y los momentos felices de Babar.
Pasaron los días. Y las cosas cambiaron radicalmente. Mi hija se hizo hasta tal punto fanática que leímos juntas varias veces las cinco historias. Ella sola. Yo con ella. Y pudimos charlar sobre cuestiones que, de otra manera, no hubieran salido a la luz. La muerte. Los conflictos. La vida en familia. La ecología. La selva. Los cazadores. La navidad. Suena un poco naif pero así sucedió.
Babar, con su tono antiguo, casi diríamos, caduco, ha sido una herramienta fantástica para que mi hija se enamorara de la lectura una vez más.
Hoy a los Hermanos Grimm les costaría encontrar editor
Y todo este asunto, me ha hecho reflexionar sobre los libros que damos a nuestros hijos. Sobre lo que consideramos adecuado o no. Y debo decir que tengo sentimientos encontrados (puedes leer aquí algunas recomendaciones de libros para niños que están aprendiendo a leer).
Hasta hacía poco, cuando le leía a mi hija el cuento del El lobo y los siete cabritos, normalmente le cambiaba el final. Me parecía muy duro decirle que la madre le abría la panza al lobo y le ponía unas piedras y lo tiraba al río para que se ahogara. Sin embargo, años después, cuando aprendió a leer por su cuenta, agarró el libro y lo leyó. Por supuesto, se enteró del terrible final y ¿qué pasó? Nada de nada. No le dio la menor importancia.
Más adelante me pasó con Caperucita Roja, ella estaba trabajando en el colegio la historia y me topé con diferentes versiones, todas ellas muy interesantes, como que Caperucita Roja se enamora del lobo y se escapan en un descapotable a disfrutar de su amor. Pero un día abrí el compilado de Cuentos de hadas de Angela Carter (ed. Impedimenta)[1], leímos el cuento juntas y, en la versión original pensada en un principio para adultos, el lobo se come a Caperucita y punto. De vuelta, mi hija no se inmutó. Le dio igual.
Todo esto me ha hecho reflexionar sobre la censura que a veces ejercemos con la literatura a nuestros hijos. A menudo, leemos libros de esta época, libros políticamente correctos en donde se fomenta el ecologismo, el compartir, la inclusión. Siempre he estado a favor de este tipo de literatura[2]. Hay realmente álbumes ilustrados que son obras maestras pero a menudo me pregunto si estos libros ausentes de conflicto son igual de didácticos e instructivos que otros en los que aparecen asuntos que hoy en día son reprochables.
Señores, no tengo resuelto este dilema.
La buena literatura conmueve pero no nos tiene que dar la razón
Está claro que la mirada adulta sobre el libro infantil no es la misma que la del niño. Nosotros, como padres, hacemos lecturas que ellos no hacen. Sin duda, Babar plantea algunos dilemas morales.
Haciendo una interpretación malintencionada de la historia, hay quien podría decir que, en muchos aspectos, Babar huele a rancio y caduco[3] pero yo diría que en ese espíritu radica su valor como joya literaria infantil y como testimonio de un mundo que se acabó[4] o que se está poniendo en cuestión, y, en esa clave, puede servir para ilustrar, criticar, charlar y debatir sobre cuestiones profundas con nuestros hijos de forma mucho más pasional y visceral que con una historia moderna que no se atreve a establecer el conflicto por temor a traumar a nuestros niños.
Señores, la literatura conmueve. O al menos, yo creo que debe conmover. Es cuando toca nuestras fibras más sensibles que sentimos que podemos aprender de una experiencia. Los niños de alguna manera, experimentan con las emociones cuando leen. ¿Debemos tenerlos en una atmósfera literaria idílica en la que los personajes son perfectos y no hay conflicto alguno? De verdad, tengo sentimientos encontrados.
Mañana la segunda parte en donde destripamos las contradicciones de Babar y analizamos por qué se vuelve, con el paso de los años, más bizarro y entrañable.
YA PUEDES LEER LA SEGUNDA PARTE AQUÍ.
YA PUEDES LEER LA SEGUNDA PARTE AQUÍ.
[2][2] Un buen ejemplo son los álbumes ilustrados de Olga de Dios, una maravilla de libros, hermosamente ilustrados y con mensaje. Muchos de ellos, son recomendados en los colegios como parte de la bibliografía que puede leer un niño.
[3] Para una crítica interesante sobre Babar y otros personales leer a Ariel Dorfman. También les recomiendo este interesante artículo de Santiago Gerchunoff sobre Babar y Elmer Babar republicano, Elmer liberal: A lomos de los elefantes que encarnan la historia de la literatura infantil del siglo XX. No sé nada de Elmer. Tendré que informarme. ¿Será de una generación posterior a la mía?
[4] Jamie Tehrani, antropólogo estudia cómo se dispersan los cuentos de hadas a lo largo del globo y plantea que son estos cuentos tradicionales los que reflejan los miedos y la coyuntura de una sociedad concreta. Le invito a que investiguen a este antropólogo: tiene estudios muy interesantes. https://www.dur.ac.uk/anthropology/staff/academic/?id=5388
Muy profundo el cuento; crianza, lectura, placer, todo.
¡Un gran libro, sin duda!