Hoy hablamos de las primeras obras de los escritores, de los misterios de la creación artística y de por qué a cierto sector de la edición tradicional le incomoda la obra autopublicada.
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Cuando el autor no se reconoce en sus propios libros
Hace poco se me presentó un dilema: sacar de la venta mis dos primeros libros.
Me pasa lo siguiente. Hay gente que sigue comprándolos por diversas razones y yo pienso que ya no me representan.
Creo que es la tragedia del escritor. En cuanto el texto sale de las cavernas de mi mente y se plasma en el papel, empieza su proceso de oxidación. Como la manzana que, una vez que la cortas, empieza a ponerse amarilla. Supongo que le pasa al actor que no se quiere ver en sus primeras interpretaciones.
Sin embargo, hay una voz interna que contradice estas intuiciones. Yo no tengo que dar explicaciones. Y a lo largo de mis obras hay una evolución. Como el oficinista que también mutará o el verdulero. En este sentido,¿tienen valor esas primeras obras?
Evidentemente, son partes de un yo anterior que no tiene nada que ver conmigo ahora pero renegar de ese pasado me pone en un lugar en el que no quiero estar. ¿No llevamos los escritores un entrenamiento en eso de exponernos y perder el miedo al ridículo? En ese sentido, ¿qué importa lo que piense la gente? ¿Pueden esos prejuicios perjudicarme en mi carrera?
Y todo esto me llevó a pensar en la obra primigenia. En el valor de la misma. En si es parte del morbo de la creación artística. Y si esas primeras obras nos pueden llevar a destripar lo que Stefan Zweig llamó “el misterio de la creación artística”.
Las primeras obras de un escritor
Instintivamente, cuando investigo a un autor empiezo por sus obras más recientes. Siempre pienso que sus primeros escritos pueden llegar a tener un carácter más amateur. Me pasó con Paul Auster en su día. Su primera novela no era muy buena. Sin embargo, luego pegó varias que eran excelentes y después desbarrancó un poco, que es lo que pueden hacer los buenos escritores: darse el lujo de escribir libros malos. Y quizás, en eso consiste esta carrera: en poder llegar a ese punto en el que, escribas lo que escribas, la gente y los editores sigan apoyando.
Hace unos años hubo polémica con los famosos relatos de Raymond Carver titulados De qué hablamos cuando hablamos de amor. La controversia había surgido porque el autor había escrito un original llamado Principiantes que Gordon Lish, su agente cercenó en más de 40%. Hace unos años, Editorial Anagrama publicó la restauración del original después de un largo trabajo. Pero yo me pregunto ¿hizo bien Gordon Lish en hacer ese trabajo? ¿Hasta qué punto se extralimitó?
Entiendo que el escritor puede sentirse censurado pero como lectora ¿nos interesa saber cómo concibió el autor la obra? ¿Queremos entrar en ese «detrás de escena» del arte?
Yo no estoy segura.
Para mí, el arte es lo bello. Es algo puro. Es perfecto en algun sentido. Sin embargo, el making off de las cosas lo encuentro sucio, imperfecto. Lleno de sufrimiento. Sudor. Entiendo que pueda haber un interés casi antropológico pero como lectores, ¿nos interesa saber qué artilugios utilizó el artista para llegar a su obra?
Stefan Zweig piensa que sí. En el discurso que brindó en 1938 en Buenos Aires ahonda en esta idea de destripar los misterios del artista. Y en ese proceso, casi forense, de seguir sus huellas seremos, alega, aún más capaces de apreciar la belleza del arte. ¿Acaso estudiar los misterios de la luna nos impide de valorar y apreciar su belleza?
Y entonces, veo que Zweig tiene su punto y me hace pensar. Por supuesto, no puedo compararme con todos aquellos artistas que cita el autor en su libro pero puede que haya algo sagrado en esos primeros escritos. ¿Una huella? ¿El secreto del mecanismo del arte? Quizás, estoy buscando excusas para no terminar de sacar de la venta mis dos primeros libros.
Y hay quien dice que los autores tenemos prisa por publicar. Y a esos también les contesto.

Algunos editores están llenos de prejuicios
No es que tengamos prisa por publicar. Tenemos prisa por trabajar como cualquiera. Hace poco escuchaba un vivo de Instagram de una conocida editorial independiente argentina en donde se habló de autopublicación. Claro, ellos como editores se dedicaron a ningunear a un sector que, les guste o no, mueve mucho dinero.
En realidad, a mí me da igual si el sector de la autopublicación mueve o no dinero pero muchos editores tradicionales y libreros de la vieja escuela todavía creen pertinente preguntar con total ignorancia:
¿pero esos venden algo?
¿Por qué no se lo preguntan a los miles escritores que son editados por una editorial pero no los conoce nadie, excepto los cuatro gatos de su tribu? El tema del dinero, las ventas y la subsistencia siempre es relevante para los autopublicados. Nunca para el resto.
Y siempre sobrevuela esa idea absurda de que si autopublicas, no eres profesional o no te tomas en serio tu profesión.
Aparte de mostrar una gran ignorancia y poco contacto con esos autores, me da la sensación de que hay un muro infranqueable entre esos dos ámbitos que me deja pasmada. Están ahí, en las redes sociales, en la calle. Y sin embargo, no se tocan. Se ignoran. Y yo asisto perpleja a la observación de los prejuicios de ambas partes.
Y me río y a veces polemizo porque, ante todo, creo que hay lugar para todos. ¿Por qué molesta tanto a cierto sector de la edición que un autor no quiera esperar los tiempos de una editorial y quiera autopublicarse?
Yo creo que hay espacio para todos y que nadie debe decirnos cómo debemos hacer nuestro trabajo. Sin embargo, intuyo esa desconfianza. Yo soy de las que pienso que escribir es un trabajo y que si una editorial no quiere publicarme, estoy en mi derecho a hacerlo por mi cuenta, justamente porque para mí es un trabajo y no un hobby.
Hace poco, en una entrevista a Cristian Perfumo (ganador autopublicado hace unos años del Premio Amazon) en el último Liber Digital, se especulaba sobre la idea de hasta qué punto es necesario que nos curen los contenidos que leemos. Ya lo he dicho la semana pasada. Yo consumo a las editoriales. Y me gusta que cada una tenga su ADN pero eso no significa que TODO el contenido al que accedamos tenga que ser comisariado por una editorial. Perfumo se preguntaba: ¿acaso necesitamos a un editor para que nos cure el contenido de los blogs o de la música?
Hace poco descubrí el libro antes citado de Stefan Zweig. Casi toda la obra de él está en Acantilado pero ésta está publicada bajo un sello que era completamente desconocido para mí (Sequitur). Sin embargo, me tiré de cabeza porque de Zweig suelo leerlo todo y el tema me interesaba. A veces seguimos editoriales pero otras seguimos autores o seguimos temas concretos. Y esto me lleva a otra conversación
Las primeras obras a veces son autopublicadas
A menudo la idea que subyace en el mundo de la edición tradicional es que si no te publica un tercero, te abstengas de publicar.
¿No les parece una idea cruel y elitista?
Sería como decirle a un carpintero: busca trabajo en un taller pero si nadie te contrata, ni se te ocurra hacer un placard e intentar venderlo. No fabriques una estantería por tu cuenta. No estás preparado. No tienes experiencia. Lo harás mal. ¿Le dicen lo mismo al actor que recién empieza? ¿Al cineasta que hace sus primeros cortos de forma casera?
Los comienzos no son fáciles PARA NADIE. Pero se aprende en el camino y, si encima se puede vivir de ello, ¿por qué no podemos buscar nuestra forma de ganarnos la vida como mejor podamos? ¿Por qué este cuentapropismo dentro del mundo de la escritura genera tanta incomodidad a algunos?
Y volviendo a esto. Arthur Rimbaud autoeditó Une saison en enfer. Luego se arrepintió y quiso destruirlos. Sobrevivieron algunos ejemplares “pequeños y sucios papel para envoltorios” (ob cit. p.93). Incluso sus amigos coleccionaron e imprimieron muchos de sus versos. ¿Acaso cometieron algún pecado por hacerlo? ¿Violaron algún canon?
El mundo del arte y la creación tiene hambre. Siempre va a buscar la manera de sobrevivir. Trascender. Hay algo mágico. Quizás es la idea de vencer a la muerte. Pasar a la posteridad. Y en el medio, ganarse la vida.
En busca del manuscrito original
Volviendo a Stefan Zweig y a su búsqueda de los misterios del artista, cabe preguntarse si ese retorno al manuscrito original tiene sentido hoy en día en el que no escribimos más a mano.
Quizás esos primeros libros que escribimos y publicamos sean los antiguos manuscritos que tanto encanto tenían. El color de las hojas. Las tintas. ¡Qué maravilla que son los objetos de la escritura!
Sigo debatiéndome sobre si quitar mis primeros libros. Siento que si lo hago, me traiciono a mí misma pero si los dejo es como mostrar algo que ya no me representa. Tal vez ahí radica la tragedia de la escritura. En cuanto sale de la mente del creador, se oxida. Cambia de color. De textura. Se vuelve ajena.
Yo no soy fetichista de estas cosas pero parece que hay gente dispuesta a pagar mucho dinero por ciertos manuscritos. Y aquí les aporto un dato curioso: existe una editorial francesa llamada Editions des Saints-Pères que se encarga de editar y publicar primeros manuscritos. Encontramos obras primigenias como el primer borrador que regaló Lewis Carrol a Alicia, la verdadera, que inspiró Alicia en el País de las Maravillas. Fijensé el valor que tuvo ese primer documento que es una maravilla, que Alicia, por problemas económicos, lo tuvo que vender años después a Sothebys. Pero encontramos auténticas joyas para el amante de la antropología forense de la literatura. Es aquí donde hallamos esas huellas de las que nos habla Zweig. Por ejemplo, varios poemas de Rimbaud de Une saison d’enfer enmarcados se consiguen por 125 euros aproximadamente.
Aquí ya hablamos de la literatura convertida en un objeto de lujo, un fetiche. La exaltación de los orígenes de la creación artística cobran significado como bien escaso, irreproducible, único como una joya.
Miro en la pantalla el primer borrador de Mrs Dalloway de Viginia Woolf. Hay tachones. Hojas arrugadas. Una letra ininteligible. Un poco se ve ese desorden de la creación artística. Y se ven esos cambios de opinión en algunos términos. En algunos nombres.
Y me doy cuenta de que no sé si quiero saberlo.
Sin embargo, hay algo que me atrae. Quizás no es su contenido sino esa belleza que emana del borrador. Como objeto. La textura del papel. La tinta. El paso del tiempo. El manuscrito de Mrs Dalloway lo encuentro bello pero, no por su contenido literario, sino por su forma. Y así, vemos que lo literario muta en otra cosa. Eso también es arte pero ya es un objeto raro que se alaba.
Por su escasez.
Por lo que significa en la historia.
Por lo que nos dice sobre una época.
Por su belleza.
Y entonces pienso que quizas sí lo primigenio tiene un valor. O quizás lo tiene cuando el autor triunfa y nos da ese morbo por conocer su «detrás de escena».
Y a vos, ¿te da morbo la creación artística o solo te conformas con un buen libro? ¿Sueles escribir a mano? ¿Estarías dispuesto a pagar por un manuscrito original? ¿Te gustan los «behind the scenes»?
Me sentí indentificado, en el peldaño más bajo de la creación, claro está.
Ser creador me ha reportado más dolor que satisfacción. Siempre empujado por otros, más, que por mi propia valentia en mostrar lo creado.
Desde mis primeros comienzos me autopubliqué, nadie apostaba por mis trabajos. Eso me llevó a pensar que era realmente pésimo, sin embargo, surgieron de algún recóndito lugar alguno pequeños destellos de esperanza.
Gracias por tus brillantes palabras, Silvia.
He recomendado varias veces tu página, pero la gente suele estar en otros «estados mentales» dando preferencia a lo tangible.
Un abrazo desde el sur.
Muchas gracias Orlando por tus palabras. Me alegro que te gustara el artículo. Yo creo que los rechazos son parte de la carrera como escritor. No les doy entidad porque nunca sabré las razones y eso, en realidad, es bueno porque no perdemos energía en los otros y en el afuera que es efímero, azaroso y, muchas veces, superficial. Mejor trabajar uno mismo y disfrutar en el camino. Un saludo.
Sigue habiendo prejuicios contra la autopublicación. Incluso yo los tuve cuando empezó ese mercado. Sin embargo, desde que leí por primera vez el punto de vista de una autora autopublicada, mi percepción cambió e investigué más. Hoy en día, no planeo buscar editorial.
Creo que los dos caminos son válidos. Hay buenas y malas experiencias en los dos ámbito. Lo bueno es evitar los prejuicios desde ambas veredas. ¡Gracias por leer y comentar! Muy interesante tu experiencia.