Hoy hablamos de cronistas, biográfos y periodismo rosa y nos preguntamos por qué son tan criticados y tan populares. Algo tienen que apasionan e indignan al mismo tiempo. Biografía y periodismo rosa, les guste o no, también son literatura. Y les aseguro que hay auténticas joyas. Veamos.
El biógrafo ¿es un chimentero encubierto?
Por razones que no vienen al caso, me encuentro leyendo Cómo se escribe una vida de Michael Holroyd (La bestia equilátera, 2011). Debo decir que el género de la biografía me encanta cuando está bien hecho. Creo que incluso una buena biografía es una excelente herramienta de aprendizaje a todos los niveles. Puede ser literaria, histórica. Podemos decir que está a medio camino entre la novela y el trabajo sesudo de investigación. Se nutre de las dos cosas. Es más amena que la historia pura y dura aunque puede ser más reflexiva que una novela. Holroyd decía que la Historia se ocupa de lo que es común a todos los hombres mientras que la Biografía se centra en personas concretas. Y diría yo que tiene una cuota de picardía que no tiene el historiador. Es menos académica. En efecto, Holroyd encuentra a la biografía más emparentada con el periodismo que con la historia o la novela.
Pero, ¿quiénes son estos biógrafos que escriben sobre la vida de otros? El autor lo tiene claro: “en Gran Bretaña son una pandilla inconformista de amateurs autoempleados” (p.49). Así se define a sí mismo ya que él nunca pasó por la universidad. El libro tiene momentos brillantes y algunos de escaso interés. Se trata de un compilado de ensayos bastante desiguales en torno al arte de escribir biografías. Resulta interesante la mirada del escritor que escribe e investiga sobre la vida de los otros. Tiene varias perlas y da para reflexionar sobre el arte de contar la vida de los otros.
En otro registro más literario pero igual de documentado que Holroyd, tenemos a Stefan Zewig, para mí, de los mejores biógrafos literarios porque hace lo que a cualquier lector le fascina: es capaz de transformar a personas reales en personajes de ficción. Piensen en María Antonieta, un culebrón que narra con mecanismos típicos de la novela la interesante vida de esta reina. Los pasajes están contados con tan erudición y belleza que resulta conmovedor. Está claro que algo tiene el biógrafo que no tiene el historiador. Pero ¿cómo ha cambiado el trabajo de estos cronistas en el siglo XXI?
¿El periodismo rosa puede ser literatura?
Antes teníamos las cartas, y todo el material que dejaba el biografiado en manos de sus albaceas pero ¿se ha transformado la forma de narrar las vidas de la gente? ¿Está la prensa rosa o del corazón emparentada con este género? ¿Por qué es un género denostado por algunos?
Creo que en el arte de contar la vida de los otros, está nuestro propio prisma. No deja de haber una cuota de ficción y de intención. Por eso reivindico el periodismo de espectáculos y de la vida de la gente cuando está bien hecho. Cuando entretiene. Holroyd revolucionó el arte de la biografía cuando biografió a un biógrafo: Lytton Strachey. Puso en la vitrina la vida privada de un personaje que merecía ser una celebridad en una época en la que estaba pasando al olvido. Solo por el capítulo dedicado a Lytton Strachey, merece ser leído este compilado de ensayos. Resulta atrapante el trabajo de investigación y esa sensación de que la vida privada explica mucho de la vida pública de las personas. No podemos entender una cosa sin la otra. El éxito de la biografía sobre Lytton Strachey fue tan rotundo que rápidamente hubo interés en hacer la película de Carrington, una de sus amantes, que al final se llevó al cine con guión del propio Holroyd.
El problema de que el biografiado o su entorno esté vivo
Stefan Zweig no tuvo el problema de lidiar con nadie porque se dedicó a escribir biografías de personas muertas: Montaigne. María Estuardo. María Antonieta. O simplemente, se encargó de narrar hechos históricos ocurridos hace demasiado tiempo como la vida de Fouché o la caía de Constantinopla. Pero Holroyd no lo tuvo tan fácil. El autor narra la repercusión que tuvo la biografía de Lytton Strachey en el Círculo Bloomsbury: no cayó muy bien entre los miembros que aún seguían vivos. Podemos entenderlo: cabe esperar que el biógrafo se gane muchos enemigos. No fue esta la excepción. El autor ponía sobre el papel todas las intrigas de Lytton con sus amantes, entre ellos, Keynes, en una época en la que la homosexualidad estaba a la orden del día pero de la que no se hablaba abiertamente. Bloomsbury era un círculo experto en contravenir las normas y, al mismo tiempo, en mantener las apariencias. Holroyd nos ofrece un culebrón de esos que hoy en día un periodista del corazón podría reconstruir a base de capturas de WhatsApp. Pero aun más: yo creo que el periodismo o la crónica de la vida privada está invadiendo ámbitos que antaño eran considerados serios o ¿acaso no está haciendo prensa rosa Jordi Evole cuando entrevista a Miguel Bosé? ¿Qué lo diferencia de la entrevista que dio Rocío Carrasco en Tele5 o el testimonio de Nevenka emitido por Netflix? ¿Son las formas? ¿Es el contenido? ¿Es la fama o la reputación de los entrevistadores?
Se dice que cuando Truman Capote escribió Plegarias atendidas (Anagrama, 1980), su última obra inacabada, se publicaron como adelanto capítulos sueltos en la revista Esquire en donde hacía públicas intimidades de la alta sociedad a la que él pertenecía. El precio que pagó fue alto. Perdió amigos y se quedó solo.
Al contrario de lo que se pudiera pensar, el paso del tiempo es el mejor amigo del cronista. Le da libertad para explorar los hechos sin intrusos. Y, sin embargo, cuando hablamos de hechos inmediatos o personas vivas, algunos le llaman prensa del corazón, prensa rosa o periodismo de espectáculos y entonces nos surgen muchas preguntas.
La prensa rosa en el pasado
¿Es la prensa rosa la heredera de este género? ¿Podemos hacer algo digno? Antiguamente, se hablaba de crónicas de sociedad en donde en España uno de sus máximos exponentes fue Moncristo que relataba la vida de la aristocracia española y francesa para el diario El imparcial. Emilia Pardo Bazan en el prólogo a Los salones de Madrid, ensalza la labor de este tipo de cronista:
En mi concepto, la crónica de salones, lejos de ser un género fácil está erizada de peligros y dificultades y requiere más brillantez de estilo, galas de dicción, erudición, tacto, sentido de las conveniencias y discernimiento de gentes, sobre todo. El cronista de salones es mucho más hábil por lo que calla que por lo que dice. Su retórica es el eufemismo, la omisión y el silencio. El cronista de salones necesita saberse al dedillo la historia, los antecedentes , hasta las manías de cada uno de los individuos e individuas que desfilan entre las once de la noche y las dos de la madrugada por las casas iluminadas y llenas de gente, sonriendo y estrechando manos; y esa historia y esos antecedentes, después de aprenderlos necesita hacer como si los olvidase, y recordarlos solamente cuando importa, para no cometer esas que en Francia se llaman “gaffes” y aquí con acepción del arroyo que va sancionando el uso, “planchas”. Los que leen una crónica de salones y ven en ella que todos los generales son “valientes”, todas las señoritas “juveniles beldades”, todos los refrescos “delicados”, todas las porcelanas de Sévres y todos los encajes del “viejo Malinas”, acaso no crean que el cronista no tiene ojos o no ha visto jamás mujeres jóvenes y hermosas, y encajes auténticos. Desengáñense: el cronista sabe bien donde le aprieta el zapato, aunque no sea más que por efecto del continuo roce y la familiaridad con lo bello, lo suntuoso, lo raro y lo precioso. Leedle despacio, entre líneas, y no tardaréis en distinguir la alabanza sincera y entusiasta del forzoso ditirambo.[1]
Emilia pardo bazán
Y en todo esto, está el tema de la privacidad del que he hablado en numerosas ocasiones. Antes el biógrafo esperaba un tiempo. Los albaceas no liberaban la información hasta que todo el círculo del posible biografiado estaba muerto. La vida privada solo podía tener interés público después de un tiempo prudencial[2].
La muerte de la privacidad hoy
Eso se ha acabado con la muerte de la privacidad. Las nuevas tecnologías han acabado con el paso del tiempo. No hay espacio para la investigación y la reflexión que necesariamente tenía que hacer el biógrafo. Todo lo jugoso de una vida se libera en un instante provocando aún más disgusto que el que produjo la vida de Lytton Strachey a su círculo más íntimo. Piénsese que ahora son los mismos protagonistas los que quieren exponer su vida privada. En especial, a través de las redes sociales. Contar su verdad, quizás para huir de las garras del cronista. Ahora los protagonistas son cronistas de su propia vida y se ponen al servicio del periodista de turno. Incluso, ya este tipo de periodista ya no tiene que salir a buscar la información. La misma le llega a través de redes sociales a través de los mismos fans o del personaje en cuestión.
Otras veces los mismos protagonistas venden su vida para salir de un apuro económico. Estas biografías autorizadas, para mí, carecen de rigor porque ¿quién está dispuesto a contar sus propias miserias? Y entonces nos encontramos con relatos sesgados como los de Luis Miguel, la serie, emitida en Netflix o el caso de la serie de Maradona, de pronta aparición en Amazon. Estos personajes pueden llegar a crear una narración entretenida porque reflejan hechos de público conocimiento pero nos encontramos con formatos carentes de valor estético, demasiado inmediatos o en manos de narradores que no priorizan la literatura.
No quiero generalizar pero antes lo que buscábamos en Truman Capote, en Gay Talese o en Norman Mailer como retratistas de esas celebridades, se lo estamos pidiendo a plataformas como Netflix. No tengo nada contra ellas pero quizás se está perdiendo un tipo de literatura que antes era masiva y ahora es de nicho o minoritaria. Antes Truman Capote era capaz de hacerse millonario haciendo una crónica ahora sabemos dónde está el dinero. La maquinaria audiovisual mueve una plata que un escritor no verá jamás.
Pero no estamos acá para lamentarnos (de hecho, soy consumidora de estas plataformas).
Pero volviendo a la biografía, en efecto, la fama de los biógrafos no ha sido muy buena como bien refleja Holroyd en Juicio a la biografía, uno de sus ensayos más interesantes en donde se hace eco de las palabras de Rebeca West: “Gozando de un provechoso pic nic entre las tumbas de los muertos recientes, los biógrafos chupan los huesos hasta dejarlos limpios y luego los arrojan hacia atrás, para que se balanceen sobre ellos, podríamos agregar, los perros, es decir, los que reseñan biografías” (p.54)
¿Es el biógrafo y el periodista “rosa” un parásito como señalan muchos? Dígamelo usted. Pero mientras la crónica sea entretenida y esté bien documentada y no viole las actuales leyes de privacidad, celebro que la vida de la gente se cuente con astucia, picardía y un poco de imaginación. Y ahora los dejo, estoy preparando cinco joyas de este género para que, si tiene prejuicios, se los quite de una vez. Pero para abrir boca, les sugiero que lean Una adorable creatura de Truman Capote, una hermosa semblanza sobre Marilyn Monroe que aparece en su libro Música para camaleones (Anagrama)
Y a vos ¿te gusta el género? ¡Te espero en los comentarios!
Deja una respuesta