Hoy hablamos de utopías en las que el trabajo desaparece. Indagamos en algunos autores como Nick Srnicek, EF Schumacher o Bob Black que buscan llegar a esa panacea que es la «pereza», o mejor dicho, el arte de hacer cosas que se tienen que hacer. Pero antes hubo alguien. El menos pensado, que desarrolló esta idea de un mundo tecnificado de pleno desempleo. Fue Keynes. Sí, el adalid del pleno empleo tenía varias caras. Al economista ya lo conocemos, hoy nos centramos en el filósofo, el humanista, el amante de las artes. En el soñador utópico que imaginó un mundo sin dinero, con renta básica y solo 15 horas de trabajo semanal. Una utopía de pleno desempleo en toda regla.
¿Para qué sirve la tecnología?
El otro día tenía que comprar un cable. Acudí a Amazon en donde sabía que encontraría lo que necesitaba. El cable llegó al día siguiente aunque la verdad es que yo no tenía urgencia. El capitalismo se encarga de darnos cosas que NO necesitamos. ¿Para qué queremos la tecnología? ¿Para trabajar menos? ¿ Pero quiénes son los que trabajan menos? ¿Se crea tecnología para que algunos trabajen menos y otros trabajen más y otros simplemente se queden sin trabajo?
El incidente del cable que NO necesitaba con tanta urgencia, obvio, desató un montón de reflexiones sobre el asunto. Keynes escribió en la década del treinta que la tecnlogía nos haría libres. A través de ella, sería posible reducir la cantidad de trabajo remunerado suficiente para la subsistencia a 15 horas semanas. Keynes nos dejó en ascuas porque dejó muchas cosas sin aclarar. ¿Qué nivel de vida estaba suponiendo? ¿El suyo? ¿El de un obrero de Reino Unido? Keynes situaba el problema del hombre económico como un problema de escasez. Tenía razón, de alguna manera, pero ¿qué ha pasado noventa años después?
Vivimos en la sociedad de la abundancia, del acceso. Pero hay algo que no ha cambiado. El afán del hombre en crear escasez allí donde no la hay, o lo que es lo mismo: el afán de generar barreras al consumo. Formas de restringir y poner un precio. La escasez va a seguir existiendo en la medida en que sigamos incrementando las necesidades de una parte de la población en detrimento de otra y de la naturaleza. Keynes no tuvo la suficiente lucidez para ver que el hombre siempre va a querer más y no se va a conformar con un trabajo de 15 horas a la semana.
Trabajo y tecnología intermedia
Tuvo que llegar EF Schumacher para que pusiera un poco de orden y nos viniera a decir: «Muchachos. Hay algo que no cierra. El problema no es tecnológico.» EF Schumacher fue discípulo de Keynes. Lo admiró un tiempo pero un viaje a Birmania cambió su paradigma (otro día hablaré de la apasionante vida de este economista alemán afincado en Reino Unido y iniciador de la economía budista).
¿Tiene la economía herramientas suficientes para solucionar la pobreza del mundo? Schumacher analizó otras formas de vida. En especial, la vida oriental bajo el budismo y se hizo muchas preguntas. ¿Debemos llevar el desarrollo a la manera occidental allí donde no llegó? EF Schumacher acuñó un término llamado tecnología intermedia. En donde la utopía no es un mundo tecnificado y sin trabajo como el que planteaba Keynes. O el que plantearían más adelante otros teóricos como Srnicek. La utopía es que todos tengan un trabajo y acceso a esa fuente de trabajo independientemente de su productividad. La clave está según Schumacher, tal como nos lo cuenta en su célebre Small is beautiful en las siguientes premisas:
- Los puestos de trabajo deben crearse en las areas donde vive la gente evitando migraciones masivas.
- Estos puestos de trabajo deben ser, en promedio, baratos de crear.
- Los métodos de producción deben ser relativamente simples.
- Los materiales de producción deben provenir, en lo posible, de fuentes locales y cercanas.
Para que esto se cumpla EF Schumacher plantea que no es posible trasladar alta tecnología de países desarrollados a países en vías de desarrollo. Tampoco abogar por una vida en exceso rudimentaria. Se apela a una tecnología accesible e intermedia con pocas barreras a la entrada.
Debo reconocer que la idea es atractiva. En especial, para países en vías de desarrollo. No somos conscientes nosotros hasta que punto nos encontramos con barreras a la entrada al mercado laboral que perfectamente podemos desempeñar y esas barreras pasan desde años de educación institucionalizada, hasta red de contactos, situación familiar, renta. Y esto nos lleva a pensar cómo puede ser que nada de esto lo hayamos estudiado los economistas.

La utopía de Keynes
Es curioso porque en la facultad nos enseñan otras cosas. Una narrativa diferente. Un camino que hay que alcanzar que siempre tiene que ver con el pleno empleo. Y una convergencia en el tema del crecimiento económico. Eso quería Keynes cuando escribió su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (FCE, 1992). Y por eso fue famoso en el mundo entero. Una economía que debe crear empleo sí o sí, sin importar la calidad o la utilidad.
Pero escondido, o no tanto, estaba el otro Keynes, el más interesante. El que odiaba ese mundo del dinero en el que estaba inmerso y del que había sacado grandes rendimientos (Keynes muere siendo millonario. No solo tenía su sueldo como alto funcionario sino que era un excelente especulador y comprador de obras de arte. Tenía grandes dotes para hacer dinero como bien cuenta su biógrafo Skidelsky). Y la paradoja es que en Las posibilidades económicas de nuestros nietos vislumbra un escenario futuro (a cien años) en el que:
El amor al dinero como posesión – a diferencia del amor al dinero como medio para los goces y realidades de la vida – será reconocido por lo que es, una morbosidad más bien repugnante, una de esas propensiones semi-criminales, semi-patológicas de las que se encarga con estremecimiento a los especialistas en enfermedades mentales.
Las posibilidades económicas de nuestros nietos
En la utopía de Keynes, habría un cambio cultural en el que el dinero sería visto por lo que de verdad es a sus ojos, un vicio horrible, un medio sucio, nunca un fin.
Y Keynes soñaba con su utopía. La misma que plantearían tecnólogos como Nick Srnicek noventa años después (de su obra hablaremos dedicándole un canguro aparte porque dispara cosas muy interesantes).
Él, su nieto. Todos nosotros, somos sus nietos, especulamos con ese mundo. Un mundo tecnológico y en el que solo con 15 horas a la semana podamos sobrevivir, y una renta básica y mucho tiempo para que el hombre pueda dedicarse a otras cosas, las importantes. Cuidar de otros. Disfrutar de la naturaleza. Crear arte. Consumirlo.
EF Schumacher viene a decirnos. Ese mundo es posible. Pero para ello debemos hacer algo casi imposible. Capar nuestras necesidades espurias. Quitarle alas. Dejar de desear más comodidad. Más rapidez. Más objetos. Más experiencia.
Al final, esto del consumo es como un virus incurable. Todos estamos dentro. Hasta el más progre y comprometido está inoculado con esa enfermedad que es la busqueda del confort. El placer. Y cabe preguntase si ya es tarde. Si ya no hay nada que hacer. ¿Cómo hacemos para renunciar a todo?
Está claro. El problema no es tecnológico. Ni económico.
Y tiene difícil arreglo.
Solo me queda una opción. No es muy popular. Seguir observando. No casarme con nadie. Estamos todos inoculados con el virus del neoliberalismo. Con el culto al trabajo. ¿Y si no debemos ir hacia el pleno empleo? ¿Y si ese pleno empleo es más hambre y contaminación? Habitan varios Keynes en su obra. Él mismo habla de los vicios privados como base de una sociedad próspera.
Hacia una nueva definición del trabajo
Yo sigo pensando. Y veo a España. La UE. Argentina. Sabemos que no habrá trabajo pero nos empeñamos en crearlo de forma artifiosa. ¿Para qué crear trabajos que no sirven? ¿Es la renta básica un ejercicio de honestidad brutal? En esta línea va también Bob Black en su La abolición del trabajo (Pepitas de calabaza, 2013), un pequeño tratado en el que se aspira al «pleno desempleo». Bajo esta mirada se critica tanto a la izquierda como a la derecha por su culto al trabajo y Black propone abolir el trabajo como solución a grandes problemas como los medioambientales o los del patriarcado. Bajo esta óptica, la mayoría de los trabajos son inutiles, contaminantes y ahondan en la división sexual del trabajo. Y aboga por una idea interesante ligada al juego. En esta utopía hermosa y también, ultra tecnológica, «No habrá empleo sino cosas que hacer y gente que quiera hacerlas.» Más allá de lo practicable de su propuesta, es interesante porque se sale de esa concepción del trabajo como algo que solo existe si es remunerado. Una idea muy decimonónica y vintage en este mundo cada vez más robotizado y pandémico. Ya hemos visto, en este último año como la economía se paró y pudo subsistir de mala manera a base de una suerte de rentas básicas. Ya estamos aproximándonos lentamente a un mundo en donde hay muchas cosas que hacer y gente dispuesta a hacerlas pero que no obtienen una remuneración en dinero. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Debemos redefinir el concepto de trabajo? Seguiré pensando sobre esto.
Que tengan una linda primavera.
Me deja pensando, en todo.
¡Esa es la idea!
HOLA HOLAAA!!
La verdad es que nunca me he planteado lo que has comentado, la verdad sobre todo lo de amazon me he quedado un poco «tiene razón»
Un besote desde el rincón de mis lecturas
Hola, esa es la idea. Disparar reflexion y debate. Nunca certezas. Gracias por leer y comentar.