Hoy quiero ofrecer una pequeña guía para todos aquellos que se sienten perdidos y no saben qué hacer. No te voy a mandar a hacer terapia ni a tomar fármacos. Solo te voy a dar unas perlas filosóficas, que quizás, te ayuden en este camino de pandemia y mediocridad. Un kit de supervivencia para salir airoso y con la frente bien alta.
La filosofía como salvación individual
Hay una máxima que nadie podría refutar: nunca sabemos lo que va a pasar con nuestra vidas. Todo siempre se puede ir al carajo. Quizá, debamos gestionar mejor la prosperidad. O esperar menos de la vida. No puedo dar la clave para los problemas que aquejan a la humanidad. Enfermedades. Hambre. Desempleo. Desamores. Granizos. Tsunamis.
Pero no nos engañemos.
Estos asuntos ya estaban matando a cantidades ingentes de personas mucho antes de que las clases medias de países aspiracionales se echaran las manos a la cabeza.
Por eso hoy quiero traerles algunos asideros.
Unas lecturas profundas pero accesibles para salir de las noticias tremendistas y zambullirnos en nuevas herramientas para vivir mejor. Hoy no me enfoco en la ficción (puedes ver Mis recomendados) sino que nos agarramos de la soga de la filosofía a ver si ella puede sacarnos de este pozo.
A menudo, me dicen.: “Yo no estudié filosofía”. “Yo no fui a la universidad”. “Me cuesta leer”. Y lo entiendo. Quiero que sepan que yo tampoco soy filosofa y mis conocimientos escasos se circunscriben a la filosofía de la ciencia. Sin embargo, soy autodidactica y una lectora curiosa que piensa que la filosofía está en muchos lados, no solo en clases de filosofía. Por otra parte, hay textos que son sencillos y cualquiera puede leer.
Ademas, hay otro recurso muy interesante para acercarse y son las cartas y diarios que muchas veces son el primer borrador de un ensayo filosófico. He estado con muchos filósofos en esta pandemia (no me malinterpreten) y me han servido de bastón pero solo ombraré a cuatro para no cansar al lector. Veamos.
Ludwig Wittgenstein, vivir en lo bueno y en lo bello
Yo ando fascinada con este personaje que me atrapó de refilón por mi obsesión con el grupo de Bloomsbury. Tuvo una vida curiosa, era rico y, sin embargo, se despojó de todo. Odiaba los convencionalismos de la universidad y era un genio. Empezó siendo ingeniero, arreglaba aviones, para luego interesarse por la matemáticas y la filosofía. Así, conoció a Bernard Russel con el que tuvo una relación difícil. No he leído su Tractatus logico-philosophicus (su obra más importante) que concibió durante la Primera Guerra Mundial. Imagínense que crack que fue que, incluso habiendo sido rechazado por NO apto para la guerra, se ofreció voluntario. Y mientras guerreaba, escribió uno de los tratados más importantes de lógica. (Claro, después uno se siente un boludo al lado de este señor). Posiblemente, la guerra fue su forma de escapar de sus tormentos. Y en efecto, a pesar del peligro, él dice que la guerra le salva la vida. De esta época, quiero recomendar sus Diarios secretos (Alianza). Son una auténtica joya, no solo como testimonio personal sino como pedazo de historia. Sus diarios son tormento personal y son historia política. Son filosofía y son literatura. Pero no solo eso: se sacan muchas lecciones para los que estamos viviendo esta época tan particular en la que me deja perpleja, la perplejidad de la gente. Me interesa, en especial, su reflexión en torno a la muerte y a la vida.
Puedo morir dentro de una hora, puedo morir dentro de dos horas, puedo morir dentro de un mes o dentro de algunos años. No puedo saberlo y nada puedo hacer ni a favor ni en contra: así es la vida. ¿Cómo he de vivir, por tanto, para salir airoso en cada instante? Vivir en lo bueno y en lo bello hasta que la vida acabe por sí misma.
diarios secretos (alianza)
A mí, Wittgenstein me transmite paz. Porque ya tengo la muerte muy presente. Entonces, pienso de verdad que lo bello y lo bueno es lo único que nos salva. Aunque sea un rato. Durante un instante. Y trabajar para ese instante debiera ser nuestra prioridad.
Pascal y el silencio que nos espanta
Cuando escucho las noticias o conversaciones en torno al virus, me parece que siempre estamos hablando de los mismos temas. En realidad, creo que llevamos hablando siglos de los mismos asuntos. Por eso, se me ocurre que no necesitamos a los gurús de turno ni comprar el último libro del filósofo de moda.
Señores, vayamos a los clásicos.
Ellos ya pasaron por todo esto. La humanidad ya puteó. Ya buscó responsables. Ya se murió. Ya se enfermó. Y entonces, hojeo a Pascal y sus Pensamientos. Pascal era una bestia que nos invita a pensar que no sabemos nada. Que a medida que avanza la humanidad, más conscientes somos de esa inmensidad. De ese silencio que nos espanta. Porque no sabemos un carajo. No sabemos de este virus. Ni por qué nos morimos. O por qué un tarado gana las elecciones. Ni por qué nos volvemos pobres o ricos o exitosos. Y entonces, recurrimos a las hipótesis y a la intuición que parece que, a veces funciona mejor que la razón.
El virus pone de manifiesto, una vez más, esa desigualdad, esa información asimétrica entre el hombre y la naturaleza. Y cuando escucho a algunos decir: hay que avisar, hay que controlar, hay que ir al médico. Hay que informarse. Me vuelvo un poco loca. Y tengo que apagar la radio porque es desquiciante ese afán de control sobre la naturaleza. ¿Cuál es el límite? ¿Qué ganamos? Es como una carrera contra el tiempo. El hombre desesperado buscando la vacuna. Los muertos que se apilan. Y los vivos que se devanan los sesos construyendo escenarios. Y entonces, se me vienen estas palabras de Pascal que me calman.
¿Qué es, pues, el hombre en medio de la naturaleza? Una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada, un punto medio entre la nada y el todo. Infinitamente alejado de la comprensión de los extremos, el fin de las cosas y su principio están para el hombre invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable y es tan incapaz de ver nada de donde lo sacaron como el infinito que lo absorbe (p.199).
pensamientos de pascal. elogio de la contradicción
Sin embargo, como nos recuerda más adelante: todo lo incomprensible no deja por ello de ser. Y aquí reivindico la intuición como un arma poderosa. Yo me muevo mucho por ella. Casi diría que es mi guía. Porque la intuición pertenece a ese terreno que la razón no puede explicar. A menudo, tomo decisiones que no puedo explicar. No tengo argumentos sólidos o no soy convincente pero hay algo dentro que me dice por dónde tengo que ir. Es casi algo físico. Y todo esto me lleva, irremediablemente a volver a hablar de un economista.
Keynes y el hombre irracional
Estamos viviendo en una época de quejas constantes. Que si los jóvenes son solidarios. Que si la gente es responsable. Y nos encontramos juzgando las acciones de los demás. Lo mismo pasa con los políticos. Los evaluamos con una racionalidad pasmosa. Y yo pienso que nos estamos tomando demasiado en serio a los gobernantes y a sus políticas que, en realidad, son una expresión de todos nosotros.
Señores, somos seres irracionales.
Respondemos por impulso. Por costumbre. Hacemos cosas que van en contra de nuestros intereses todo el rato. Por eso, vuelvo al pasado y a Keynes que vivió una de las épocas más irracionales de la historia (dos guerras mundiales, una gran crisis económica, también fue contemporáneo a la gripe española aunque no la vivió en primera persona) y les recomiendo como bálsamo ante tanto pensamiento berreta leer Mis primeras creencias[1], una suerte de mea culpa sobre su pensamiento más filosófico. Allí pone de manifiesto el sin sentido de suponer al hombre racional. Porque suponernos racionales es olvidarse de todos esos matices que hacen al alma humana[2]. En sus palabras,
Algunos de los brotes espontáneos e irracionales de la naturaleza humana pueden tener cierto valor que nuestro esquematismo dejaba al margen. Incluso algunos sentimientos asociados con la maldad pueden tener valor. Y además, de los valores que surgen de los impulsos espontaneos, volcánicos e incluso malvados, hay muchos objetos de contemplación y comunión valiosos aparte de los que conocemos (p.113).
dos recuerdos (acantilado)
Thoreau, entre los patios celestiales y las tabernas
Por último, mientras me llegan las noticias de que quieren cerrar todo otro vez, yo escapo a este pequeño tratado que me está dando muchas más satisfacciones que escuchar a la gente clasemediera quejarse por estupideces. Me temo que la paz y sabiduría no nos la va a dar el gobierno, ni los políticos, ni tu mujer, ni tus hijos, ni el cura del pueblo, ni el médico que te dice que te hagas diez mil estudios para descartar cosas de las que ni siquiera tenías noticia, ni la esteticien que se empeña en que no te quede un pelo en las piernas.
Henry D. Thoreau nos invita a mantener la mente sana. A cuidarla como su fuera la de un niño. A no dejarnos envenenar por noticias y chismorreos.
Y acá yo dudo.
A Thoreau lo quiero porque dice cosas muy inteligentes y las dice de forma graciosa y accesible. Pero me entran las dudas.
La noticia periodística suele ser superficial y banal, al igual que el chismorreo pero mientras la primera nos amarga, nos divide, saca lo peor de nosotros, el segundo puede (y digo puede) hacernos olvidar la mediocridad circundante, nos aleja de los pequeños dramas humanos que nos asolan, quizás olvidemos un rato nuestro miedo a la muerte y entonces, en ese sentido, puedo disentir de Thoreau.
Un poco de chismorreo o de ficción nos alegra la vida. Nos evade. Sin embargo, sí es verdad que la sabiduría o ese consuelo solo puede llegar de algo que está dentro de nosotros. Es algo misterioso. Obvio, el mundo puede hacer mucho y debemos hacer mucho pero, mientras tanto, para no caer en las garras de la desesperación algo de calma interior está bueno. Depende de nosotros, quizás es la intuición de la que hablaba Keynes. Algo a priori que nos guía.
“Existe la inspiración, ese chismorreo que llega al oído de la mente atenta desde los patios celestiales. Existe otra revelación profana y caduca, la de las tabernas y la comisaría de policía. El mismo oído es capaz de captar ambas comunicaciones. El criterio del que escucha es el que debe determinar cuál oír y cual no. Yo creo que la mente se puede profanar permanentemente con el hábito de escuchar cosas triviales, de modo que todos nuestros pensamientos se teñirán de trivialidad. (p.29)
henry thoreau. desobediencia civil y otros escritos
Debo confesar que a mí me gustan ambas inspiraciones, la de los patios celestiales y la de las tabernas. Quizás el secreto está en no dejarse arrastrar por el humor general. Ver las cosas siempre con algo de perplejidad. Incluso lo que parece evidente.
Lo nimio. Lo pequeño. Si lo miramos de cerca, puede resultar sumamente interesante.
Y esa me parece una excelente manera de transitar este camino incierto mientras sorteamos metas y escalamos niveles.
Tengo mucho más que decir o recomendar pero no quiero saturarlos. Los invito a estas lecturas. A escapar un rato. Sin textos eruditos. Apenas unos libros que nos dejan la cabeza un poco explotada.
Que tengan un feliz día de los muertos.
Y vos ¿Has leído a alguno de estos autores? ¿Quiénes son tus bastones? Te espero en los comentarios.
Para leer más
- Lulu o la búsqueda de la mente más vasta
- Allí donde habitan las sombras
- Un paseo por mi Solenoide particular (2)
- Un paseo por mi Solenoide particular (1)
- Nos faltan padres en la literatura
[1] Este pequeño ensayo se puede encontrar en español en edición de Acantilado bajo el nombre Dos recuerdos.
[2] En la Teoría General del Empleo, el interés y el dinero (FCE) Keynes ya habla de los animal spirits, para referirse al papel que juegan las expectativas en los mercados.
Hola Silvia.
He pasado página.
No soporto ni un segundo más esta continua e infecciosa charlatanería de políticos y medios politizados.
De esa inmensa mayoría, atrapada en un único discurso, que repite cual loro, sin cuestionarse absolutamente nada.
Me encantó este artículo, Silvia, buenísimo. Gracias!!
Thoreau es, sin duda, uno de mis héroes, como también la música de Bill Evans.
Saludos desde el sur.
Thoreau ha sido lo mejor de la pandemia. Recién lo descubro y quiero sacarle más el jugo. Por suerte, lo tenemos para alejarnos del ruido. Gracias por leer y comentar. ¡Un saludo!