En este contexto de cuarentena obligatoria se imponen nuevas constumbres como el uso de los tapabocas. Y no solo hablamos de tapar la boca, sino de cualquier tipo de máscara que cubre el rostro. Pero ¿qué origen tiene? ¿Cómo ha lidiado la sociedad con el hecho de tener que tapar o destapar a sus cuidadanos? Y analizamos este cacho de tela como símbolo del buen o mal ciudadano. Disfruten.
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Cubrirse la cara era de delincuentes
Hasta hace poco, taparse la cara era sospechoso. En algo turbio tenías que estar para querer taparte el rostro. Justamente, en el imaginario popular el delincuente se tapaba para cometer su tropelía, por lo que por una lógica absurda, muchos gobiernos llegaron a creer que si los delincuentes se tapaban la cara para cometer delitos, seguro todos los que se tapaban el rostro eran delincuentes en potencia o personas de religiones cuestionables.
En efecto, cuando hablábamos de privacidad decíamos que taparse era sinónimo de delito y muchas veces los anti legislación sobre la protección de datos decían que si tenías que esconder algo era porque estabas haciendo algo mal. Con eso parecían justificar que no hubiera ningun tipo de protección de la privacidad. Pero aprendimos después de décadas que, como nos decía Ricard Martínez, «la intimidad es una precondición para salvaguardar nuestro sistema de libertades».
Las leyes antimáscaras proliferan en el mundo
Sin embargo, a pesar de la creciente conciencia que tenemos en torno al cuidado de lo datos personales, el antiguo pensamiento que asocia tapar o esconder con criminalidad, aun persiste. Se ha plasmado en numerosas legislaciones penales en relación a los embozados. Casi todos los países del mundo cuenta con algún tipo de ley contra los encampuchado, en especial en contextos de manifesaciones.
En España, la Ley de Seguridad ciudadana impone penas de hasta 30.000 euros por manifestarse con la cara tapada. ¿Qué diría hoy el gobierno de aquellas manifestaciones con tapaboca, cacerola y bandera que hemos visto en algunas partes de España? (mientras escribo estas líneas estamos viendo manifestaciones en todo el mundo por el caso de violencia policial sontra George Floyd. Las mismas comenzaron en USA pero se están extendiendo a varias capitales europeas. Hay quien podría criticar que en plena pandemia se acuda a manifestaciones pero insisto: no estamos aquí para juzgar la conveniencia de la marcha, supongo que hay gente que está dispuesta a arriesgar su vida por causas que considera justas. Son sentimientos tan profundos que nadie debiera juzgar a la ligera.)
En efecto, este pensamiento de asociar la criminalidad al embozo se remonta, por lo menos, a la época de Esquilache, aquel ministro de Carlos III que quiso prohibir el sombrero de ala ancha y la capa. El bando que publicó en todas las esquinas, provocó la ira de la ciudadanía y casi le cuesta el reinado a Carlos III. Veamos qué decía:
«Siendo reparable al rey que los sujetos que se hallan empleados a su real servicio y oficinas, usen de la capa larga y sombrero redondo, traje que sirve para el embozo y ocultar las personas dentro de Madrid y en los paseos de fuera con desdoro de los mismos sujetos, que después de exponerse a muchas contingencias, es impropio del lucimiento de la corte y de las mismas personas que deben presentarse en todas partes con la distinción en que el rey los tiene puestos; conviniendo cortar estos abusos que la experiencia hace ver que son muy perjudiciales a la política y experiencia del buen gobierno, se ha dignado resolver que se den órdenes generales a los jefes de la tropa, secretarios de despacho, contadurías generales y particulares y a todas las demás oficinas que Su Majestad tiene dentro y fuera de Madrid, paseos y en todas las concurrencias que tengan, vayan con el traje que les corresponde, llevando capa corta o redigot, peluquín o pelo propio, sombrero de tres picos en lugar de redondo, de modo que vayan siempre descubiertos, pues no debe permitirse que usen trajes que les oculten cuando no puede presumirse que ninguno tenga probos motivos para ello… Advirtiendo a todos que están dadas las órdenes convenientes para que a cualquiera de los empleados que están al servicio del rey que se les encuentre con el traje que se prohíbe se le asegure y mantenga arrestado a disposición de Su Majestad.»[1]
Después de numerosas revueltas, el gobierno tuvo que dar marcha atrás. De pronto, la inflación y el hambre se mezcló con un intento medio turbio de parte del gobierno de imponer orden mediante el control policial. Y por supuesto, fue un fracaso.
A lo largo de los siglos que siguieron, los diferentes países, han ido legislando en contra de la utilización de embozos. (aquí puedes ver un interesante mapa sobre la cantidad de países que tienen legislación anti máscaras. Como verás, casi todos los países de Europa y USA y Chile tienen algún tipo de legislación).
La última gran revuelta de la que hemos tenido noticia ha sido la Hong Kong contra la ley anti máscaras que aprobó el gobierno en octubre pasado y que solo sirvió para echar más leña al fuego. Las penas en este caso iban de hasta un año de prisión y más de 3000 euros de multas.
Sin embargo, poco imaginaban estos manifestantes y otros más que unos meses más tarde, se iba a imponer otro estatus quo. Y el imaginario colectivo en torno a la máscara se iba a derrumbar.
Ahora ir sin máscara es antisistema
Camino por la calle. En soledad. Veo los pájaros más chillones que nunca. Y varias escenas dantescas que ni el mismísimo Esquilache hubiese soñado. Se impone la máscara como garante del estado de derecho. Porque llevarlo es la prueba irrefutable de ser buen ciudadano. Taparse el rostro ahora significa no ser un delincuente. Y entonces los del rostro descubierto son los nuevos antisistema. Aun aunque el BOE no diga nada sobre el embozo en lugares públicos en donde hay distanciamiento social.
Porque aun así, parece que hay gente que disfruta perdiendo libertades. Y entonces nos encontramos con situaciones bizarras como las siguientes:
- Gente sola caminando por el campo con el rostro tapado
- Gente conduciendo su coche sola con el rostro tapado
- Gente tomándose un cafecito con el tapabocas colgando de una oreja
- Gente con el mentón bien tapadito fumando un cigarrito.
- Gente que cubre frente con su tapa bocas (uno imagina que si se suda en la frente y luego ese sudor va a la boca es un poco asqueroso)
- Gente más papista que el papa que cree que es buen ciudadano porque sale a la calle con los guantes de lavar los platos (lo he visto con mis propios ojos)
Cuando la máscara es un asco
Y lo más fascinante que he visto en mi andar callejero:
- Gente embadurnando sus guantes con gel hidroalcóholico (¿hay alguna explicación científica?.
Porque hemos adoptado el gel, los guantes y el embozo como símbolos del buen ciudadano. Cubrirse la cara, las manos, el mentón. Embadurnarse con sustancias sospechosas de un frasquito que tiene una etiqueta mugrosa que dice “DESINFECTANTE”. Y entonces, pienso que esa prenda infecta que me encuentro tirada por la calle es un asco. Y me recuerda a un condón usado. Y me río de que los garantes de la ley contaminen de esa manera el espacio público. Porque para eso prefiero las cacas del perro que los «condones usados» de los embozados del siglo XXI.

Los embozados de Goya estarían de fiesta de ver que por fin sus plegarias son atendidas. Porque hoy el emcapuchado es el garante de la ley. El símbolo de lo que está bien. De la rectitud. Porque esa prenda cumplidora se yergue vistosa y altanera, mostrando al mundo lo correcto. Lo que corresponde.
El embozado te mira con sospecha
Más allá de las dudas sobre la eficacia de esta prenda, los niveles de gasto y contaminación son injustificados. El buen ciudadano embozado consume y gasta recursos y nos encontramos con mascarillas tiradas por ahí. Pedazos de producto de sospecha poco biodegradable tirados por ahí, todo en pos de ser buenos ciudadanos. La OMS ahora dice que sean de tela, mañana dirá que sean de cemento y como borregos la gente se entrega al chamán de turno deseos de que les guie. Pero más allá de eso, me pregunto si la pedagogía no es más importante que la ley. Porque ante tanta información contradictoria la gente termina por aplicar el sentido común o intentar hacer de policía de otros vecinos.
El otro día una amiga me decía que un viejo la increpó porque no llevaba mascarilla. Efectivamente, mi amiga iba sola y el anciano señor no le importó violar la distancia social y su horario de anciano para salir a la calle a increpar a una persona para que cumpla una ley solo vigente en su imaginación.
Otro amigo me comentaba que en su comunidad de propietarios se la pasan comentando quién viola las leyes de la cuarentena con una indignación que no les ha visto con otros temas.
Y de nuevo me pregunto si el exceso de reglamentación no está desquiciando a la gente. Ya ha pasado a lo largo de la historia.
Cuentan los historiadores que cuando la gripe española, se impusieron muchos reglas a favor de cubrirse el rostro en casi todos los estados de Estados Unidos y por supuesto en Europa. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, los patriotas americanos consideraron que ya tenían bastante con esa reglamentación que hasta ponía multas por estornudar y toser en público. San Francisco se hizo famosa en esa época por encabezar un fuerte movimiento anti mascarillas que se llamó la Anti-mask League (la Liga anti máscara) que reunió a más de 2000 personas, entre ellas médicos, para repudiar la obligatoriedad en el uso de las máscaras.
Cuando termine esta película veremos si los países con menos reglamentación en torno a la máscara lo hicieron peor o no. Pero ahora es pronto para sacar conclusiones. De momento, cabe preguntarse qué ha pasado con otras pandemias.
Steven Thrascher, académico y profesor de la Northwestern’s Medill School of Journalism entrevistado para The New Republic planteaba lo siguiente:
“Hemos vencido otras pandemias sin legislación que obliga a la gente a adoptar medidas de barrera. Para prevenir la transmisión del HIV, tener sexo sin condón nunca fue delito. Lo que hizo que funcionara el uso del condón fue que los hombres gays empezaron a hacer un uso común y esperado, dando educación y asegurando el acceso (…). Algo similar podría pasar con las mascarillas sin necesitar estas órdenes.”
Y volviendo a España, antes de que su uso se hiciera obligatorio ya la mayoría estaba utilizándola ¿por qué esa necesidad de reglamentar algo que ya estaba sucediendo de hecho? ¿Estamos preocupados por la salud de la ciudadanía o en realidad queremos regular el espacio público? Esto es lo que mucha gente se está preguntando.
Creo que ya había un enforcement social fuerte en torno a este asunto como demuestra la actitud de este anciano. Y de muchos otros que invitan a sus vecinos a cumplir la ley pero no tienen problema en acudir al sistema de salud en plena pandemia a atenderse de cualquier cuestión menor. O son menos vigilantes cuando la violencia es hacia las mujeres o los niños (no los juzgo: cada uno tiene sus prioridades). Esta es la gran oportunidad de muchos ciudadanos que llevaban tiempo queriendo regular el espacio público y ahora lo han conseguido.
Ojalá esa mirada social y local fuera igual de fuerte para otras cuestiones que se nos están yendo de la mano pero a las que apenas damos importancia como la creciente vulneración de la privacidad de los menores en el contexto de la pandemia por el Covid-19 o la violencia hacia la mujer o los niños.
Triste es que ese enforcement social sea tan mezquino, corto de miras, oportunista, populista y demagogo.
Para terminar los dejo con este curioso video de una cliente en un bar de Kentucky que decidió cortar su tapabocas alrededor de la boca porque le costaba respirar. En la misma linea, los anti máscaras cien años atrás, hacían agujeros en sus barbijos para poder fumar o tomar líquidos con una pajita. Claro, la legislación no dice nada sobre el uso correcto de esta prenda, lo cual en la práctica es una invitación a todo tipo de licencias.
Lo que está claro es que el tapabocas llegó para quedarse. En sus diversas versiones y usos seguirá invocando la creatividad ciudadana. Y estoy segura que lo seguiremos viendo tuneado de formas inverosímiles.
El tiempo dirá si su eficacia era tal. Mientras tanto, me entretengo viendo a la gente disfrazada con esta prenda y contenta de cumplir la ley.
Para leer más
- Una pausa en Tokio
- Una llegada a Japón
- Notas sobre la racionalidad, las emociones y el cuerpo
- Notas sobre la economía y el cuerpo
- Cuando las casas son mausoleos
[1] Fuente: https://personal.us.es/alporu/historia/motin_esquilache.htm
Muy completo e infriomativo, aedmás de divertido. En muchos códigos de falta o contravencioens de muchas ciuidades, había sanciones a quienes usaban máscaras. Encontré uno de La Rioja que describe eso: » LIBRO SEGUNDO PARTE ESPECIAL: DE LAS FALTAS
TITULO ÚNICO Capítulo 1: De carnaval Art. 29.— Para usar traje de disfraz o fantasía con careta, antifaz o adiciones que desfiguren el rostro, será necesario un permiso que otorgará la policía por intermedio de sus Unidades de Orden Público: a) La policía podrá exigir a las máscaras en cualquier momento la presentación de documento de identidad, exhibido para obtener el permiso, ec. (https://justicialarioja.gob.ar/legislacion/CodigoDeFaltasNuevo.pdf) Como el Carnaval ya casi no existe quedó viejo.
El otro aspecto a remeiar con las máscara es cómo disfraza mucho la comunicación corporal. La relación con los otros es a través de losojos, y los hay expresivos y que dicen todo, y ojos muertos. En la literatura los «romances de ojos» son toda una tradición. Todos hemos tenido romance de ojos con alguien, relaciones mudas que nunca de tradujeros en palabras ni en hechos. Hay un poema de Rafael de Lerón, que evoca eso: ROMANCE DE LOS OJOS VERDES
-¿De dónde vienes tan tarde?
¡Dime, di! ¿De dónde vienes?
-Vengo de ver unos ojos
verdes como el trigo verde. (https://www.poetasandaluces.com/poema/1354/)
¡Buena data! Del Carnaval hablé a principio del año y ahí se plantea el tema de la fiesta con máscaras como algo muy marginal y condenado por la Iglesia Católica.