Cuando era chica y llegaba la época de Carnaval recuerdo que salíamos por la calle, por el barrio, a tirarnos bombitas de agua. Era verano. No había clases y aquellos largos días de verano, de pronto, se veían salpicados por un poco de actividad. Porque cuando llegabas a febrero, ya estabas harto de tantas vacaciones, de tanto ocio, de tanto invento surgido del aburrimiento. Podías llegar a extrañar las clases y la disciplina. Pero de pronto llegaba esa fiesta que mucho no entendíamos a cuanto de qué venía y te dejabas contagiar por la alegría. Hoy quiero hablar un poco del Carnaval, de aquella fiesta tan universal y tan distinta, pero que de alguna manera representa nuestra cultura.
Vivamos donde vivamos.
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La danza y el grupo humano
Hace miles años, el hombre se dio cuenta de que no era negocio estar solo. Que había que asociarse. Que juntarse con otros nos hacía más fuertes contra los depredadores.
Pero algo pasaba.
Nuestro lenguaje era muy primitivo. Como les pasa a los chicos cuando están aprendiendo a hablar. Y al final, te das cuenta de que es mejor hacer señas. Gesticular. Mover las extremidades. Y más cosas para hacerte entender.
Es decir, hay algo más poderoso que el habla. Algo que tenemos todos y que podemos usar en nuestra propia conveniencia.
El cuerpo.
Y el movimiento del mismo. Y nos dimos cuenta de que si nos movíamos juntos y de manera sincronizada (el baile) lográbamos cosas. Algo muy poderoso. Protección frente al depredador y algo mucha más importante: placer.
Placer para el que ve y placer para el que baila.
Bailar en grupo es una de las actividades más primitivas y bellas que existen. Y todo lo que deriva de ella conforma la cultura desde el principio de los tiempos. Por otra parte, bailar significa hacer muchas más cosas. Porque implica ensayar, estirar, cantar, disfrazarte, y confeccionar el disfraz y alimentarte para estar fuerte.
Y así el baile y el grupo fueron las primeras muestras de que algo importante estaba pasando en la evolución del ser humano.
Barbara Ehrenreich en su magnífico Una historia de la alegría. El éxtasis colectivo de la Antigüedad a nuestros días lo dice mucho más claro que yo:
“Los grupos capaces de permanecer unidos mediante la danza, gozarán de una ventaja evolutiva respecto a los grupos e individuos vinculados más débilmente”. (p.36)
Juntarse es maravilloso. Algo pasa cuando estamos todos juntos y nos sincronizamos. Puede que logremos engañar al depredador, que igual piensa que somos un monstruo de miles de patas y cabezas. Piénsese en los castellers. Aquella forma humana vista por un puma o por un perro puede ser aterradora y, sin embargo, esa fuerza colectiva produce en cada uno de esos individuos un ímpetu y un placer arrollador.
Pero la historia del ser humano es larga y da tiempo a que pasen muchas cosas.
Y así, la idea del Carnaval en donde se baila, se ríe, se mofa de los poderosos y se usan máscaras para eliminar las clases sociales empiezan a molestar a algunos.
Los curas ya no bailan
Durante el siglo XV parece que todavía se bailaba en las misas (hay alguna excepción como estos dos sacerdotes bailando tap en el Vaticano) pero poco a poco se empieza a eliminar y prohibir esas prácticas que solo pueden desarrollarse por fuera de la Iglesia. Así, es la misma Iglesia la que crea de alguna manera el Carnaval porque propicia que lo que antes se hacía dentro la misma ahora se haga fuera.
Y la Iglesia católica se queda oscura, silenciosa, arrogante. Pierde fieles porque de ahora en adelante muchos se irán a iglesias protestantes. Y entonces la Iglesia Apostólica Romana piensa que si construye templos ostentosos, ellos van a volver. Y hasta introducen el incienso en las Iglesias porque piensan que un perfumito puede convencer a los feligreses de que no se vayan. De que vuelvan. De que se sumen otros nuevos. Y así, las danzas se van del templo y entra el lujo y el sahumerio.
Pero hay una religión protestante que llevará la prohibición del baile (y la joda) a su máxima expresión: el calvinismo.
Será esta corriente al servicio del capitalismo la que se preguntará si no estamos dejando de ser eficientes con tanta fiesta. Porque estar de fiesta significa dejar de producir (en efecto, en España todos los días laborales se llaman “festivos”. Es común escuchar decir a los ibéricos, “hoy es fiesta” aunque no se festeje nada, se refiere justamente al hecho de no trabajar). Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, narra de manera magistral los cimientos de este movimiento:
“No es el ocio y el disfrute, sino la actividad la que sirve para aumentar la gloria de Dios (…). Así que el primero y más grave de los pecados es el desaprovechamiento del tiempo.” (p.197)
Y porque todo lo colectivo atenta contra la prosperidad individual y porque ahora el capitalismo mide los tiempos de producción y decide que el calvinismo es la mejor religión «ever» para sus propósitos.
Y alguien se carga el Carnaval
Cuando comienza la Guerra Civil española, los sublevados deciden que es buena idea dejarse de tantos festejos. El horno no está para bollos. Y muy en la línea de los calvinistas, deciden que mejor servir a la nación o a la Iglesia que a la nada. Porque para ellos el Carnaval era mucho más que la nada. Era la fiesta por la fiesta misma autogestionada por los vecinos. Había algo en ese hecho que irritaba a las clases dirigentes y también a las clases altas porque la fiesta popular era plebeya. En el Carnaval no había clases sociales.
En Argentina, Sarmiento trae el Carnaval a Buenos Aires después de una gira por Europa que culminó en Venecia. Fascinado decide que hay que hacer algo parecido en Buenos Aires. Y de alguna manera, legitima una fiesta que hasta hacía poco era criticada por la clase media acomodada porteña. En efecto, se la asociaba con los descendientes de esclavos que con sus tambores invitaban a todo el mundo a bailar.
“Los afroargentinos del tronco colonial experimentaban el carnaval como un ámbito más donde compartir su música. Los toques, las danzas y cantos formaban parte de su vida cotidiana, con una significación profunda. Los blancos, en cambio, eran quienes vivían el carnaval a la usanza del viejo continente, donde se lo concebía como un espacio acotado para la liberación de las normas opresivas, donde la alegría, la burla y el desenfreno estaban permitidos.”[1]

La necesidad de vivir otras vidas
La música y el baile son dos de las formas más democráticas de crear y consumir cultura. A menudo se lo ha asociado con lo no productivo. Hoy sabemos que el impacto de los festivales culturales[2] en el PIB es muy alto justamente en aquellos países menos industrializados. Pero no solo eso. La gente necesita expresarse como necesita tomar agua. Antes me parecía que era todo un poco elitista esto de la cultura (en cierta manera, hay un poco de esnobismo, es verdad) pero hoy pienso que no podemos vivir sin un cacho de cultura. La que sea. La música. La lectura. La tele. El esparcimiento. Esa forma de salir del mundo productivo es también condición sine qua non para que siga funcionando. Uno sin el otro, no puede sobrevivir.
Necesitamos parcelas para escapar. Para vivir otras vidas.
Porque una sola, a veces, no es suficiente.
Para leer más
- Notas sobre la racionalidad, las emociones y el cuerpo
- Notas sobre la economía y el cuerpo
- Allí donde habitan las sombras
- Sobre lo bello y la inteligencia artificial
- Sobre por qué el ChatGPT le inventa romances a Katherine Mansfield
[1] Fuente: Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires (ver enlace en el texto)
[2] Por ejemplo, solo en España en 2018 los festivales de música facturaron más de 300 millones de euros. Sin hablar del impacto directo e indirecto que tiene en el empleo y en la facturación de servicios relacionados. (Fuente: OBS)
Hermosa prosa y jugoso ánguko
¡Gracias!
Claras, precisas y profundas tus disquisiones.
¡Gracias!