Continuamos hablando de Solenoide de Mircea Cărtărescu. Esta vez, divagamos sobre la cuarta dimensión, las ansias de conocimiento, el mundo literario y la soledad del artista para crear. Disfruten.
Si te perdiste la primera parte, puedes leerla acá.
Tabla de contenidos
Escapar a otra dimensión
Hay que reconocer que la literatura y la ciencia han manoseado el tema de una manera pasmosa. Pero el asunto no se agota ni se agotará nunca. ¿Qué es la cuarta dimensión? Una metáfora más, un ideal geométrico, un camino. Un lenguaje inventado que, a la postre, es un bastón. Un asidero al que nos agarramos para subsistir en esta vida. En pocas palabras, es escapar.
Es andar en bicicleta en un día primaveral y que te de la brisa en la cara. Y sonreír. Y olvidar que las cosas pesan. Es cerrar los ojos y dejar que la música entre. Soñar. Dormido y despierto. Es hacer el amor. Es sumergirse en los libros en la biblioteca. Es escribir y olvidar que existe el tiempo. Es correr por el campo. Es acurrucarme en un abrazo de mis hijos. Quedarme ahí. Y respirarlos. Que ellos entren por mi nariz y por mis oídos. Refugiarme en la fantasía que ellos van creando. Y tenderles trampas con el lenguaje. ¿Es la religión? ¿Es entregarse a la drogas? ¿Es perseguir el conocimiento absoluto?
Otro asunto relacionado con lo anterior. No le doy importancia a los finales. Nunca juzgo una obra por eso porque, para mí, no existen los finales de las cosas. Pero creo que en el final de Solenoide caben muchas interpretaciones. Yo lo veo como un final irónico.
Pero prefiero contarles el final que quiero ver.
El narrador se entrega a la drogas, verdadera puerta de entrada a esa otra dimensión. En ese cosmos, todo cabe, formas colores y esa sensación de «amor». O quizás, pueda ser la droga la lupa de la conciencia humana.
Hay cierto empalago. No es critica. Justamente, asocio el empalago con el sentimiento religioso y con el amor más cursi. Aquel que se exterioriza, que no es íntimo. Que pegotea. Yo instintivamene me alejo pero me río cuando lo leo. Lo observo como se mira una mosca en la miel. Y pienso que a veces necesitamos la luz y el azúcar como drogas que nos dan placer inmediato. Me gusta pensar al narrador como un personaje bastante imperfecto. Incluso cursi, ¿por qué no? La cursilería nos humaniza. Me gusta que la idea de huida esté ligada a algo banal. Y puede ser un escape.
Volvemos a lo mismo.
La desesperación puede llevarnos a la poesía, a la filosofía, a las drogas pero a algunos puede llenarlos de una búsqueda de fe.
¿Es el teseracto la fe?

La biblioteca infinita
La idea del salto de la dimensión involucra el concepto de conocimiento. Si estoy en una dimensión superior puedo tener más información.
Dice el narrador refiriéndose a esos habitantes del plano: “podemos robarle el dinero de sus bancos”. (…) Somos sus dioses. (p.437)
Huimos porque no comprendemos pero, como esbocé en La gracia está en no llegar, ¿hasta qué punto queremos o necesitamos llegar a ese punto de conocimiento total? Yo huyo cuando escribo. Cuando no entiendo. Cuando quiero aprender.
Pero.
¿No es una trampa maravillosa para que nos entretengamos en el camino?
Dice el narrador de Solenoide: “Sin embargo, no escribo para que esto lo lea alguien, sino para intentar comprender qué me pasa, en qué laberinto me encuentro” (p.265)
¿No sería triste un mundo en donde ya no hubiese necesidad de buscar, de huir, de comprender? Yo no quiero saberlo todo porque el conocimiento inteligible es manipulable. Susceptible de ser sistematizado.
Quiero esferas de oscuridad. Quiero huecos. Quiero elipsis. Quiero vacío. Quiero silencios. Quiero abismo. Malos entendidos. Divagaciones. Especulaciones. Azar. Quiero incógnita. No quiero la biblioteca de Borges. O la quiero con sus misterios no resueltos. Me espeluznan las certezas. Me asustan. Me espantan. Me vuelven pequeña. Me hastían. Y la trascendencia, también me cansa.
Y la gravedad del ego que pesa como un yunque. Levitar en los sueños. Ser nadie. Eso es huir.
El tiempo está viviéndome.
Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada codicia.
Ellos son imprescindibles, únicos merecedores del mañana.
Mi nombre es alguien y cualquiera.
Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.
Jactancia de quietud (Luna de enfrente, Borges, 1925)
Lo conocido es manipulable. Lo cuantificable es susceptible de ser manoseado. ¿A quién le gusta que lo manoseen? Yo no quiero que me sistematicen. Que me conviertan en una tendencia. Y aquí veo un nexo con nuestra vida actual, sometida al hastío y la implacabilidad del big data y las redes sociales.
Porque mientras más públicos somos, menos libres somos.
Y en realidad, puede que esa sea la verdadera cárcel.
El hombre se emborracha de datos, los acumula como una droga. Los monopoliza, los analiza, los estruja y los transforma en mercancía. Y aun así, ni la máquina más certera podría abordar todos los aspectos del universo porque requiere de un lenguaje que necesariamente recorta y limita, crea un subconjunto. No hay texto que lo abarque todo (menos mal).
Pero el narrador de Solenoide sube la apuesta y dice:
Ningún libro tiene sentido si no es un evangelio. (p.265)
Yo dudo.
La celebridad y el costado oscuro
Hay un punto irónico en Solenoide y que conste que, hasta acá, no he hablado de la trama pero esbozo el planteo saliéndome del plano del libro. La premisa es la siguiente. Y puede que ésta sea la verdadera novela:
Un escritor de éxito, eterno candidato al Premio Nobel, nos cuenta cómo es la vida de un escritor fracasado.
En la subtrama, un escritor fracasa en su aspiración y termina siendo un gris profesor de secundaria. Toda la novela es el diario de este escritor en el que experimenta y siente una libertad para hacer verdadera literatura: la que no está destinada a nadie.
Y en este punto, me gusta imaginar que los autores, y hablo en general, incluso aunque escriban cosas tétricas y tristes, en el fondo se están riendo un poco de nosotros.
El escritor juega a tendernos una trampa.
Nos pone acertijos.
Se ríe.
Me pasa también con Stephen King: yo pienso que es un señor que se ríe mucho cuando escribe. No sé cómo es en realidad pero lo imagino en su casa de Maine, puteando por la política de su país y sonriendo en cada página que escribe. Intuyo a veces ese nexo difuminado entre el horror y el humor. Entre lo que genera risa en el escritor y en lo que llega al lector.
Yo imagino siempre a un narrador atormentado y a un escritor risueño.
La eterna vuelta a la infancia
Y siguiendo con la premisa: ¿cómo esboza un escritor candidato a premio nobel, la vida de un loser? ¿Cómo puede meterse en la cabeza de un perdedor cuando él mismo ha sido consagrado en su famoso cenáculo?
¿Cómo construye la realidad, su realidad, desde el éxito?
Me podrán argumentar: cuando escribió todo eso, no era célebre. Y lo tomo. Nunca lo sabremos y tampoco debería importarnos. Pero volviendo a nuestro caso, aun suponiendo lo anterior,
¿Cómo encara el autor de éxito, que querrá seguir escribiendo, la búsqueda del hecho literario en su sentido más puro, sin compromisos, con libertad?,
¿No se trata la literatura de buscar esos huecos oscuros, solitarios y dolorosos para sacar la belleza o llegar a algún tipo de verdad o intentar comprender? ¿Cómo hace el autor de éxito para encontrar esos espacios de sombra en donde el alma se despoja de los elogios, de las luces, de las efímeras e implacables redes sociales?
¿Qué tipo de extrañamiento es necesario para no perder los ojos del niño que mira?
Quizás la clave sea la vuelta a esa época. Ese periodo en el que navegamos en la ceguera. En la que no entendemos nada. En el que todo nos causa estupor.
Y me dicen: “es que el autor no soltó la niñez”.
Y yo digo.
Eso es verdad pero ¿qué es lo que hace a la infancia y juventud tan atractiva para ser narrada?
Y mi respuesta es categórica: los huecos.
El paso del tiempo va dejando pozos oscuros en donde no penetra la memoria. El tiempo pasa y esa superficie se llena de poros por donde se escapa lo que recordamos.
Escribir, hacer literatura es rellenar esos huecos.
Y al mismo tiempo, la distancia transforma la percepción de las cosas. ¿Qué pasa cuando observamos tan de cerca un objeto? ¿Qué pasa cuando nos alejamos? ¿Qué nuevos contornos que antes no veíamos se vuelven nítidos y cuáles desaparecen?
La belleza de las hilachas
Una de las cosas más memorables es el uso temporal. La novela arranca en la vida adulta del personaje pero no es el final ni el comienzo de su vida y luego nos lleva hacia adelante y hacia atrás sin ningún tipo de orden. Y en ese caos, el lector nunca se pierde. No es fácil esbozar esa complejidad y hacerla placentera.
Y justamente lo más destacable de esta obra es que deja cabos sueltos en la trama. No intenta que todas las historias “cierren”. Su narración es una vendaval patagónico de esos que te dejan un poco estúpido.
Habrá quien me diga: “te están manipulando”.
Ya saben que yo pienso que los escritores en el fondo nos manipulan un poco.
También me dicen.
Es que en el capítulo X, decae.
Y yo digo.
¿Cómo no va a decaer una novela de casi 900 páginas? Hay algo en ese componer la historia que tiene que ser espontáneo como la narración oral que no está siempre «arriba» todo el rato. Esa imperfección en el texto, le da textura como al gazpacho que uno lo disfruta más si tiene pedacitos de cosas y no es solo una sopa perfectamente molida. Por favor, autores: no pasen sus obras por el colador. Yo no quiero novelas coladas. Las quiero así, rugositas y con tropezones. Con arenilla.
Porque me gusta tropezar en literatura. Y quedar un poco magullada.
Una traducción de otro planeta
Tengo que hacer un apartado acá para hablar de esto. Normalmente, no es un tema que haya tratado mucho. Pero es necesario que diga algunas cosas. En realidad yo no sé qué escribe el autor porque no sé rumano. Solo accedo a Solenoide a través de los ojos de su traductora Marian Ochoa de Eribe. No sabemos en realidad qué ha escrito el autor pero nos fiamos de ella. ¿Y por qué lo hacemos?
Porque desaparece.
Y dejen que me explique.
Cuando leo a Marian, me olvido de ella. Me olvido de que es española. El lenguaje no interfiere en mi disfrute, todo lo contrario. Nosotros los latinoamericanos, aplaudimos cuando un lenguaje despojado de localismos (cuando es una traducción) nos llega cristalino.
Tan cristalino que ni es tema de conversación.
Ella debe ser buena escritora pero además pienso que un traductor tiene que amar lo que está traduciendo y, al mismo tiempo, dejar de lado el ego porque tiene que intentar llevar la voz del autor a los lectores.
Repito. Yo no leo rumano.
Pero su voz desaparece.
E ilumina aquella otra voz de alguien, a los que algunos llaman «autor».
También quiero destacar que leí El verano en el que mi madre tenía los ojos verdes de Tatiana Tibuleac y debo decir que confirma todo lo que expongo aquí.
Hablamos de otra voz. La voz de la autora, que tiene otra forma de narrar.
Otra vez vuelve a desaparecer Marian para que entre alguien a la que llamamos Tatiana.
Y funciona.
¿Una crítica velada al mundo literario?
Habíamos hablado del azar hace un rato. El narrador sitúa su fracaso en el azar. Con la misma lógica, nos está diciendo también que el éxito literario es solo producto de la coincidencia. Al mismo tiempo, otorga una excesiva importancia al Cenáculo. Me deja un poco perpleja como lectora que este sea un tema recurrente, el asunto de la validación por parte de los pares. Parece ser que sigue siendo crucial para la carrera de un escritor, algún tipo de aceptación por parte de ciertas tribus. Grupos de escritores que se recomiendan entre sí y en donde las reseñas y los panegíricos están a la orden del día. No lo juzgo pero pienso que la novela pone de manifiesto cómo algo extraliterario, como puede ser la recomendación de un colega puede cambiar, para bien o para mal, el destino de un escritor. ¿Y la literatura dónde queda en el camino?
Varias lecturas son posibles de lo que expresa Solenoide.
El narrador deja claro que el verdadero escritor es aquel que escribe sin destinatario. El mejor destino de la obra es la hoguera. La mejor obra es que la que sabemos que existió y está condenada a morir.
Aunque luego no muera.
En este sentido, el narrador nos invita a lo imposible.
Crear “como si”.
O acudir al cinismo. Crear con destino a quemar.
Me topo con Julien Cracq en Nudos de vida que me dice:
“En la actualidad, es una suerte para un escritor no haber estado de moda jamás, sino haber permanecido en una zona de retiro y sombra a la que solo acudían los que tenían verdaderas ganas de conocerle. La iluminación devoradora de la comunicación contemporánea tiene algo de la naturaleza de los rayos X, más que sacar de las sombras, lo que hace es violar el fuero interno sin importar las defensas, y después de una aplicación prolongada esteriliza y roe.”
Nudos de vida (p.71) Ediciones del subsuelo
Y suscribo sus dudas.
Ya he hablado en Arte y economía: una mirada desde la historia y la filosofía, sobre la completa tensión entre el mercado y el arte. Y en cómo el capitalismo subvierte hasta lo más transgresor. Y vuelvo a lo mismo: si el capitalismo abraza lo disruptivo, lo envuelve, lo soba, lo empaqueta y nos dice que es hermoso, ¿Cómo podemos seguir haciendo arte que conmueva, que mueva los cimientos del sistema? ¿Qué nos lleve a otra dimensión?
Solenoide nos dice.
No te cases nunca. Serás inmensamente infeliz.
Y uno, que es más bruto que un arado, se casa igual.
Escribir es de esas cosas que seguramente uno hace por las razones equivocadas. Es un vicio absurdo. Es querer capturar algo. Es como andar en bicicleta con las ruedas pinchadas. Uno transcurre como pisando clavos. Y busca dónde puede estar el pinchazo. Palpa la cubierta con la yema de los dedos. Intuye. Especula. Escribir es todo eso.
Es una batalla perdida de antemano.
El autor de Solenoide dice que teje.
Yo digo siempre que, en realidad, los libros ya están escritos y los llevamos pesados en nuestras espaldas. En nuestra mente. Yo digo que escribir es ese intento por sacarnos de encima esa carga.
Es quitar la morralla. Es limpiar las basuritas. Aunque queden algunas.
Pienso que se parece un poco al trabajo de los arqueólogos o paleontólogos que con una pequeña escobilla van sacando la arenilla y van limpiando con cuidado. De forma lenta. Cuidando los contornos de aquello que van descubriendo. Y se pueden tirar años quitando polvillo. Y descubriendo con maravilla un fósil, una forma. Un vestigio. Algo.
El narrador dice:
“Todos excretamos, al vivir, los poemas, los cuadros, las ideas, las esperanzas, los deslumbrantes palacios de la música y la fe, las conchas con las que en otro momento protegimos nuestro vientre blando, pero que solo tras nuestra separación empieza a vivir en el aire dorado de las formas puras”. (p.435)
Escribir es una tragedia. Es el fracaso de algo perfecto que nunca pudimos atrapar. Es aceptar que existe la gravedad. Es lidiar con ella. Es tratar de deshacerse de ella. Y, al mismo tiempo, constatar que sin ella, estamos todos muertos.
Es planear por unos segundos. Elevarse del suelo.
Aunque sea unos instantes.
Como el avión de papel que hace mi hijo. Lleno de ilusiones.
Levanta vuelo. Se eleva un instante. Etereo, lo observo.
Y cae. Arrugado.
Otra vez la gravedad.
Y me río.
Bibliografía citada en orden de aparición
Cărtărescu, Mircea. Solenoide. Impedimenta. 2018
Carson, Anne. La belleza del marido. Lumen. 2019
Berardi, Bifo. Futurabilidad. Caja negra. 2019
Cracq Julien. Nudos de vida. Ediciones del subsuelo. 2022
Borges, Jorge Luis. Obra poética. Sudamericana. 2011
Recursos que charlan bien con Solenoide
A continuación detallo algunas fuentes que armonizan y amplian muchos de los temas que se tocan en la novela. Los mejores libros son los que te llevan a otros libros. Los que esperan, y los ya leídos que vuelven con fuerza. Todos ellos fueron candidatos a estar de forma más explícita en este artículo pero, al final, me di cuenta de que este monstruo se transformaría en un ensayo que, en este momento, no estoy en condiciones de encarar. Puede que quede para un futuro o quizás para cuando agarre fuerzas para leer la trilogía de Cegador.
Aquí les dejo algunos puntos de partida para seguir pensando. No es una lista exhaustiva. Solo un camino suceptible de crecer o menguar en el futuro. El mío propio y personal.
- Las conversaciones de Fritjof Capra con EF Schumacher, un personaje muy interesante del que hablaré en breve, padre de la Economía budista, de la Economía ambiental y discípulo de Keynes. En este diálogo, profundiza en la idea del cambio del rol de la ciencia que pasa de la sabiduría a la manipulación (Francis Bacon decía: «el conocimiento es poder»). La «ciencia de la comprensión» tiene que ver con la sabiduría mientras que la «ciencia de la manipulación» solo quiere poder. Les recomiendo que lean este diálogo porque entronca muy bien, a mi juicio, con el propósito de la novela. Aparece en Sabiduría insólita (Kairós, 1992).
- Dentro del mismo libro recomiendo leer el diálogo de Fritjot Capra con Stanislav Grof, autor de Realms of the Human Unconscious en donde esboza una «cartografia de la conciencia». Allí se explora el uso del LSD como mecanismo de conocimiento de la mente, en el que las drogas serían un especie de microscopio de la conciencia. Recomiendo mucho este diálogo porque entronca muy bien con la idea de la mente como punto de partida de todas las cosas.
- Un tema que quedó en el tintero para profundizar es el asunto de la fenomenología y las matemáticas. Quiero agradecer una vez más a la gente de La filosofía no sirve para nada, en donde se debaten estos y otros temas. En especial, les recomiendo escuchar este episodio, sobretodo el cruce entre Schulz y la religión y Husserl y las matemáticas. Queda para más adelante un análisis más profundo de este aspecto que atraviesa la obra.
- Siempre que intento buscar una respuesta acudo a ella: María Popova de The marginalian. En relación a Solenoide, les recomiendo leer Dreams, Consciusness and the Nature of the Universe en donde se explora cómo la imaginación y los sueños contribuyen a hacer ciencia. Y sobre la búsqueda de la belleza en las matemáticas, hay un hermoso artículo titulado Geometrical Psychology: Mathematical Models of Consciousness by the 19th-Century Psychologist Benjamin Betts es una reseña bastante completa de la obra que está bajo dominio público y que se puede descargar online. Muchas de las ideas de Solenoide están contenidas en este libro.
- Stanislaw Lem tiene al menos dos textos que conversan muy bien con Solenoide, uno de ellos es Un minuto humano aparecido en Provocación (Funambulista, 2005) en donde se trata la idea imposible de contener todo el conocimiento en un solo libro. De El profesor A. Donda (Impedimenta, 2021) saco la bella idea de la ciencia como malentendido. Lo mismo aplica a la literatura.
- El grupo de Facebook en español: Araña, mariposa y Solenoide: Mircea Cărtărescu en español. Y aprovecho para agradecer a Mihai Iacob por dejarme entrar. Allí hay un repositorio bastante completo de recursos. Se los recomiendo.
- Aprovecho este espacio para recomendar el podcast de José Carlos Rodrigo porque gracias a El café de Mendel, me terminé de decidir a agarrar Solenoide. Todo lo que recomiendan junto a Jan Arimany es de calidad. Buena literatura. Yo siempre digo que al lector no le importa si los escritores ganan premios ni su currículum literario o si son candidatos a Premio Nobel. Nos dejamos llevar por los buenos recomendadores, gente que no tiene compromisos con las tribus literarias y que no le debe nada a nadie.
- A Borges, lo nombro porque sino me van a decir: no nombraste a Borges. Ni me gasto en citar. Investiguen ustedes, señores.
Deja una respuesta