Hoy hablo de Solenoide de Mircea Cărtărescu, un libro que soporta múltiples lecturas. Se puede leer como un diario, como una novela, como un ensayo o como un compilado de historias maravillosas. Aunque quizás, todo esto es una excusa para hablar de los temas que me gustan: la matemática, la filosofía, la ciencia y, por supuesto, la poesía. Primera parte.
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Unas palabras antes de empezar
Este texto parte de una tragedia. La desgracia que ataca al escritor debutante y al experimentado: la automutilación. Lamentablemente, para dejar este artículo en dos entregas, he tenido que dejar de lado cuestiones y autores muy interesantes. Para mí, es como cortarme un miembro.
Pero luego pienso.
Todo lo que tenga que decir, ya se dijo. Todo lo que quiera plantear, ya se escribió.
Entonces, me olvido y me imagino que soy una estrella de mar que puede perder uno de sus brazos sin problemas. En efecto, me he cortado varios brazos para escribir este texto.
Quiero aclarar que lo que viene a continuación, no es una reseña. Yo no reseño libros, no hago resúmenes ni hago panegíricos de escritores.
Como mucho, esto puede ser la reseña de un libro que no existe.
No soy profesora de literatura. No pertenezco al mundo universitario ni científico. Mi análisis de la obra la hago desde el lugar del “lector común”.
Por qué leí Solenoide
Antes de meterme de lleno, quiero aclarar varias cosas.
Llegué a esa novela porque me la pasó un familiar que me dijo: “no pude con ella”. Yo miré ese hermoso ejemplar de Impedimenta que probablemente viajó desde España a Buenos Aires y vuelta a Madrid con curiosidad. Qué hermosura.
Corría el año 2018 y me encontraba en un estado emocional que no me permitió apreciar la obra.
Pero siempre digo que los libros buenos, te esperan.
Y, quieto, se quedó en mi mesa de luz.
Tiempo después, llegó El ruletista (Impedimenta, 2010 ). Lo leí, aprecié que era buena literatura como Solenoide pero no lograba entrar. Me quedaba afuera forcejeando la cerradura.
Pasaron algunos años y el libro seguía durmiendo agazapado entre otra pila de historias que competían y pedían a gritos atención.
Solenoide, hermosa y callada, dormía a mi lado. Quizás me observaba y, mientras tanto, yo me dejaba seducir por otras historias.
Pero sucedió algo.
Un embrujo
Los que me conocen saben que llevo tiempo leyendo, investigando y escribiendo sobre la vida de Maynard Keynes y todo su universo satélite que incluye, al menos, a todo el Grupo Bloomsbury. En febrero, sucedieron muchas cosas y, entre ellas, fue que empecé a leer de forma un poco más seria la vida y obra de TS Eliot, porque este poeta, amigo de Virginia Woolf y de Keynes me conmovió profundamente en un momento en el comenzaba la guerra de Ucrania.
De ahí, salió este diálogo entre Las consecuencias económicas de la paz de Maynard Keynes y La tierra baldía de TS Eliot.
Después de ese round cansador, mi chico trajo una nueva tanda de libros, entre ellos estaba Poesía esencial (Impedimenta, 2021) de Mircea Cărtărescu.
Fruncí el ceño.
Se me arrugó la frente.
En otro momento de mi vida, hubiese dejado descansar el ejemplar en esa pila de libros hermosos y durmientes, pero ahora era diferente. Venía de leer a Eliot, a Dickinson, a Borges.
Andaba ya medio trastocada.
Señores, yo entro a este universo Solenoide por la poesía, no por El ruletista. Allí encuentro la puerta de entrada. La combinación secreta que me faltaba o aquel chispazo que surge a fuerza de poner en contacto dos entes.
Tengo piojos otra vez….
Dio la casualidad, además, que había pasado toda la semana despiojando a mi hija. Y no pude parar de leer.
Yo pienso que fue un embrujo.
¿Quién escribe el libro?
Esta pregunta me carcome. ¿Realmente el autor es tan importante o son las miles de conexiones que hago en mi cabeza? ¿O el azar de que estuviera despiojando a mi hija cuando empecé a leer?
Por eso no me siento cómoda en el lugar de adoración al autor.
La realidad es:
Nosotros no sabemos quién es el autor.
¿Es un señor que firma autógrafos?
¿Es un señor que está solo y pobre en el mundo?
¿Es un señor que vive en otra década?
¿Es un bot?
¿Quién es ese ser que en algún momento de su vida se puso a escribir?
¿Y quién soy yo que recibo esa obra y le doto de una entidad lejana y desconocida para el autor?
¿No les parece que en realidad la literatura es un gran malentendido?
La matemáticas, un lenguaje que es un camino
La metáfora matemática está muy presente en toda la obra. El punto de partida es el azar. Parece el narrador situar su fracaso como escritor, no en sus dotes literarias, sino en un hecho fortuito como es la validación por parte de un cenáculo de su obra.
“En aquella velada terrible del Cenáculo de la Luna, la trayectoria de mi vida no solo se bifurcó como un tronco en dos ramas enormes, (…) sino que estalló el mundo entero en una mitosis cósmica, una fisión universal que produjo dos realidades infinitesimalmente distintas al principio pero cada vez más extrañas luego, a medida que se alejaban en el tiempo” (p.535)
Solenoide (Impedimenta, 2018)
El azar es haber nacido humanos y no insectos. Ser producto de mutaciones. De errores. Es no entender. Es la entrega al desconocimiento. Es confusión.
Hay algo de retorno siempre a los mismos temas. La búsqueda de la cuarta dimensión ejemplificada en el teseracto, es un juego de la mente. Yo digo que es la eterna búsqueda de un lenguaje. Pero es solo eso: un lenguaje. Que no deja de ser un medio. Un camino hacia algo. Un artefacto que inventamos.
El narrador busca el teseracto.
Y yo pienso que crea un lenguaje para entender. La matemática es eso, un lenguaje que intenta, en el mejor de los casos, recortar la realidad y en el peor, hace ficción para llegar a alguna idea de verdad o belleza.
Y aquí cuento una anécdota personal.
Los sueños son el terreno de la matemática y de la poesía
Cuando estudiaba Economía, pasaba muchas horas estudiando matemáticas. Sobre todo, Álgebra y Análisis matemático. El estudio era tan abstracto que a menudo nos preguntábamos si todo eso nos serviría para la vida profesional.
Yo siempre había sido muy mala en matemáticas, tuve profesores particulares durante toda mi enseñanza secundaria y cuando llegué a la facultad, empecé a estudiar una ciencia bastante más abstracta. Aun así, empecé a disfrutar por primera vez esa disciplina pero, al mismo tiempo, crecía mi perplejidad:
¿Para qué estaba haciendo todo eso?
Por momentos, sentía un fuerte extrañamiento hacia todo lo que me rodeaba. Haces algo durante mucho tiempo pero no sabes bien por qué.
Por otra parte, sentía algo cercano al placer. Me gustaba y, según pasaban los años, la cosa se fue complicando. Y pasó lo siguiente:
Empecé a suspender los exámenes.
Yo no era tan buena.
El punto final llegó cuando tuve que intentar entender un libro de Microeconomía avanzada escrito con elementos de topología. Simplemente, no pude más. Para mí, la topología es un lenguaje extraño creado por mentes oscuras.
Por Dios, googleen aquellos símbolos.
Dejé de ver la belleza. La otra cosa que pasó, fue que mi mente estaba tan repleta de símbolos matemáticos que empecé a soñar. Por las noches, soñaba la resolución de las ecuaciones. De los problemas. Las derivadas. Las series. Las integrales. Las ecuaciones diferenciales.
Y eso era bastante incómodo y, al mismo tiempo, hermoso.
Hay algo mágico en esa noción de poder representar toda una idea, un cosmos, con solo un signo.
A mí eso me parece belleza.
Y me dicen. ¡Pero no es realista! Eso no es la realidad.
Y yo les digo, la matemática es un lenguaje que sirve para intentar entender algo. Recorta la realidad. Agarra la tijera y saca un trozo y lo mira fijo.
Hay una suerte de eficiencia en el lenguaje matemático que lo hace bello. Fíjense que uso la palabra “eficiente” que tiene muy mala fama. Nadie espera que las cosas eficientes sean bellas pero yo encuentro bello eso de poder expresar algo con un solo símbolo.
Pasaron los años y abandoné las matemáticas. Eventualmente, me recibí y trabajé de cosas en las que las matemáticas no eran necesarias.
Y ahora vuelvo a febrero del 2022.
Empecé a soñar con poesía de la misma manera en la que resolvía ecuaciones años atrás. No puedo explicarlo. Es como un puzzle. Unas ansias de que algo, lo que sea, encaje. Porque siempre la poesía es como el alarido de un perro apaleado.
Si la prosa es una casa, la poesía es un hombre corriendo en llamas a través de ella, dice Anne Carson.
Y de noche empecé a ordenar palabras con el mismo furor con el que resolvía ecuaciones. Y esa sensación de urgencia y de belleza en el cuerpo era la misma.
No anoté nada. No me importa.
O sí.
Orama es la voz susurrada sin cuerdas vocales ni aparato fonador que te llama por tu nombre en plena noche.(p. 554)
Solenoide (Impedimenta, 2018)
Es como llegar a una idea. Un concepto.
Y que se esfume.
Viajar entre mundos sin que se note
Pero sigo pensando profundamente qué es lo que más me impactó de esta obra.
Si agarrás los temas que trata, hay quien podría decir.
“No dice nada nuevo.”
“Eso ya se trató.”
“Es pretenciosa.”
A todos los atiendo ahora.
El autor, quien quiera que sea, es capaz de hilvanar los momentos realistas y fantásticos. Su relato es tan bello que hace que lo complejo, parezca simple. Un buen escritor muestra sencillez.
Solenoide es sencilla.
Y eso es bueno.
No nos damos cuenta cuándo pasamos de la vida gris del narrador a los túneles mágicos y sobrenaturales de su ciudad.
Y en efecto, el autor es un excelente escritor de literatura realista. La vida realista del personaje esta tan bien narrada que no parece de este tiempo.
Por momentos, siento que estoy leyendo la narración de un autor que murió hace muchos años.
Y esto es un elogio.
Escribir no ficción literaria con rigor
El narrador me quiere decir algo y para ello se vale de la vida de personajes que existieron pero que son funcionales a la historia que está contando.
Esto no es menor, es la manera en que le dotamos de narrativa a personajes históricos. El autor no se limita a escribir una novela biográfica sobre la vida de Boole, de Ethel Lilian Voynich, Nicholas Vaschide, de Hinton y su cubo de Rubik o de Mina Minovici.
Entreteje sus vidas públicas con la pequeña vida del narrador.
Y me detengo en este punto.
Siempre me parece interesante esa mirada que cruza diversos territorios, en este caso el de la vida pública y privada de personajes que son anónimos.
A veces son pasajes largos que requieren de oxígeno. Yo digo que solo un buen narrador te lleva “haciendo perrito” por todo un océano (Yo no soy una buena nadadora).
A veces me parece que no hago pie.
Pataleo un poco. Me quedo sin aliento.
Leer Solenoide, es un ejercicio que recuerda al running: te lo pasas bien pero estás exigido. Hay que economizar fuerzas. Parar. Respirar.
Leer Solenoide es un ejercicio de confianza.
Y volviendo a estos personajes históricos, debo decir que el autor no hace biografía literaria a lo Stefan Zweig.
Ese tipo de libros ya existen.
El autor no se limita a hacer autoficción.
Eso ya existe.
El autor no se limita a publicar sus diarios
Eso ya existe.
El autor no hace ensayo filosófico
Eso ya existe.
El autor hace otra cosa.
No me pregunten qué.
Solenoide es un martín pescador, que según como los observes, puede ser azul, turquesa o verde.
Muta y se transforma en los ojos del que lo lee.
Un diálogo entre varias disciplinas
Ya lo dije antes, desde el Canguro filósofo celebramos las obras que interpelan a diferentes disciplinas. En el mundo actual, estamos todos compartimentados en diferentes saberes. Como ratitas corriendo cada una en su propia rueda. Qué triste.
Fíjate que hasta principios del siglo XX, alguien que ejercía de economista, en realidad venía de estudiar filosofía, matemáticas, probabilidad, literatura, latín, griego. Y allí estaban en contacto con gente de diversas disciplinas. La vida de Keynes y todo su entorno es un ejemplo de esto. Él nunca fue graduado en Economía porque no existía una carrea universitaria como tal. Existían grandes ramas de conocimiento que el alumno iba investigando y deambulando. Lo mismo aplica a otros economistas como TS Eliot que trabajó en un banco muchos años.
Pero, en la actualidad, nos encontramos con que el economista no habla con el poeta, el ingeniero pasa de las humanidades.
Esto no siempre fue así pero lamentablemente estamos yendo a un mundo que divide, que nos separa. Solenoide es una invitación al diálogo y entendimiento entre la ciencia, la literatura, el arte.
La historia del capitalismo de los últimos cien años ha consistido, en parte, en la historia de ese despojo de la enseñanza universal. Ya no se estudia latín y griego en las carreras de humanidades, en Economía apenas sabemos de filosofía y los filósofos no manejan ni entienden las matemáticas.
Bifo Berardi nos dice:
“Preservar la autonomía del conocimiento es la cuestión más importante de nuestro tiempo” (p. 229).
Esa autonomía perdida tiene que ver con esta separación de saberes. El creador está en su atalaya, el ingeniero otro tanto. No hay diálogo entre disciplinas y el salario sigue siendo el principal constreñimiento para esa autonomía. El mismo lenguaje que configura el capitalismo nos limita y como ya he dicho en Cambiar el futuro es cambiar la conversación ¿cómo vamos más allá de esos límites del lenguaje que nos permita imaginar un mundo mejor?
Y Bifo resuena otra vez,
“Sin embargo, lo que veo y lo que sé está lejos de ser la totalidad de lo que existe. Lo que escapa a mi conocimiento, lo que no puedo ver, lo que no puedo imaginar, lo que ni siquiera puedo concebir son los medio de escape”. (p.249)
Bifo Berardi en Futurabilidad (Caja Negra, 2019)
Solenoide es la narración de un escape. El diario de una huida. Es la búsqueda de la belleza, de la verdad. Quizás es la crónica de una quimera. No quiere agradar. No quiere ser redonda ni seducir al lector. Y, sin embargo, los sumerge en un viaje vertiginoso y alocado. No baja linea. No quiere cambiar el mundo ni le dice al lector lo que tiene que hacer. No quiere conformar minorías. Denunciar hechos abyectos. Solo se rinde ante la belleza y la verdad.
Como hace la verdadera literatura.
YA ESTÁ PUBLICADA, LA SEGUNDA PARTE.
Disclaimer: Las referencias y bibliografía aparecerán al final de la segunda parte. Todas juntas.
Qué linda y curiosa reseña del Solenoide
Tal vez deba releerlo
Muchas gracias. Ya puedes leer la segunda parte. ¡Un saludo!
Leo por primera vez a Cărtărescu y me tiene asombrado algo que también te he leído aquí, Silvia: las miles de conexiones que hago en mi cabeza. Estoy leyendo «Nostalgia», no «Solenoide», y tengo la impresión de que estuviese escribiendo sobre mí. Y por lo que veo os ocurre a más lectoras. También siento que es la narración de un autor que murió hace muchos años. Y también me parece un elogio hacia él.
Es un placer descubrir a alguien que me reporta tantas sensaciones.
Mira. Me has dado ganas de leer Nostalgia. Es un no parar de pensar. Sus entrevistas son muy interesantes. Creo que me cae bien porque no parece escritor. Te invito a leer la segunda parte que ya está publicada. Me gusta saber qué piensan los que leen los autores que yo leo. ¡Gracias por leer y comentar!
Querida amiga, soy colombiano y leo a Mircea desde algunos años atrás. He escrito también mis impresiones en torno a sus obras en prosa y poesía. ¡Es un clásico moderno! Su atractivo texto en torno a SOLENOIDE, estoy compartiéndolo mucho. Gracias por sus sinceras apreciaciones. Mircea o su traductora al español, Marian Ochoa, y hasta su editor, Redel, estarían orgullosos de su aproximación y sus vivencias con Cartarescu.
Estimado Umberto,
agradezco sus palabras. Me alegra que aporte mis comentarios a la obra de Cartarescu. Le invito a seguir leyendo la web. Estaré atenta a sus escritos. Puede compartir por esta vía sus comentarios sobre la obra de este autor rumano. Puede servir a otros lectores. Un saludo cordial.