El otro dia visité el templo de Sendaku-ji porque aparece en las guías y está bien señalizado. No soy mucho de ir a lugares turísticos, pero me queda cerca y no parece mal plan. Así me entero de esta anécdota que ha tomado la categoría de leyenda. A veces me pasma que, de hechos tan pequeños, mezquinos y banales, se arme todo un relato fundacional. De esto hablo hoy. De los hombres públicos y las mujeres en penumbra. Disfruten.
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La historia de los ronin
El origen de muchas peleas entre las personas suelen ser simples malentendidos. Cosas que esperamos de los otros y que no suceden.
La historia de los 47 ronin tiene mucho de todo esto. No la voy a contar detalladamente porque para eso está Wikipedia y la gente seria que escribe libros de historia y guías turísticas. Solo diré a modo de resumen, que la leyenda[1] dice que 47 ronin[2] vengaron una ofensa a su señor que, a su vez se había sentido ofendido por no haber sido correspondido de la manera que esperaba, después de haberle hecho unos favores a otro señor, que sería el ofensor. El ofendido terminó suicidándose como marcaba el protocolo por haber mostrado su enojo y su determinación.
Y aquí es donde entran los vengadores: unos samurai que quedaron a la deriva sin su amo y que planearon la muerte del ofensor. La venganza fue cortarle la cabeza. Luego de este acto, se entregaron a las autoridades y se suicidaron.
El ronin es el samurai que ya no tiene señor, una suerte de gaucho que deambula por los campos, comete pequeños delitos, vive de la caridad y está desposeído de su antiguo estatus. Algunos van en busca de un nuevo amo, otros trabajan el campo. Los ronin simbolizan la lealtad y la búsqueda de las raíces del antiguo Japón.
Un poco de eso también hay en el Martín Fierro. La idea del outsider que quiere volver a las raíces.
A mí estas ideas me espeluznan un poco.
Unos niños que van armados
Durante algunos siglos, este relato que algunos llaman heroico, fue circulando incrementándose en adjetivos y hechos incomprobables. Pero eso es lo de menos. Yo reduzco el asunto a algo más simple:se trata de un grupo de hombres que se ofendieron muchísimo los unos con los otros y que fueron dejando un reguero de sangre a su alrededor.
No veo estos desaguisados entre gente adulta, lejanos a los berrinches de los niños pequeños que han crecido y que siguen teniendo pataletas (Putin me parece un niño que se ofendió muchísimo). La diferencia con los niños es que esta gente lleva armas encima y no tienen unos padres que puedan mediar. Y ya sabemos las consecuencias de una sociedad en la que parte de la población va armada. Sumemos a esto una ausencia total de Estado (en el sentido moderno) en un contexto en el que el shōgun (o señor feudal) tenía un gran poder.
El gaucho y el samurai
Y esto me lleva a lo siguiente. En la magnífica Las aventuras de la China Iron de María Cabezón Cámara, la autora especulaba con la historia de aquella china que queda sola cuando Martín Fierro era reclutado por las milicias para defender la frontera argentina de los indígenas. En la novela, la china, lejos de extrañar la vuelta de Martín Fierro, abandona todo y se va con una inglesa que anda buscando a su marido. En el medio, las mujeres viven muchas aventuras de toda índole y en ningún momento la china quiere volver con Martín Fierro. Cabezón Camara nos muestra ese lado penumbroso que ha sido siempre la vida de las mujeres, las que no son mitos fundacionales de los países.
Yo siempre pienso dónde andaban las mujeres mientras los ronin peleaban y guerreaban. Quiénes los vestían, les hacían la comida, quienes cuidaban a esos hijos que iban engendrando por ahí, porque la historia de ellas siempre es el silencio.
En el relato de A.B Mitford, los ronin llegan a la casa de Kira, el ofensor, a quien quieren matar, pero él se esconde mientras que mujeres y niños de la casa lloran desconsolados. No sabemos nada de ellos porque la crónica no lo aclara, pero a nadie llama la atención que sea el señor el que escapa escondiéndose en una vivienda cercana mientras las mujeres de la casa quedan expuestas a la furia de los ronin. Finalmente es encontrado y decapitado. Su cabeza es llevada en una estaca al templo de Sendaku-ji en el que me encuentro ahora.
El templo hoy
Sigo con la visita. Es curiosa. El día es extremadamente caluroso. No alcanza con el sombrero. Nos recibe un chico joven a la entrada del cementerio que blande en una de sus manos un mini ventidador. Nos vende el incienso y nos explica cómo debemos ir poniéndolo en las tumbas. Mis chicos se entusiasman porque todo lo que sea prender fuego algo les entusiasma. Y vamos colocando los palitos en cada tumba. Se supone que estamos honrando a los vengadores. Qué bonito todo.

Las lápidas y los cementerios en Japón nunca huelen mal. Nada huele mal en Tokio.
El incienso en la cultura japonesa es muy importante[3]. Seguimos honrando a aquellos que figuran en los libros de historia. No entiendo bien porqué hay que seguir poniendo en valor a esta gente. Lo digo con honestidad y algo de asombro.
Quizás debiera a existir un reseteo de héroes cada cierto tiempo. Porque el mismo concepto va mutando con el tiempo. Me gustan las leyendas, no es ese el problema, pero me incomoda el relato moral que hay detrás. Al menos, podríamos ir matizando o dando una mirada más moderna a los próceres del pasado. No digo que haya que cancelar a nadie. Quizás solo hacernos algunas preguntas. Indagar más para conocer mejor la historia.
Yo propongo quizás agrandar la mirada o indagar en ese pasado desde otro ángulo. En ese sentido, veo interesante saber quiénes eran esa clase que sostenía a otra. No solo hablamos de las jerarquías en Japón, también se trata de saber qué lugar ocupaban las mujeres en esa pirámide.
No es que me obsesione con las mujeres. Me interesa siempre saber quién sostiene a quién y claro, en esa indagación no podemos obviar a más de la mitad de la población de un país en el que las mujeres no eran sujeto de derechos.
Sigo caminando por las lápidas. Me gusta cómo tallan la caligrafía en la piedra. Los trazos de una lengua que no conozco. El chico japonés del fondo se pone a barrer. Estamos en el mismo espacio. Y aun así, para mí, esa columna de hermosos caracteres solo son dibujos para mí. Para él, son un mundo. Para mí solo bellos garabatos. Y me parece el ejemplo más claro de las diferentes capas que tiene la existencia.
El chico ve una cosa. Yo veo otra. Miramos distinto. Percibimos distinto. Nuestros mundos son lejanos y, sin embargo, estamos uno junto a otro.
Esa idea me impresiona.
Yo quiero saber quiénes eran esas mujeres que acompañaban a los ronin, las que se quedaron en la casa temiendo lo peor. Nadie sabe nada de ellas. Las voces femeninas son anónimas o se las llevó el viento. Yo pienso que un poco de ellas está también en ese incienso que se quema.
Como fantasmas que siguen deambulando.
Las mujeres en Japón
Muchos creen que el feminismo en Japón no existe. Al menos desde afuera vivimos con ese prejuicio. Ahora que estoy un poco más cerca o mi mirada es más acusada, puedo ver que hay gente pensando en otro mundo. Están ahí, en libros de poca circulación. En libros que no se han traducido. En documentos descatalogados. En viejas bibliotecas que nadie consulta. En los murmullos de las familias que transmiten las historias de generación en generación. Un ejemplo es el interesante libro de Yamakawa Kikue que relata la vida de una familia samurai recolectando las anécdotas de su madre. En él, podemos tener una semblanza de los aspectos cotidianos de la vida de una mujer, del colegio, la división de roles, la organización de la economía doméstica y otros aspectos de los que usualmente no tenemos idea cuando pensamos en la cultura samurai. La autora, una de las primeras feministas y socialistas de Japón, tuvo que soportar el peso de la censura, pero aun así, su libro Women of the Mito domain pudo ver la luz en una época difícil para las voces disidentes.
En Occidente siempre hablamos de poner luz o de visibilizar. Quizás porque el brillo es parte de la cultura occidental. El YO, las luces. Ya nos hablaba Tanizaki sabiamente de esto. En Japón, la tierra de la penumbra, todo es susurros, incluso los movimientos de ellas. Pero ha habido mujeres que han intentado documentar y dar voz a otras. Están en la vida cotidiana, en el quehacer diario.
Deambulo por las tumbas. Son bellas. Mis hijos cumplen el ritual.
Yo pienso en ellas.
[1] Se puede leer un relato detallado de los hechos en la obra de A.B Mitford, Tales of old Japan. Llama la atención que incluso el autor de este libro ve con admiración este acto de venganza.
[2] La historia fue llevada al cine en Japón y en Estados Unidos protagonizada por Keanu Reeves en 2013. La película resultó ser un fracaso de taquilla.
[3] Hay un excelente ensayo sobre el incienso y su historia dentro de los ritos japoneses que se puede leer en Ghostly Japan de Lafcadio Hearn.
«Quizás debiera a existir un reseteo de héroes cada cierto tiempo.» Gran verdad!
¡Lo veo sanador!