Hace poco me pasó algo tremendo: leí el peor prólogo de mi vida. No voy a nombrar al autor o autora porque está vivo y no me gusta hablar mal de la obra de alguien. Solo puedo decir que ese prefacio fue abyecto, autorreferencial, largo, mal estructurado y, lo peor de todo, con ¡autocitas! En condiciones normales, soy una gran lectora de prólogos, me gustan, me suman, me atraen, -tanto si son del mismo autor como si están hechos por un tercero- y en este caso, como una incauta me leí un prólogo infumable que ocupaba prácticamente la mitad del libro. Hoy quiero hablar de diversos prólogos y además te voy a contar cuáles son mis preferidos, aquellos hermosos que se te quedan en la memoria y en el corazón.
Tabla de contenidos
Los prólogos ¿qué son?
En realidad, no necesito ir al diccionario. Los veo todo el tiempo. Para mí son una introducción a la obra. Es un comentario que la sitúa en su contexto. Puede ocupar una página, cinco o medio libro. En esta definición, yo incluyo a la subcategoría del “Estudio preliminar” que es un prólogo un poco más “técnico”. A veces son más sesudos pero, aun así, para los que no somos expertos en teoría literaria, nos suma.
Pero vayamos al diccionario María Moliner para confirmar nuestros prejuicios en torno a los prólogos.
Viene del latín, en el teatro griego y latino era el discurso que se daba antes de la obra. También se lo define como “acción o relato breve, independiente de los de la obra misma”.
Casi todas las definiciones rondan lo mismo pero mi preferida es: “Cualquier cosa que precede inmediatamente a otra…”.
Me gusta porque engloba muchas cosas diversas.
Aun así, no me quedo satisfecha y sigo buscando. Quiero saber más. Consulto a Borges, que algo sabe de esto, y nos dice lo siguiente a propósito del prólogo a Reposo de Elvira de Alvear.
“Considero que la función del prólogo es entablar la discusión que debe suscitar todo libro, y evitar al lector las dificultades que una escritura nueva supone.”
Y continúa más adelante:
“en el libro común, el prefacio no tiene razón de ser, es un mero despacho de cortesías; en el excepcional, puede ser de alguna virtud” (p.93)[1].
Bien. Pero sigamos. ¿Por qué este pedazo de texto a medio camino entre apéndice y extremidad despierta tantas pasiones? Conozco gente que los odia y se los salta, con la típica frase de: “no quiero que otro me cuente el libro”.
Hay una especie de indignación u orgullo en reconocer que alguien sabe más que tú y te lo puede contar. Me los imagino a estos antiprologistas como grandes enfadados gritando a los cuatro vientos ¡Cómo se atreve! ¡Qué tupé!
Yo les tomo sus dudas pero discrepo con esta gente. A mí los prólogos me sirven. Se trata de un tema de confianza. Digamos que confío y creo en el prologista. En especial, si sé poco sobre el contexto de la obra o sobre el mismo autor. Incluso funcionan también como una sinopsis ampliada ya que pueden definir, o no, la compra de un libro.
En última instancia un buen prólogo —como los trailers de las películas al ir al cine—, te salvan de un mal libro. Aunque es raro el caso de que un buen prólogo preceda a un mal libro. También puede pasar al revés, un mal prólogo puede lograr el efecto deseado: dan más ganas de leer la obra.
Un apéndice interesante
Lo que me atrae de la idea del prólogo es que sea algo que no pertenece a la obra pero está ahí: cerca. El prólogo es extranjero. Pero depende de ella para sobrevivir. Digamos que hay una simbiosis. En rigor, no puede existir un prólogo sin obra. Es como algo que sobresale, que no pertenece. Siempre pienso que en esos apéndices, como en los epílogos, los índices analíticos o las notas al pie, está lo verdaderamente interesante. Quizás es una quimera. Una esperanza. Siempre pienso que hay algo escondido en los prólogos porque son como extremidades de un torso-obra-protagonista que, quizás furiosos y egocéntricos, pelean por ocupar un mayor lugar que el que les corresponde. Es como el actor secundario, debe ensalzar al autor, nunca opacarlo.
¿Qué le pido a buen prólogo?
- Que no sea autorreferecial (ya lo dije pero lo repito).
- Que no sea demasiado técnico. Puede estar bien documentado pero al mismo tiempo tener un lenguaje asequible.
- Que no destripe demasiado la trama. He leído prólogos que te cuentan demasiado, incluso algún final o moraleja. Estos prólogos son como niños pequeños que reclaman atención y lo logran adelantándose a la obra. Son como esos chicos chivatos que corren a contarte una novedad que no soportan mantener en silencio. En el fondo, quieren ser protagonistas.
- Que no sea escrito por un amigo del escritor. El prologuista amigo ya es sospechoso.
- Que, en lo posible, haya una distancia en años y geografía entre prologador y prologado. Lo ideal es que uno de ellos haya muerto. En rigor, es deseable que el autor haya muerto hace mucho tiempo (al prologuista lo necesitamos vivo, al menos para escribir el prólogo). Me detengo en este punto: si la muerte es reciente ya estaremos en manos del sentimentalismo y la subjetividad de sus contemporáneos. Mejor que sea una muerte lejana.
Dicho esto, no es necesario que el prólogo lo escriba un tercero. Casi prefiero un buen prólogo escrito por el mismo autor que un prólogo moñas escrito por un amigo. Me banco el prólogo del editor de la obra o del traductor porque pueden aportar un poco del detrás de escena. Te cuentan la cocina, los orígenes de la obra. El proceso.
¿Cuándo leer un prólogo?
A menudo, lo más interesante de un artículo son los comentarios de la gente. De alguna manera, ese texto puede ser concebido como el prólogo involuntario de los aportes de los lectores.
Hay prólogos que te dicen tanto que es mejor leerlos al final de la obra. Yo soy muy de transformar los prólogos en epílogos. Me gusta mucho leer sobre un libro que ya he leído. En ese sentido, el prólogo cobra importancia a posteriori así como las críticas de otros lectores. Y en ese sentido, podemos transformar en prólogos textos que, a priori, fueron concebidos como obras en sí mismas.
En este caso, si leo el prólogo al final, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Quién prologa a quién? ¿No será que la obra prologa al prólogo? Y puede que esta sea la gran tragedia de esta creatura. El perder el estatus de texto y transformarse en mero prólogo.
Para mí no sería bajar de categoría pero la gente tiene mucho ego y prefiere ser el cantante del concierto principal y no el telonero. Lo bueno es que el autor de la obra nunca sabrá si fue prólogo o prologado. Es, al fin de cuentas, una tragedia que sucede sin que nadie se entere. Es como un dolor que no existe, que es silencioso. O un dolor que no tiene doliente. Está ahí pero no hay nadie para que lo experimente. El torso deviene extremidad sin que nadie lo note excepto el lector que también es ajeno a ese drama porque a los lectores no les importan estas cuestiones banales.
Los prólogos ficcionales
Pero centrémonos unos minutos en aquellos prólogos escritos por el mismo autor en clave ficcional. Estos prólogos son raros. No hay que saltárselos porque se pierde la esencia de la obra.
Un ejemplo, maravilloso: el “Prólogo indispensable” de Leopoldo Marechal en Adan Buenosayres, para mí de los mejores prefacios jamás escritos, en especial, porque ese narrador se confunde con el autor y es un especie de juego divertido. Y ya que estoy, aprovecho para decir que el Liminar de Piglia que aparece en la edición de Fondo de cultura económica es excelente y entretenido, tiene todo lo que le pido a un prólogo: que esté bien escrito y que me aporte algo del contexto, detrás de escena y alguna anécdota personal. El prólogo de Piglia para mí es una obra artística.

Otro prólogo ficcional es El ruletista de Mircea Cărtărescu que abre su libro Nostalgia (Impedimenta, 2014) . El narrador se confunde entre la ficción y la realidad. Intuimos que es el propio autor y, como Marechal, juega con el lector. En este caso, hablamos de un prólogo-cuento que abre esta colección de historias.
Prólogos de gente afín
Hay otra categoría de prólogos que me encocoran y me crispan un poco: suceden en esas traducciones hermosas de obras maestras extranjeras, prologadas por un local. Peligroso el asunto. Por ejemplo, veo una obra magnífica de una grosa feminista de habla inglesa y se me cae el alma a los pies cuando esa bonita edición está prologada por la feminista local de turno. Y entonces, se me arruga la frente y se me quitan las ganas de todo. Son prejuicios pero pienso que la feminista de moda no sabemos si va a perdurar, entonces, me parece que se torna medio banal el asunto. Me da todo reclamo comercial para vender más a costa de una causa noble. Quizás no es esa la intención pero eso parece. Pero no pasa solo con el feminismo, a menudo con los libros políticos o de no ficción sucede algo similar. Hemos visto a varios políticos prologando a otros políticos o a escritores a fines prologando a autores con posicionamientos políticos claros. Lo entiendo y no lo condeno pero como lectora no me suma.
Y se parecen a menudo a la siguiente categoría de prólogos: los que son meros reclamos comerciales.
El prólogo de alguien más famoso
Cada vez más vemos libros cuyas cubiertas llevan el subtítulo de: “Prologo de Menganito”. En este caso, el prólogo de alguien de mayor talla funciona como un elemento de propaganda. Quizás es un acuerdo del editor con algún otro autor de su catálogo. Lo desconozco pero en este caso, ya sospecho. Y me suelo saltar estos prólogos, o los leo con curiosidad y extrañeza porque quiero saber cómo es una loa de escritor a escritor.
Lo mismo pasa con los textos de la faja esa que va en los libros. Desconozco si los prólogos se cobran. Recuerdo que yo escribí prólogos para terceros. Eran prólogos más técnicos y siempre eran anónimos, incluso no sé si fui negra de prólogos, he escrito prólogos que han firmado otros. Fíjense lo bajo de mi escalafón. Era la ghostwriter de prólogos. En cualquier caso, a mí me gustaba hacerlo porque me encantaba escribir cualquier cosa y me daba igual quién firmara.
Los prólogos de los biógrafos e historiadores
Para mí estos son los mejores prólogos. Hacen verdaderas maravillas porque te cuentan detalles jugosos sobre la obra que han investigado. Recuerdo con verdadera pasión el prólogo de la biografía de Maynard Keynes hecha por Robert Skidelsky. Allí nos contaba en primera persona, no solo sus dificultades para obtener información sino que reflexionaba sobre el tiempo y la capacidad de hacer buenas biografías cuando la familia y los amigos estaban cerca. Esa mezcla de ensayo, crónica y reflexión fue perfecta para entrar en su obra.
Otros grandes prologadores son los traductores de la obra que conocen tan bien el texto que se han ganado su lugar: por ejemplo, Marian Ochoa de Eribe tiene hermosos y clarificadores prólogos de la obra de Mircea Cărtărescu. Me aporta que una española experta en literatura rumana me cuente por qué hay que leer a este escritor. Los traductores siempre son candidatos naturales a buenos prologuistas. Pasa lo mismo con las notas del traductor Sanz Irles en La tierra baldía (Olé Libros, 2022). Ya lo dije en La guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y Maynard Keynes y me repito. Estos prólogos son altamente interesantes para los lectores. Siempre queremos saber por qué es importante ese libro y, básicamente, por qué lo estamos leyendo. Ellos lo saben y nos lo cuentan.
Prólogos que son clases magistrales
Cuando hablamos de antología, la presencia del prefacio, introducción o prólogo es casi es indispensable. De alguna manera, el editor debe explicar al lector porqué ordena ese material de esa forma y porqué ha elegido esos cuentos. El trabajo de curación se puede tornar en sí mismo obra de arte. Para mí, esto es muy importante porque no soy una intelectual ni tengo formación literaria, entonces que alguien que sabe más que yo, de lo que sea, me haga una selección y me explique por qué cree que es importante, me sirve.
Hay gente que se enoja con esto. No es mi caso. Valoro mucho las antologías de lo que sea cuando están bien prologadas. Justamente por el trabajo previo de curación. Cuando veo un libro que pone “Cuentos completos de xxx” o incluso ediciones baratas que son antologías sin prólogo, no presto atención. Me parece que ahí no hay un trabajo cuidadoso con la obra.
Yo siempre quiero saber por qué el editor de turno hizo esa selección. Además, pienso: no necesito leer TODOS los cuentos de un autor. Necesito leer LOS MEJORES. Y entonces, en ese caso, una buena selección hecha por un experto en el tema es recomendable. En este terreno tengo dos prólogos que son libros en sí mismos para recomendar.
Un buen lector valora los prólogos en los que se puede aprender algo más del género en cuestión. Es el caso por ejemplo del excelente trabajo de Introducción. Las hijas de Metis escrito por Teresa López-Pellisa y Ricard Ruiz Garzón publicado en Insólitas (Páginas de Espuma, 2019) la antología de literatura fantástica escrita por mujeres. Realmente es un racconto interesantísimo sobre la evolución el género en Latinoamérica que suma mucho a los que no somos licenciados en letras ni estudiosos del tema. Otra magnífica introducción, erudita y muy completa, es la que aparece en Cuentos de hadas de Angela Carter (Impedimenta, 2016)). Es increíble todo lo que se aprende sobre los mitos y los cuentos maravillosos con estos dos libros y sus prefacios.
Otro prólogo memorable, en especial para las inútiles como yo que saben poco de poesía, fue el de Ernesto Hernández Busto a La tierra baldía, que ya conté que fue una guía útil para entender y disfrutar de este poema. Es un faro impecable de cada capítulo del poema que, sumado a las notas del mismo traductor Sanz Irles, realmente enriquece la experiencia de leer este poema. Fíjense la distancia que hay entre los prologadores y la obra. Casi 100 años. El tiempo perfecto para que nadie salga herido.
Quiero mencionar, por erudición y buen escribir, el prólogo de Jorge Guillén a las Obras completas de García Lorca en edición de Aguilar (1955).
“Hondo, el caudal. Dentro del hombre latía su infancia”.[2] (p.xvi)
Este prólogo embellecido, cuenta con capítulos y fotos y una prosa que es puro arte.
Los prólogos no escritos
Vivimos en la época de los prólogos y epílogos. Toda obra es susceptible de ser comentada y, quizás estos prefacios devienen más importantes que la obra misma. Se tornan protagonistas y escapan de su rol secundario.
Pero hay otra clase de prólogos menos visibles.
Son aquellos que no se escriben.
No existen y no se leen pero posibilitan que exista la obra.
Puede ser la soledad necesaria.
El silencio previo a la escritura.
Un dinero guardado para poder comprar tiempo.
Una caminata rápida que ordena las ideas.
La ducha. Los viajes en tren. La charla con alguien.
Un espacio confortable. O, quizás, algo incómodo.
Las decepciones. Los olvidos. Los recuerdos de lo necesario.
Marguerite Duras cuenta que compró su casa previo a su “locura por la escritura”. Fue necesario construir ese espacio para luego dedicarse a los libros. El prólogo de su escritura fue aquella casa en Neuphle-le-Chateau.
Me gustan los prólogos y los epílogos pero no dejan de ser apéndices de algo más grande. Se pierde el misterio, se traza un recorrido que viene delimitado, hay menos libertad en la escritura de un prefacio. Hay algo que tiene el escribir que es sublime y que ningún prólogo ni epílogo podrá superar: y es el empezar desde cero en la más absoluta soledad y libertad. Con el vértigo de no saber a dónde ir. Mirando a ciegas. Construyendo en el camino con los sentidos medio cercenados. Marguerite Duras nos dice:
“Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de la nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar”. (p.22)[3]
Amén.
Y tú ¿lees prólogos? ¿Hay alguno que te haya dejado cautivado o que te haya aburrido soberanamente? Te espero en los comentarios.
[1] Borges, Jorge Luis. Textos recobrados. Sudamericana. 2007
[2] Lorca, Federico. Obras completas. Aguilar.1955
[3] Duras, Marguerite. Escribir. Tusquets. 1994
Un tema de gran originalidad tratado de forma inteligente. Gracias de nuevo al canguro por ayudarnos a pensar.
Gracias a ti por leer. Lo de ayudar a pensar, bueno.¡Hago lo que puedo!