Hoy hablamos de activismo, consumo y su vínculo con la naturaleza a propósito del Mundial de Qatar. Y para ello, acudimos a dos clásicos: Bertrand Russell y Henry Thoureau. Disfruten.
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Mundiales en países abyectos
Caminar por los montes de mi barrio. Poder hacer algo tan gratificante como escribir. Tener hijos. Amigos, familia. Uno respira el aire. Agradece todos los días la fortuna de tener muchas cosas que son intangibles. Y al mismo tiempo, en ese mismo territorio que uno habita, conviven realidades muy diversas en las que la suerte y el azar en la vida juegan un papel determinante. No hice nada para merecer todo lo que tengo. No hay una gran meritocracia en las cosas buenas de la vida, como ya he señalado en numerosas ocasiones a propósito del azar.
En los últimos días, se han escuchado numerosas voces en torno a las condiciones en que se ha organizado el Mundial de Qatar. Todos sabemos que en el emirato no se están respetando los derechos laborales de los migrantes, está prohibido formar sindicatos, no se respeta el salario mínimo y la libertad de expresión está fuertemente cercenada[1]. Cada vez más la ciudadanía parece ser consciente de las condiciones de vida de la gente que trabaja en países con pocos derechos, pero ¿hasta qué punto esta indignación no es un postureo mediático, como lo fue en su momento el boicot a Amazon?
Tomo siempre estas sospechas de Bretrand Russell que siempre miraba con suspicacia a aquellos supuestas altruistas. Algo me huele mal cuando la gente anda pregonando su moral en las redes sociales o en las conversaciones y además señalando a otros. Con esto no quiero decir que, quien considere que no debe ver el Mundial o comprar en Amazon, deba hacerlo. Me parece bien que la gente tenga sus convicciones si son genuinas y no parten de una moda. Pero algo me hace ruido cuando todo ese supuesto compromiso social inunda el discurso público y se intenta, mediante esa sobreactuación, ganar prestigio personal.

Bertrand Russell con su mujer en una marcha antinuclear en 1961. A lo largo de su vida, participó en diferentes formas de activismo desde comienzos de la Primera Guerra Mundial. (Fuente: Tony French, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons)
Porque parece que, otra vez, los silencios son convenientes y necesitamos callar algunas cosas e iluminar otras.
Cuando hace cuatro años se hizo el Mundial en Rusia, hubo pocas voces que condenaran a este país, en donde su presidente, hasta hace poco se paseaba por Europa y era elogiado por lo bien que había organizado el Mundial. Ya entonces, se perseguían feministas y los gays no eran bien vistos por la estricta Iglesia ortodoxa. Nadie pareció inmutarse. Sin embargo, Human Rights Watch ya alertaba entonces en un informe detallado dedicado al Mundial 2018, sobre las condiciones laborales de los trabajadores que construyeron los estadios, se advertía sobre la falta de libertad de expresión como de la persecución de minorías, en especial de personas LGTB. En el escalofriante informe se analizó la situación de los trabajadores en cada ciudad donde se disputó el Mundial, en especial de los norcoreanos y sus condiciones de vida en el país ruso (para más información de la historia del sportwashing, les recomiendo este artículo que analiza desde Mussolini hasta nuestros días como se ha usado el fútbol para lavar la cara de gobiernos dictatoriales y van desde Italia hasta Beijing, Rusia, Qatar, Emiratos Arabes. Tampoco podemos olvidar Argentina en 1978).
Dicho esto, estoy feliz de que por fin la gente se de cuenta del trabajo esclavo que hay en Qatar, pero resulta raro que esa misma gente tuitee desde unos móviles que se construyen con litio sacado de las minas de países poco democráticos. Y esa misma gente que dice que no verá el Mundial, se viste con ropa fabricada en países de dudosa democracia y se hace servir el café en los bares en donde la hora trabajada se paga apenas por el salario mínimo.
Esa misma gente ¿le ha preguntado a su peluquero cuánto cobra por hora por cortarle el pelo?
Con esto quiero decir que, todos consumimos bienes y servicios con trabajo esclavo. Nuestro capitalismo se sostiene gracias a países que no respetan los derechos humanos. Nuestro consumo en Occidente se apoya en aquellos países abyectos que criticamos.
Josep Borrell, alto representante de la UE, decía hace unas semanas que había que cuidar el jardín europeo de la jungla. Recibió muchas críticas (entre ellas, la mía).
Más bien, habría que mejorar la jungla o decir que ese jardín europeo, lo es gracias a esa jungla tremenda que hay afuera. No existen ellos o nosotros. Me parece bien condenar estos gobiernos dictatoriales pero ¿cómo Europa se sostiene económicamente gracias a esos abyectos gobiernos? ¿Con qué tupé puede Europa dar lecciones de derechos humanos al resto del mundo?
Y entonces surgen voces que dicen: ¡Boicot!
Si estás dentro, no debes criticar
Hay una imagen, no sé si de la izquierda o no, de que reivindicar los derechos de los trabajadores está reñido con el placer o el disfrute. De alguna manera, está la idea del sufrimiento detrás del pensamiento crítico. Yo todavía sigo creyendo en la búsqueda del placer. Esto lo sabía muy bien Russell que era un vividor y, al mismo tiempo, un activista que ejerció la objeción de conciencia durante la Pirmera Guerra Mundial. Se cansó de dar conferencias sobre el asunto. Y, más allá de la honestidad o no de sus propuestas, conservaba algo que, quizás se ha perdido, en ciertos sectores de la crítica social: ese placer por la buena vida. Ese disfrute de las cosas que no impide, ser crítico con ellas.
Yo no creo en los boicots, no porque no me resulten simpáticos, sino porque si no son masivos, solo sirven para autopromoción personal (mira qué bueno que soy) y para hacer una suerte de washing personal. Además, la idea del boicot encierra algo de autoritario y moralista. Me resulta raro que, si criticas algo, NO debas ser parte.
Pero ¿qué supone eso?
Que, si eres parte, NO debes criticar.
Y eso me suena demasiado despótico. ¿Están los defensores del boicot defendiendo un tipo de consumo acrítico? ¿Un consumo en donde los ciudadanos y consumidores estén calladitos y aplaudiendo al empresario? Sé que tienen, en su mayoría, buenas intenciones pero…
¿No es más problemático para el empresario tener que lidiar con un consumidor pesado y vigilante que con uno que le aplaude todas las gracias?
Con esto, quiero decir que creo más en ser parte del sistema y criticarlo todo el rato. Es la base de la democracia. Si tuviéramos que irnos de todas las esferas que criticamos, nos quedaríamos solos. Siguiendo esta lógica, no podríamos criticar los colegios de nuestros hijos ni reclamar a la empresa de celular, ni criticar una película o a la empresa de electricidad. Tampoco podríamos exigir mejor sanidad pública si no somos usuarios o mejor educación sino mandamos a nuestros hijos a un colegio público. Con la misma lógica, no estaríamos habilitados a pedir más derechos para las minorías sino somos una minoría. Ridiculo el argumento.
Pero volviendo al asunto de los boicots.
Me parece más lógico, ser parte de ese mundo tremendo que es el consumo e intentar cambiarlo desde dentro. Poseemos un conocimiento que nos habilita a intentar lograr mejoras. En especial, cuando esas empresas son monópolicas o cuasimonópolicas y el coste de irse es alto para el consumidor. Entiendo el boicot en un mercado de competencia o incluso en cierto bienes lujo (¿hay necesidad de comprar diamantes de sangre?) pero no cuando hablamos de altos costos de salida y entrada a ese mercado.
En este sentido, es más ruinoso para ese empresario, tener a una legión de consumidores dando la murga a los que hay que seducir para que no se vayan, que marcharse sin más dejando que solo queden dentro del mercado los aplaudidores.
Con esto quiero decir, que me parece estéril criticar a alguien que disfruta de ver un partido de fútbol y enrostrarle nuestra moralidad señalándole con el dedo.
Es posible ver fútbol sabiendo que es un negocio nefasto y sin olvidar que detrás de esa pelota hay esclavitud como en todas las esferas de nuestro capitalismo (por cierto, algunos clubes de la liga europea que muchos ven sin pensamiento crítico, también tienen participación de qataríes que hacen negocio en Europa: por ejemplo, el PSG está en manos de la Qatar Investment Authority[2]).
Sinceramente, nunca criticaría a nadie por ver un partido del PSG. Me parece inútil ir por ahí. A lo sumo le podríamos decir a ese aficionado que genere conversación en torno a eso, que lleve una pancarta o lo que considere (sé que esto último suena un poco ingenuo de mi parte).

Lo que quiero decir, es que el Mundial puede ser una excelente oportunidad para alzar la voz y generar conversación, debate y crítica. Puede que haga más daño decirlo y compartirlo que retirarse de la esfera pública del consumidor vigilante y dejar la plaza pública de consumo en manos de los obsecuentes de siempre.
Quizás podamos pensar en formas de desobediencia civil, sin tener que recurrir a retirarse. Una rebeldía que pase por estar dentro. Usando las mieles de consumo en nuestro beneficio e intentado perjudicar al explotador.
Si nos retiramos del consumo es como dar por perdida la batalla y encima perdemos nosotros. Creo más en usar sus herramientas capitalistas para dinamitar desde dentro las dinámicas que no nos gusten.
Una práctica bastante común es la liberación de molinetes por parte de trabajadores del subte en Buenos Aires. Recientemente, en una carta de la Asociación Gremial de los trabajadores de Subte y Premetro anunciaron que dejarían viajar gratis a los pasajeros de cinco y seis media de la tarde.
En general, en una huelga tradicional, el viajero sale perdiendo pero si los trabajadores del subte, en vez de restringir el consumo del subte, liberan los molinetes y dejan pasar a todo Dios, como han hecho en más de una ocasión: ¿no creen que eso hace más daño a la empresa? ¿ No puede ser esta una forma más eficiente de protesta que una huelga a la europea con servicios mínimos?
Y esto me lleva a la ya tan mentada desobediencia civil.
¿Qué es lo que hace que un acto de desobediencia sea civil?
Algunos teóricos hablan de cumplir los siguientes requisitos[3]:
A mí me parecen bastante estrictos, pero veámoslos porque son un marco interesante de discusión.
- Comunicación: apela a que ese acto sirva como medio de comunicación de una idea o algo que hay que cambiar.
- Decoro: se espera según esta definición que se sigan las reglas de etiqueta básicas de convivencia. En este sentido, quedarían fuera movimientos como Pussy Riot, ACT UP, and Black Lives Matter, entre otros.
- No evasión: el agente que realiza un acto de desobediencia se ajusta a las leyes de ese país. No escapa.
- Publicidad: en este sentido se entiende que se deben respetar los siguientes principios:
- (i) el acto o la reivindicación es pública y abierta,
- (ii) no es anónima: si seguimos estos parámetros, muchos movimientos ligados al haktivismo o la ayuda de inmigrantes quedarían fuera de la etiqueta de “civil”.
- (iii) suele existir un aviso previo
- (iv) se espera que se asuman responsabilidades por esos actos
- (v) se reivindican derechos comúnmente acordados
- No violencia: en este caso hablamos de que no existan violaciones a la propiedad privada, violencia contra uno mismo, lo cual podría incluir las huelgas de hambre.
El activismo en serio requiere dejar de depender de empresas y gobiernos
Vuelvo a Thoreau que siempre tiene frases geniales y leo su vida porque me ayuda a entender la mía. El no creía en un Estado esclavista que entablaba guerras absurdas (como la de México en ese momento). Estaba en contra de pagar impuestos absurdos como a la Iglesia y estuvo dispuesto a pasar temporadas en la cárcel. Pregonaba una vida simple, cerca de la naturaleza y sin excesiva dependencia del Estado y de las empresas. En este caso, el boicot estaba más que justificado. Thoreau es capaz de llevar una vida austera. No tiene mucho que perder, incluso llegó a expresar “me cuesta más obedecer al Estado, que desobedecerle” (p. 54)[4].
Incluso se va a vivir varios a una cabaña en Walden (Massachussets) donde intenta vivir en comunión con la naturaleza. En sus escritos, la economía y las necesidades están muy presentes y hay una profunda reflexión en torno a las necesidades que nos creamos que entronca muy bien con su activismo. ¿Hasta qué punto podemos ser activistas comprometidos cuando dependemos de forma tan violenta y rotunda del Estado y las empresas?
No es casual que Thoreau abra su libro con un extenso capítulo dedicado a la economía. El es consciente de que las necesidades que nos creamos son la ruina de la humanidad y, un poco a la manera de Russell, fomenta una buena vida que pasa por una estrecha relación con la naturaleza[5].
Pero nosotros, consumidores de empresas monópolicas ¿podemos darnos el lujo de renunciar al consumo? ¿está la sociedad preparada para dar ese paso?
Y más importante ¿queremos hacerlo?
Liberar las restricciones al consumo como forma de desobediencia
Así como algunos teóricos pregonan un aceleracionismo que pasa por no renunciar a la tecnología sino usarla en beneficio de la ciudadanía ¿podríamos hablar de un aceleracionismo en el consumo en el que, en vez de rechazarlo como algo intrínsecamente malo, lo abrazarámosy utilizáramos como herramienta de desobediencia civil? ¿No es lo que hacen movimientos como el Open Access Movement?
Me topo con las palabras de Swarzt del Movimiento Guerrilla Open Access:
Tenemos que tomar la información, dondequiera que esté almacenada, hacer nuestras copias y compartirlas con el mundo. Tenemos que coger el material que está fuera de los derechos de autor y añadirlo al archivo. Tenemos que comprar bases de datos secretas y ponerlas en la web. Tenemos que descargar revistas científicas revistas científicas y subirlas a las redes de intercambio de archivos.
El movimiento hacker y de software libre tiene esto muy presente cuando permite el acceso ilimitado a contenidos que antes estaban restringidos. Con esto, no estoy llamando al delito (me adelanto a mis haters). Solo estoy poniendo de manifiesto otras formas de protestas que pasan por eliminar uno de los principales bastiones del capitalismo: la restricción al consumo.

La UNESCO apoya el movimiento Open Access en todas las esferas. En especial, en la ciencia. Este gráfico es parte del informe UNESCO Recommendation on Open Science que fue redactado y supervisado por Creative Commons.
Tanto los trabajadores del subte como los defensores del software libre, quizás tienen una concepción un poco más lúdica en relación a la protesta. ¿Es necesario sufrir e inmolarse para ser crítico con algo?
La idea es interesante porque el boicot, en su forma tradicional, castiga al consumidor, en cambio intentar romper barreras de acceso y permitir el consumo irrestricto, además de más eficiente desde el punto de vista de los objetivos del que realiza la acción, presupone, a mi juicio, una manera lúdica y creativa de ver la vida, que insisto no está reñida con la crítica. Es más: hace de la misma un arma mucho más poderosa.
La virtud y el vicio en el discurso de la protesta
Me pasa algo raro con el concepto de boicot. Siento que, como ciudadana y consumidora. Me tengo que joder yo para joder al empresario. ¿Esa es la moral que hay detrás? Es como una especie de ética insólita y quizás cristiana que implica el sacrificio del ciudadano. Mira no.
Me indigna que tenga que el consumidor deba sacrificar esferas de placer, satisfacción, utilidad (llamenlo como quieran) en nombre de una causa que tampoco perjudicará en nada a las empresas.
Russell lo explica bien cuando habla de virtud y vicio y nuestra herencia cristiana. De alguna manera, somos virtuosos cuando seguimos al rebaño. El vicio, en este sentido, es la postura que disgusta al rebaño. Y dentro de esta lógica entra la cultura de la cancelación que Russell llama de otra forma:
“Esta es la psicología del linchamiento, y de los demás modos en que castiga a los criminales. La esencia del concepto de virtud reside, por lo tanto en proporcionar una salida al sadismo, disfrazando de justicia la crueldad”. (p.63)[6]
Me gusta el acercamiento de Russell porque sospecha del justiciero. Del que anda marcando su moral a los demás.
Nos guste o no, somos más consumidores que ciudadanos. Quizás la desobediencia civil pase más por quebrantar las premisas de las empresas, más que de la de los gobiernos.
Es una realidad y quizás no debamos entrar en conflicto con esa idea, sino abrazarla y pelear por asociaciones de consumidores fuertes que luchen por nuestros derechos. Que los empresarios vean que no estamos dispuestos a irnos. Que además somos disfrutones y queremos aprovecharnos de este sistema en nuestro beneficio y en beneficio de los trabajadores y de la naturaleza.
Subyace siempre la idea de ¿por qué debo retirarme de la esfera de consumo? Y poniéndome dentro de la mente del empresario: ¿qué creen que le daría más bronca a un empresario? ¿Qué te fueras de su mercado o que uses su mercado y no pagues por ello?
Para seguir pensando.
[1] Para más información sobre el estado de los derechos humanos en Qatar, leer el último informe de Amnistía internacional.
[2] Que por cierto también hace washing a través de su fundación.
[3] Para más información sobre desobediencia civil, sus categorías y la controversia en torno a los derechos digitales, se puede acceder a un buen resumen en la Stanford Encyclopedia of Philosphy y en Wikipedia.
[4] Thoreau, Henry. Desobediencia civil y otros escritos. Público. 2009
[5] Thoreau, Henry. Walden. Cátedra. 2005
[6] Russell, Bertrand. Por qué no soy cristiano. Público. 2006
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