Hoy hablamos de un mundo sin trabajo a propósito de la obra Inventar el futuro de Nick Srnicek y Alex Williams. Exploraremos de la mano de estos teóricos y, en constante diálogo con Keynes, qué estamos haciendo mal para que, a pesar del avance tecnológico, trabajemos aún muchas horas. Disfruten.
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Un diálogo entre un abuelo y un nieto
En junio de 1930, Maynard Keynes llegó de la mano de su esposa la bailarina rusa Lidia Lopujova a Madrid. Se alojaron en el Hotel Ritz, comieron en la Embajada británica y fueron entrevistados por los principales diarios de la época[1].
A la tarde se fue a la Residencia de estudiantes y fusiló un viejo texto que había leído en 1928 en el que jugaba a imaginar y construir un futuro utópico del que disfrutarían sus nietos. Su discurso, y posterior ensayo, estaba dirigido a nosotros. Se llamó Las posibilidades económicas de nuestros nietos y en él vaticinaba cosas que tendrían que estar sucediendo hoy en 2021:
“La lucha por la supervivencia, que ha sido el problema permanente del género humano, habrá quedado superada”.
Básicamente, en el ensayo, de tono muy optimista, a pesar de la crisis mundial que atravesaban los países occidentales, señalaba a la tecnología como emancipadora de una sociedad que cada vez iba a poder trabajar menos horas. Y en el que la labor de ganar dinero se transformaría en lo que siempre fue: un oficio vil que dejaría lugar a otro tipo de actividades más gratificantes para el género humano: las artes y la creatividad.
Nos estaba hablando a nosotros. A aquellos que nacerían en los ochenta. Y claro, él no sabía que viviríamos, casi sin uso de razón, momentos tan trascendentales como el fin de la guerra fría, el auge y caída de Nirvana, las Barbies y la televisión binaria y patriarcal.
Aquellos niños de los ochentas, hoy rozamos los cuarenta y nos encontramos, quizás en condiciones de ver o saber si realmente el mundo o la utopía que Keynes imaginó, está en vías de cumplirse. Por supuesto, sabemos la respuesta. No somos tan ingenuos como Keynes. Pero preferimos acudir a alguien más serio. También inglés.
Nick Srnicek, como bisnieto de Keynes, nos desasna el mundo que imaginó. Una sociedad altamente tecnificada y sin empleo, tal como lo concebimos. Veamos.
Sociedades boyantes con desempleo estructural
Hace rato que se viene hablando sobre ciertos temas que, evidentemente, no tenemos resueltos. Uno de ellos, es el asunto del trabajo. España, como muchos países, tiene un desempleo estructural, en especial, entre los jóvenes, que no logramos paliar. Dense cuenta que incluso, en la época de gran bonanza económica en la Comunidad de Madrid, a mediados de los dos miles, había casi pleno empleo (6,5% de población desempleada) pero cuando desagregabas esos datos por segmento etario se veía un desempleo estructural de los jóvenes de más del 18% para el mismo período[2].
Hasta ahora los políticos no se atreven a prometer un mundo en el que no sea necesario trabajar. Siguen en sus campañas prometiendo empleo. Pero,
¿Y si la solución fuera trabajar menos y producir menos?
¿Y si nuestros actuales medios tecnológicos nos permitieran por fin dejar de vender nuestra fuerza de trabajo a terceros?
¿Y si pudiéramos dedicar ese tiempo libre y ganado al arte y la creación?
¿Y si pudiéramos dedicar más espacio de nuestras vidas a otro tipo de trabajos no remunerados?
¿Y si los ciudadanos fueran capaces de crear democracias más sólidas y vigilantes?
¿Y si las mujeres dejaran de depender de la generosidad sus maridos, padres y jefes para dejar un lugar de violencia o para prosperar en igualdad de condiciones?
¿Y si…?
Hoy desgranaremos las respuestas que dan Nick Srnicek y Alex Williams a estos y otros asuntos en Inventar el futuro (Malpaso, 2017). Para ello, lo haremos en permanente diálogo con ese Keynes, nuestro bisabuelo, que desde la tumba nos recuerda lo que él ya profetizó en un discurso que no muchos tomaron en serio: vamos hacia un mundo sin trabajo y sin escasez en un contexto de automatización plena.
Pero empecemos por el principio.
¿Quién es Nick Srnicek?
Nick Srnicek, economista de la King’s College (la misma universidad donde estudió Keynes) especializado en Economía digital, aboga por un postcapitalismo que supere la escasez y el mundo del trabajo tal como lo conocemos. Los que estamos familiarizados con la economía de la cultura, o economía de la creatividad y más específicamente con la economía digital, ya hemos estado inmersos en una concepción de la ciencia económica que ya NO parte del supuesto de escasez en el que se basa toda la teoría clásica y parte de la teoría keynesiana. Ya hemos hablado, cuando se discutió la economía del big data, los principios que rigen este tipo de bienes intangibles. Son bienes que por sus principales características[3] desafían la idea de escasez. Hay una pregunta que atraviesa todo el libro. No la hace abiertamente pero constituye el principal desafío de un sociedad con automtización plena.
¿Podemos construir una nueva economía en el que esa principal característica de los bienes intangibles se pueda extrapolar al resto de la economía?
Dicho esto, Srnicek junto Alex Williams, se vuelven bastantes célebres con su Manifiesto por la una política aceleracionista, un texto que, a mi juicio, sentará las principales premisas de su obra posterior Inventar el futuro.
¿Y cuáles son las principales claves del manifiesto?
Yo diría que algunas de las ideas más interesantes son las que desarrollaré a continuación.
La importancia de la retórica
Una de las preguntas clave del libro con la que arranca es: ¿qué hizo de bien el neoliberalismo para imponerse de forma más rotunda? Esta pregunta de capital importancia entronca casi a la perfección con el concepto de ideología que esboza Thomas Piketty en su última obra. Ya saben que Piketty sustenta y explica los distintos regímenes desigualitarios a partir de una ideología que funciona como sostén y justificación de esa desigualdad[4]. De alguna manera, es una retórica que se impone y que es fundamental para imponer ciertas ideas. Ya Dreidre Mc Clusckey[5] había reducido la ciencia económica a un mero ejercicio de retórica. Triunfan las ideas que mejor expuestas están. Srnicek parece ir en esta misma línea. ¿Qué debemos copiar de los neoliberales para llegar a triunfar e imponer otro paradigma? Y aquí creo que patina un poco la obra ya que le otorga una excesiva racionalidad a un largo proceso que, quizás comenzó con Mont Pelerin y terminó con la imposición del monetarismo en la década de los setenta.
Srnicek ve racionalidad y largo plazo. Un plan consciente y universal. Yo veo más azar y circunstancias propicias para imponer ciertas ideas. No podemos olvidar que durante años Hayek fue una figura menor y su pensamiento era minoritario mientras que las ideas de Keynes, en especial después de la publicación de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (FCE, 2002), venían dominando las esferas universitarias y gubernamentales de las dos principales potencias, UK y USA, y lo harían hasta mediados de los setenta. La historia del neoliberalismo también es la historia de muchos fracasos y no tiene una trayectoria lineal hacia el éxito. Piénsese en quién era Keynes cuando debate con Hayek y cuando éste último escribe Camino de servidumbre.
Keynes era carismático, mundialmente conocido y, según cuenta Zachari D Carter en El precio de la paz, había revolucionado la ciencia económica de una manera más bien rocambolesca: había escrito un tratado infumable (La Teoría general) deliberadamente oscuro y errático pero con ideas potentes. Tan oscuro era que necesitó de un ejército de neokeynesianos y discípulos que se encargaran de explicar y reeditar las partes más importantes. Ese fue el mayor logro de Keynes: formar a un potente grupo de discípulos como Joan Robinson, Richard Kahn o John Galbraith (que llevó sus ideas a Estados Unidos), entre muchos otros que, fueron excelentes divulgadores de su obra. De alguna manera, escribió una Biblia que requería de algunos santos que la interpretaran para nosotros. ¿No es eso lo que hacen las religiones? ¿Eligen un profeta para que difunda la palabra de Dios?
Keynes fue Dios demasiado tiempo y cuando su modelo se agotó, las ideas de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek se habían ya consolidado y estaban en el lugar y en el momento correcto para aplicarlas. No le otorgo esa capacidad que sí le dan Srnicek y Williams de estrategas. Puede que al final hayan triunfado pero ni fue planificado ni estaban dispuestos a esperar cien años. Hay una frase en el libro que me hace mucho ruido:
“La sociedad Mont Pelerin puso sus miras en el largo plazo y esperó cuarenta años a la crisis del keynesianismo” (p.99)
Mire no, la Sociedad Mont Pelerin no esperó porque no es un ser vivo. Nadie espera cuarenta años para nada. Lo intentaron varias veces y de pronto lo lograron. Es curioso eso de crear un relato y dar una racionalidad que no existe a entes que ni siquiera son personas. Ninguna Sociedad espera. Nadie está dispuesto a esperar pacientemente nada (al menos en Occidente). Ni los unos ni los otros. Me parece que este relato es demasiado simplista y peca de lo mismo que critican: simplificar en exceso la realidad.
Crear cultura requiere dinero
Dado que se propone un modelo de postcapitalismo en el que la escasez y el empleo no son premisas básicas, cabe preguntarse hasta qué punto hay economistas pensando en un modelo económico alternativo que no sean parches al capitalismo actual. Y aquí volvemos al éxito de Mont Pelerin.
Sí, “esperó” cuarenta años y en el medio se encargó de convencer a varios millonarios de que sufragaran sus ideas. Fíjense en los pequeños detalles tangenciales que hacen que una obra como Camino de la servidumbre escrito por un economista que nadie conocía cobrara notoriedad sin que ni el mismo autor lo esperara. Veamos.
Un puñado de hombres ricos se sintieron atraídos por sus ideas y el Reader’s digest imprimió una versión corta del libro que dueños de empresas como General Motors repartieron gratis entre sus empleados. Otro dato no menor: la vinculación de Hayek con el millonario Luhnow, un empresario de la industria de los marcos y los cuadros que se deslumbró con Camino de servidumbre.
Hasta entonces, Hayek no lograba mucho entusiasmo en el ámbito científico, ni siquiera entre los conservadores pero es el dinero de Luhnow el que le abre las puertas del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago. Hasta el punto de que, aunque Hayek era empleado de la universidad, era el millonario el que pagaba su sueldo. Un acuerdo similar hizo con von Mises y la Universidad de Nueva York. Y este personaje, ayudaría a Hayek a fundar Mont Pelerin y se hizo cargo de los gastos de viaje de figuras que luego serían dominantes como Milton Friedman[6].
Es importante esta información para dimensionar el papel que juega el dinero en la propagación de las ideas económicas. Quizás hoy funcionen las cosas distinto pero sigue siendo necesario economistas y pensadores que tengan recursos para pensar otro futuro.
No podemos explicar Mont Pelerin sin explicar el rol que jugaron millonarios en la difusión de sus ideas.
La izquierda deja de lado las vertientes más anticapitalistas
Hay una crítica profunda a los grandes movimientos de izquierda como Occupy o el 15M. Sus logros son pequeños y puntuales. Aquí no vemos nada muy original, en este sentido Pensar el futuro se suma a una ola pequeña pero creciente de pensadores progresistas que hacen una crítica desde la izquierda hacia la izquierda, ahí podemos nombrar títulos, al menos interesantes como: ¿La rebeldía se volvió de derecha? de Pablo Stefanoni, La traición progresista de Alejo Schapire (con prólogo de Pola Oloixarac), Mona, también de Pola, que desde la ficción hace una lectura mordaz y critica de la izquierda o el mismo Thomas Piketty en Capital e ideología. Cada uno en su ámbito, la ciencia política, el ensayo, la economía, la ficción, vienen alzando la voz por repensar la izquierda[7].
Pero volviendo a Srnicek quiero destacar su crítica al excesivo horizontalismo que hace que no prosperen las ideas. Hay un concepto interesante porque involucrarse en política requiere tiempo y la gente está trabajando y no tiene las herramientas para analizar y exigir sus derechos. Se ve claramente en algunos movimientos fuertes como el feminismo. En los últimos años, se han propuesto huelgas de mujeres en el día 8M y yo pienso: ¿quién se puede dar el lujo de dejar de cuidar? Al final, estas luchas siguen siendo las batallas de una clase media privilegiada y no lleva a ningún cambio profundo. Por otra parte, el capitalismo sabe muy bien cómo apropiarse de eslóganes de lucha para transformarlos en mercancía. Pasa claramente con el pinkwashing, el purple washing o el greenwashing y todas las campañas que hacen las empresas para vender más por ejemplo, en el mes del cáncer de mama o contra el cambio climático, usando banderas potentes mientras venden y fomentan productos contaminantes. En este sentido, debemos decir que los actuales movimientos sociales que surgen con fuerza dejan de lado las vertientes más anticapitalistas. Esto lo hemos visto claro con el feminismo. Ya lo he dicho a propósito de varios libros que ha escrito Barbara Ehrenreich en donde esboza esa relación estrecha entre capitalismo y feminismo, un vínculo que muchas empresas y estados se encargan de oscurecer.
A todas estas ideas y maniobras de la izquierda por intentar cambiar algo, los autores llaman política folk. Pero hay más.
La trampa de lo pequeño es hermoso
Los autores son críticos con cierta progresía que pondera lo local y chiquito, frente a lo grande y global. Confieso que en el pasado me he sentido atraída por esta idea, en especial, después de leer Small is beatiful de EF Schumcher.
Con la excusa de lo local, formamos comunidades snobs y elitistas que supuestamente luchan contra el sistema. Uno de los máximos exponentes de esta cultura es el auge de la educación alternativa donde todo se traduce en colegios chiquitísimos y carísimos para unas minorías privilegiadas. Lo mismo sucede con la reciente moda de criticar y boicotear a empresas como Amazon que ya sabemos que son oligopólicas, opacas y, quizás siniestras (he hablado bastante sobre Amazon aquí) como toda empresa tecnológica cuasi monopolio natural pero este hecho no vuelve a los pequeños en automáticamente buenos. Como atacamos a Amazon debemos endiosar al librero. ¿Acaso no hay explotadores y prácticas dudosas entre los pequeños?[8]
El error de convertir lo difícil en fácil
Me pareció excelente este concepto muy arraigado en ciertos sectores de la izquierda. Los buenos y los malos. Lo simple. El eslogan. El cortoplacismo. Al final, predomina la idea del NO esfuerzo ante la complejidad en la que vivimos. Quizás es la salida más pragmática pero, insisto, formar ciudadanos libres y proactivos requiere tiempo y aprendizaje pero ¿cómo hacemos en una sociedad en la que no hay tiempo y en donde se buscan las conquistas sociales (y el resto también) en el cortísimo plazo? Me gusta la idea que esbozan de ampliar nuestras capacidades. Quizás es utópico pero ¿queremos un mundo simplificado, algorítmico y fácil de digerir? ¿Podemos pedirle más a este sistema? Los autores van en esta línea. Habría que ver en qué se concreta eso de “ampliar capacidades” y qué rol juega el cambio tecnológico. Por otra parte, me cuestiono hasta qué punto la gente puede esperar. Los autores piden tiempo, largo plazo pero el ciclo vital humano es corto y es lógico que queramos soluciones para nuestra vida ya. Jugamos una partida que sabemos que vamos a perder. Necesitamos cambios profundos que llevan tiempo y, al mismo tiempo, somos finitos y nos morimos, con suerte y salud, a los ochenta. ¿Cómo conciliamos estos dos extremos?
Yo no tengo respuesta.
Mañana más. Esto se está haciendo muy largo.
Continuará.
Aquí, puedes leer la segunda parte.
Para leer más
- Notas sobre la racionalidad, las emociones y el cuerpo
- Notas sobre la economía y el cuerpo
- Allí donde habitan las sombras
- Sobre lo bello y la inteligencia artificial
- Sobre por qué el ChatGPT le inventa romances a Katherine Mansfield
[1] Fuente: Sellares, Bernat. Keynes en Madrid y la “delightful people”. Iberian Journal of the Economic Thought. Ediciones complutense.
[2] Datos obtenidos del INE para el primer trimestre de 2005, vemos un 18% de paro entre jóvenes de 20 a 25 años tanto a nivel nacional como en Comunidad de Madrid mientras que la tasa de paro sin desagregar por edad era del 7% y el 10% respectivamente.
[3] Algunos teóricos hablan de ausencia de tres características intrínsecas que sí poseen el resto de bienes. A saber:
- Exclusión: en la vieja economía basada en la escasez y en los bienes materiales era posible excluir a alguien del consumo. Si todo fuera gratis no habría negocio para las empresas. Pero cuando hablamos de bienes intangibles — digitales — ya no es fácil ni barato excluir. Es por eso que en este contexto, algunos plantean como solución a las ineficiencias, el consumo colaborativo (se habló sobre este tema la semana pasada, puedes ver el link aquí).
- Rivalidad: los bienes materiales son rivales si, por ejemplo, un consumidor se come una manzana y otro consumidor no puede comerse la misma pieza de fruta. Lógica pura ¿no? Pues, con los bienes digitales ocurre lo contrario: dos personas pueden consumir el mismo bien sin que disminuya su cantidad. Desaparece la escasez como premisa de la ciencia económica. Pero surgen más problemas: si solíamos fijar el precio en función del costo marginal de producir un bien y éste es tendiente a cero como sucede con los bienes digitales, todos los productores se irían a la bancarrota. Y es por eso que economistas como Jeremy Rifkin (2014) hablan de la “economía del coste marginal cero”.
- Transparencia: este es el punto más interesante. Cuando hablamos de bienes en los que interviene la tecnología estamos pensando en bienes con una cierta complejidad. Un ejemplo clásico de la literatura económica ha sido el mercado de los autos usados, un mercado que ha servido a los economistas para teorizar sobre aquellos bienes de los cuales no podemos tener toda la información. En este sentido, hay bienes que requieren un aprendizaje previo antes de ser demandados y consumidos (Kahin & Varian, 2000)[1]. Es el caso de muchos bienes llamados culturales y —por supuesto— de la privacidad. Pero no solo hablamos de aprendizaje previo sino también de un cierto tipo de “racionalidad”. En algunos tipo de bienes, se habla de “racionalidad limitada o acotada”.
[4] En términos de Piketty, la noción de ideología tiene que ver con pensar la historia de la humanidad, no como la historia de la lucha de clases sino como la historia de la lucha de ideologías en pugna. Cada estructura de desigualdad necesita una retórica que la sostenga. Esta es poderosa y es el pilar más importante que justifica la desigualdad. Fuente: Piketty, Thomas. Capital e ideología. Deusto. 2019
[5] Mc Closckey, Deirdre. The rhetoric of economics. The University of Wisconsin Press. 1998
[6] Fuente: Carter, Zachary D. El precio de la paz. Paidós. 2021
[7] Los hay muchos más pero me he limitado a nombrar algunos textos con los que me he topado a modo ilustrativo.
[8] Sobre la polémica Amazon vs los libreros, puedes leer esta serie de artículos.
hAY QUE SEGUIRLO. Muy bueno
Gracias. Lo más interesante es la segunda parte.