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Silvia Zuleta Romano

Sobre el oficio de escribir, el capitalismo y otras hierbas

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Sobre categorías e inventarios

Silvia Zuleta · 8 junio, 2023 · Deja un comentario

Me pasó que me pidieron que haga un inventario de objetos para contratar un seguro. Una burocracia sin fin que no tiene mayor trascendencia. Y toda esta tarea me hizo reflexionar sobre lo que contamos y numeramos y el mundo que se crea alrededor.

Tabla de contenidos

  • Contar puede ser de rebeldes
  • Los matemáticos y los escritores hacen cosas parecidas
  • Cuando otros cuentan por uno
  • Inventariar te vuelve frágil
  • Mis categorías, mi decisión
  • Sobre categorías hermosas
  • Para leer más
  • Han comentado últimamente

Contar puede ser de rebeldes

Yo soy muy de hacer listas en general. La mente se ordena o quizás uno busca algo de paz en tanto caos. Las listas. Los conjuntos. El lenguaje. Hay algo que intuyo mientras meto en el Excel los objetos y les asigno un valor. Yo no tenía ni idea de esto y es pasmoso.

El valor económico de las cosas.

A ver. Hacemos transacciones a diario y estamos todo el tiempo lidiando con precios y unidades. Pero no somos muy conscientes, en la vida diaria, del valor y la cantidad de los objetos con los que convivimos.

Es tan fuerte constatar que la noción de algo se hace muy presente cuando lo cuantificamos. Ya dije muchas veces que en economía cuantificar es el primer paso para visibilizar. Y eso está muy bien porque, cuando logramos poner cifras a las cosas, podemos exigir que mejoren, que aumenten, que disminuyen.

Cuantificar tiene mucho que ver con los derechos. Tiempo atrás, no era normal contar las mujeres muertas por violencia de género, y alguien se puso a enumerarlas y ese mismo hecho cobró una importancia increíble. Con el número en la mano ya podemos enojarnos y exigir que hagan cosas. Lo mismo pasó, mucho antes, con los muertos por accidentes de tráfico.

El mismo hecho de enumerar nos alarma, nos mantiene atentos. Y se establece un reto implícito que tiene que ver con mejorar esa cifra. Nos pasamos la vida intentando mejorar la cifra de algo.

Los matemáticos y los escritores hacen cosas parecidas

Al principio, el acto de contar tiene algo de subversivo porque se empieza a poner palabras y cifras a lo que es invisible. Si buscamos la palabra en la RAE vemos que la palabra contar tiene varias acepciones:

  • Numerar o computar las cosas considerándolas como unidades homogéneas
  • Referir un suceso verdadero o fabuloso.
  • Tener en cuenta, considerar.

En latín se dice computāre. Tanto si enumeramos como si relatamos un hecho, estamos contando, es decir, estamos poniendo luz en aquello que antes no veíamos. Y pienso que cuando contamos historias a nuestros hijos, les estamos llevando a territorios inexplorados como cuando aprenden a contar y entonces te puedes encontrar a tu hijo haciendo las tablas y jugando con los resultados. Es su manera de caminar a tientas con el lenguaje. Van construyendo algo que a veces no entienden, usan la memoria y las palabras que van incorporando son como ladrillos que forman su vivienda. Su patria. Una parcela propia que irá mutando.

Pero hay un lado oscuro de todo esto.

Cuando otros cuentan por uno

A veces ese exceso de cuantificación nos lleva a tornar trascendentes cosas que deberían ser muy ligeras. El mundo de los objetos es agobiante. Recuerdo que cuando vine a ver mi casa antes de comprarla, la antigua propietaria tenía toda la vivienda llena de cosas. El mero paso del tiempo había acumulado objetos por doquier. Eran materia inorgánica, voluminosa, pesada.

Cuadros. Libros. Estanterías. Adornos pretéritos. Portarretratos de gente probablemente muerta. Una colección de angelitos de todos los tamaños. Ella había puesto sus categorías y en base a eso había construido su patria.

Yo puse mala cara y me agité. Me costaba respirar. Estaba embarazada de 8 meses, tenía una panza infame que apretaba mis cotillas. Y no pude seguir caminando. Necesitaba aire. Recuerdo que me quedé sentada en una silla de la cocina porque no quería ni podía subir escaleras. No tenía aire. No tenía fuerzas para encarar esa mole de cemento llena de objetos de otro.

Siempre he intentado no conservar cosas del pasado que no tengan uso. Hay un tema con la muerte: si me muero no quiero que haya cosas demasiado personales dando vueltas por ahí. Además, quiero que lleguen otras y el espacio es limitado.

La cuestión es que me he puesto con el Excel y el inventario de objetos y algo me pasó. Me di cuenta de que algo que era muy ligero en mi mente se ha transformado en algo fastidioso y enorme.

Televisión. Mesas. Sillas. Juguetes. Ropa.

Cosas que nunca han tenido importancia para mí,  adquieren una presencia enorme. Se vuelven sujetos de alguna forma. Son entidades de las que hay que hacerse cargo. Y hay que etiquetarlas y otorgarles un valor de mercado.

De alguna forma, son fantasmas.

Lleno una plantilla preestablecida. Alguien creó esas categorías que no existían en mi mente. Un universo nuevo y exótico. Mantelería. Reloj de pared. Herramientas. Jarrones.

Y me dan ganas de salir corriendo.

Un mundo de objetos obliga a quedarse quieto. Es el elogio del sedentarismo. De la imposibilidad de escapar. Y doy vueltas por la casa pensando si no son estos objetos una forma de atarnos a un lugar concreto en el que somos más susceptibles a aquello malo que venga de afuera.

Inventariar te vuelve frágil

Sabemos que cuando cargamos algo, lo que sea, un objeto o un ser humano, nos volvemos vulnerables porque estamos pendientes de aquello que llevamos y ya no podemos estar pendientes de nosotros mismos. Hay que velar por otro.

A los niños consiento cargarlos, cuidarlos, hacerme frágil por ellos.

Pero siempre he intentado que los objetos no supongan una merma en mi calidad de vida.

Y de pronto, esta plantilla Excel me recuerda, o me sugiere, que soy más débil de lo que pensaba porque debo velar por cosas que nunca en realidad me han importado o al menos no he tenido en el radar.

La misma idea de un seguro sugiere el miedo intrínseco a la pérdida o deterioro de la propiedad. Y aquí me encuentro nombrando y numerando objetos inverosímiles.

Mis categorías, mi decisión

Observo las categorías. Quizás es lo que más me carga del asunto por que en mi día a día, me doy cuenta de que actúo con otras etiquetas, más íntimas y eficientes para funcionar.

Y constato que ordeno en función de mi propia comodidad. Por ejemplo, la biblioteca tiene algunas de estas categorías: libros sobre Keynes, libros sobre escritura, libros sobre feminismo, filosofía, cuento corto, Borges es una categoría en sí misma. En cuanto a los papeles, me doy cuenta de que el mejor orden no es por temas sino por cronología, porque cuando uno tiene que buscar un documento concreto en lo que primero piensa es en el cuando de las cosas. El tiempo es el cuantificador más fuerte que tenemos y para mí el más eficiente a la hora de buscar. Antes era muy tonta y ponía categorías absurdas como: casa, trabajo, auto. No funcionan. Luego surgen asuntos lo suficientemente importantes como para merecer una categoría en sí misma: mis hijos empezaron teniendo una carpeta que era la depositaria de todos sus asuntos pero eso se fue diluyendo.

Sobre categorías hermosas

Vuelvo a la biblioteca, ¿cuánto valdrá este ejemplar de Borges? ¿Y aquella guitarra que hace años que no toco? De pronto, es como entrar en el universo de otro en el que ha puesto categorías y yo debo adaptarme a ellas. Jugar sus reglas. Y me resulta extraño cuando mis objetos al ser nombrados (inventariados) construyen un cosmos que me es ajeno pero que se espera de mí que lo defienda. Sigo poniendo precios y unidades a objetos que se supone debo custodiar. Qué divertido sería volver a trastocar esas categorías que, a la postre, es como imaginar y crear nuevos universos.

Especular en el mejor sentido de la palabra.

Borges habla de John Wilkins que supuestamente se propuso categorizar el mundo de otra manera, es decir, crear un lenguaje nuevo en el que las mismas palabras contuvieran el todo del universo. En su construcción de una supuesta enciclopedia china encontramos esta hermosa clasificación de animales:

a) pertenecientes al Emperador,

(b) embalsamados,

(c) amaestrados,

(d) lechones,

(e) sirenas,

(f) fabulosos,

(g) perros sueltos,

(h) incluidos en esta clasificación,

(i) que se agitan como locos,

(j) innumerables

(k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello,

(l) etcétera,

(m) que acaban de romper el jarrón,

(n) que de lejos parecen moscas. (p. 708)[1]

Gustosa haría mi inventario si la empresa aseguradora me pidiera algo así, que construya mi propia clasificación en la que a mi antojo aparecerían y desaparecían objetos. Sería como tener una varita mágica.

Más bella, si cabe, es la clasificación que hace Lafcadio Hearn cuando habla de los insectos músicos. En su taxonomía de las cigarras se disculpa por dejar algunas fuera, porque ha decidido hablar de las cantoras porque muchos poetas japoneses escriben hokkus dedicados al sonido de este insecto. Así nos encontramos con la cigarra de aceite, la cigarra del otoño, cigarra de la cosecha de cebada, cigarra oso, cigarra caballo.

Resulta interesante que cada país clasifica en función de su forma de ver la vida. Andrea Wulf nos cuenta las extrañas clasificaciones de Novalis, poeta romántico que tenía una concepción bastante amplia del conocimiento, en donde poesía y ciencia iban de la mano. Lafcadio Hearn, también reivindica, en especial, desde la experiencia propia, ese encuentro. Pero nos recuerda Wulf:

«Novalis empezó a agrupar sus ideas y materiales bajo epígrafes convencionales, como arqueología, religión, naturaleza, política, medicina, etcétera, pero también bajo títulos más inusuales, como «teoría del futuro», «física musical»»[2]

Quisiera saber qué entiende Novalis por teoría del futuro pero lo de física musical también tiene su aquel. Este poeta alemán inventaba categorías y así exploraba el mundo. Creaba conocimiento. En ese sentido, parece que la filosofía comienza con un sentimiento.

Lafcadio nos dice:

“Hay momentos de la vida en que verdades a las que apenas nos habíamos asomado -creencias alcanzadas vagamente a través de múltiples procesos de razonamiento- de pronto asumen un carácter vivido de convicción emocional” (p. 19)[3]

Vuelvo a mi lista. El Excel es estridente. Inventariar es iluminar. Un conjunto ordenado de objetos que tienen etiquetas. Y ocupan espacio, no solo físico, sino mental. Antes no eran tema. No existían.

Ahora son un mundo.

Y me retiro del brillo infame. De aquello que se ilumina desde fuera. Un camino que otros trazan. Y en mi mente, suspendo la incredulidad. Y me sumerjo en mis propias codificaciones. Laberintos y mundos que nadie alcanza a ver. Que me sostienen el día a día. Como el escenario propio que solo yo veo y otros, más allá, deambulan azarosos.

Y me río.


[1] Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. 2011

[2] Wulf, Andrea. Magníficos rebeldes. Taurus. 2022

[3] Hearn Lafcadio. La canción del arrozal. Tambien el caracol. 2019

Para leer más

  • Una pausa en Tokio
  • Una llegada a Japón
  • Notas sobre la racionalidad, las emociones y el cuerpo
  • Notas sobre la economía y el cuerpo
  • Cuando las casas son mausoleos

Han comentado últimamente

  1. IZ en Una pausa en Tokio14 septiembre, 2023

    «…decirle: vamos a la parada que vos quieras. Y con su dedo hermoso señaló una parada impronunciable. «, que linda…

  2. Silvia Zuleta en Una llegada a Japón13 septiembre, 2023

    ¡Gracias!

  3. Silvia Zuleta en Una llegada a Japón13 septiembre, 2023

    ¡Gracias Trini!

  4. Trini en Una llegada a Japón26 agosto, 2023

    Bellísimo Silvia, transparente y en el tono justo, como un haiku, cada palabra es necesaria y está en su lugar.…

  5. Iz en Una llegada a Japón26 agosto, 2023

    Impecable, verosímil. Magnífica escritura.

Publicado en: La guarida de ficción Etiquetado como: Andrea Wulf, Borges, Lafcadio Hearn, trabajo invisible

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