Hoy hablamos de un escritor y filósofo muy particular. Foster Wallace y su lucha para encontrar la verdad, sea a través de la ficción o la filosofía. Y a raíz de su biografía escrita por D.T Max, descubrimos una de las mejores novelas que he leído en años: Las correcciones de Jonathan Franzen. Disfruten
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Foster Wallace, el filósofo y escritor
A menudo, en verano no puedo escribir tanto. Tengo que abandonar parte de mis obligaciones laborales para atender a la familia. Sin embargo, la lentura sigue siendo un refugio que aparece en los lugares y los momentos más inesperados.
Hoy siento la necesidad de hablarles de uno de los libros que más he disfrutado este verano: Todas las historias de amor son historias de fantasmas de D.T Max, editado por Debate (2013). Hace mucho que no leía una biografía tan inspiradora como la David Foster Wallace. No es que su vida haya sido especialmente interesante. Salió poco de Estados Unidos. No vivió grandes aventuras y tampoco tenía un gran compromiso social pero, de alguna manera, su autor se asegura de mostrarnos algunas facetas especialmente interesantes como su lucha contra el alcohol, su depresión, sus fuentes de inspiración y su gran capacidad de estudio. Foster Wallace no solo era un escritor: era un filósofo especializado en matemáticas con fuertes inclinaciones científicas. Eso hacía que concibiera la literatura no solo como entretenimiento sino como búsqueda de la verdad, como reflejo de la vida cotidiana y, sobre todo, como terreno para la experimentación. El libro es cronológico y empieza contando su infancia, la relación con su hermana, con su madre, sus éxitos académicos y su debut como escritor. Al mismo tiempo, el biógrafo adereza con un relato de su búsqueda por entender la sociedad americana del consumo en el que la televisión es su principal protagonista. Este camino de búsqueda lo explora a través de la filosofía y a través de la ficción. Esa dicotomía entre lo creativo y lo sesudo es algo que me interesó especialmente ya que le otorga una especial profundidad a la obra literaria. Creo que en él se pelean esas dos partes en las que a veces me reconozco entre el ser creativo y el más analítico.
El lenguaje es una tragedia
Disfruté muchísimo leyendo esta obra, en especial los pasajes en los que relata sus clases y los consejos que da a sus alumnos y experimenté una cierta envidia por los ambientes literarios en los que se formó Wallace. Da la sensación de que en Estados Unidos se toman muy en serio esto de la “escritura creativa” y me hubiese gustado presenciar alguna de sus clases. Ahora tengo pendiente leer algo de su obra y debo decir que no sé si seré capaz. Creo que él experimenta con la literatura. Se desmarca de la literatura realista e intenta decirnos que el lenguaje no sirve para explicar la realidad. Puede que tenga razón pero el lenguaje es una convención y, aunque no refleja fielmente los hechos, logra atraparme y entretenerme y es todo lo que le pido a la literatura. Al final, siempre estamos con el mismo dilema. Los lenguajes sirven para muchas cosas, ganamos eficiencia para comunicar ciertas cosas que son importantes pero se pierden matices. En ese sentido, es una tragedia. En el momento en que nos comunicamos ya estamos haciendo una simplificación de la realidad. Puede que a veces necesitemos perder esos matices en aras de una vida más pragmática. No creo que esté mal siempre y cuando seamos conscientes de ello.

La búsqueda de la verdad a través de la literatura
Las matemáticas también han sido acusadas de eso mismo, de la pérdida de realismo en sus supuestos. Pero algo nos aporta y a veces es importante dejar de lado los matices de la vida para centrarnos en un aspecto concreto. Wallace era más ambicioso. Quería llegar a la verdad por eso su prosa es complicada, partida, incoherente, con saltos temporales y otras cosas. Necesitaré energía para empezar pero de momento, su biografía me resultó atrapante. Su autor, no solo nos relata su vida privada sino que se atreve a hacer una interpretación de su obra y de su concepción de la literatura y de la ciencia.
¿Los buenos escritores se ocupan de su familia?
Solo me queda la sensación agridulce, una vez más, de que los grandes escritores son seres egoístas que no tienen una familia que mantener o cuidar. Personajes dedicados en cuerpo y alma a escribir. Y una vez más me pregunto si otro mundo es posible. Si se puede escribir y estar en contacto con lo más mundano. Las obligaciones. Los amigos. La familia. Y lo mismo pasa con las mujeres escritoras. ¿Cuántas son capaces de cuidar y atender la profesión? Pero la maternidad y escritura es un asunto complejo que no voy a resolver aquí.
Y ahora me enfrento a otros desafíos que me esperan: V de Pynchon (Tusquets, 2008), su gran maestro y Las correcciones de Jonathan Franzen (Salamandra, 2012), su gran amigo, su confidente y su rival literario. Y siento envidia otra vez. Yo no tengo amigos escritores, y de ese calibre, con los cuales compartir inquietudes. Aunque pensándolo bien, mucho mejor. Están pasando demasiadas cosas en el mundo como para detenerme a charlar con otro escritor. Algunos consideran que ese colegueo es imprescindible para poder publicar. Pero se dicen tantas cosas de los escritores y de la forma en que tienen que hacer las cosas que, al final, sigo mi camino silencioso. Que me gusta. Me apasiona.
Y no lo cambio por nada.
Gracias por el comentario de lectura. Corro a buscar el libro.