A partir de la lectura de Las voladoras de Mónica Ojeda, exploramos otras ficciones hermosas, mitológicas, bestiales y sangrientas en torno a la idea del cuento maravilloso. Y pasaremos por emociones extremas. Violencia intrafamiliar. Mujeres empoderadas. Monstruos. Canibalismo. Una escenario en el que la naturaleza es protagonista. Como bálsamo y como epicentro de violencias intensas. Disfruten.
Cuando tenía 12 años mi mamá me regaló una hermosa edición tapa dura de Los Hermanos Grimm. Recuerdo como si fuera hoy cuando salimos de la vieja librería Crisol. Para mí, siempre era una fiesta deambular por las estanterías. Llegar a casa. Leer aquellas historias monstruosas.
Señores, no tengo ningún trauma.
Todavía hoy conservo este libro que a veces leo a mis niños. Gracias a ellos releo las mismos cuentos con otros ojos. Yo siempre digo que un libro no solo vale por su contenido sino también por lo que despierta en el lector. Un libro invita a leer otros libros. Explorar otros autores.
En estos días, he terminado de leer Las voladoras (Páginas de espuma, 2020) de Mónica Ojeda y quiero aprovechar para reflexionar un poco sobre ese tipo de literatura que algunos llaman de cuentos de hadas o cuento maravilloso porque ya veremos que estos relatos beben del mito, de la oralidad y también de algo bastante común: la violencia hacia las mujeres y a los niños como elemento natural. Ellos son decorado y son protagonistas. Y hablaremos de la naturaleza como cómplice y de la familia como refugio de todos los horrores. Porque en realidad, todo esto es una excusa para charlar de otros textos que conectan con estos temas. Veamos.
Tabla de contenidos
Las mujeres de los cuentos maravillosos no son santas
El día 23 de octubre de 2002, más de cuarenta terroristas entraron al Teatro Dubrovka de Moscú. Algunos de ellos eran mujeres. Seres fuertes y viudas que habían vivido el horror de la guerra de Chechenia. Ella fueron jefas de hogar. Se quedaron solas y en muchas casos quedaron a la deriva entre violaciones y matanzas de soldados rusos y una ley islámica que las condenaba al ostracismo. Muchas de ellas, eligieron o fueron forzadas a elegir el camino de la guerra. Porque el cuerpo de la mujer es el campo de batalla. Tanto del Estado como de la familia. Y dentro de las familias también se desatan guerras.
Cruentas. Lacerantes. Infinitas.
Chechenia tiene una ubicación geográfica complicada porque conviven varias legislaciones que habitan entre sí sin ponerse de acuerdo. Aún hoy, se pactan matrimonios. La muerte en el lecho de parto es común y deben lidiar entre una legislacion rusa que avanza a ponchazos, una ley consuetudinaria y la sharia impuesta por el gobierno de Chechenia (para más información sobre la situación de las mujeres en el Cáucaso del norte puedes leer este excelente artículo).
En ese contexto, algunas de ellas se someten.
Y otras eligen transformar todo ese dolor en otra cosa. Y de pronto vemos que en ellas habitan monstruos. Figuras espeluznantes que emanan dolor y muerte. Las mujeres de la guerra que prefieren morir, lo hacen matando. Se hacen funcionales a ese espectáculo. Leer Las voladoras, me transportó a Chechenia, a América Latina, a España y a todos esos territorios en el que el cuerpo de la mujer es un campo de exterminio. Cuando se leen los cuentos, me parece que hay algo familiar. Puede que sea ese narrar tan poético y cotidiano al mismo tiempo. No cansa al lector. Nos lleva y nos arrastra por un terreno pedregoso.
Y uno se deja hacer.
Ya les dije que hay denominadores comunes: la violencia. El dolor físico. La sangre. Los fluidos. La relación con la naturaleza. Y temas más graves como el abuso infantil, el femicidio o, incluso, la búsqueda del placer a través del dolor. O mejor dicho, la búsqueda por comprender lo inconmensurable a partir del dolor. Puede que eso en eso también consista el arte.
Solo quiero señalar que su lectura me remitió a otros autores que me han acompañado y que quiero compartir con ustedes.
El cuento de hadas viene a advertirnos de lo espeluznante
Cuenta Angela Carter en su maravilloso epílogo a Cuentos de hadas de Angela Carter (Impedimenta, 2016), una recopilación de historias populares en torno a mujeres que siempre recomiendo, que Italo Calvino planteaba la búsqueda de conocimiento a través del cuento de hadas. Es posible que el mero relato oral fuera fuente de sabiduría y de placer. Nadie leía ni escribía y el contar historias era al mismo tiempo un medio y un fin en sí mismo.
La línea entra ciencia y arte se desdibuja y nos encontramos con que los cuentos son un arma poderosa. Nos enseñan y nos conmueven al mismo tiempo. He hablado bastante sobre los cuentos de hadas o cuentos maravillosos (puedes leer Por qué leo cuentos de hadas) pero hoy quiero destacar algunos que me vienen a la mente a partir de la lectura de Las voladoras.
Ya se habrán dado cuenta que en este tipo de narrativa, la familia siempre es terreno peligroso. De chiquita, recuerdo que me decían: «No te alejes que viene el hombre de la bolsa». Durante años creí en él. Incluso, imaginé haberlo visto viejo feo medio pelado. Arrastrando los pies. Y en mi mente infantil, era un hombre abominable. Nunca nos enseñaron a cuidarnos de nuestra propia familia, de nuestra propia parroquia. Del entorno más próximo.
El cuento de hadas, a mi juicio, viene a cerrar ese bache. Aterriza en nuestra vidas como una suerte de paracaídas que llega para salvarnos, a nosotros los pequeños indefensos, del entorno más inmediato. La madrastra. El cura. La abuela mala. El amigo. La hermana.
El monstruo habita en casa y nos acorrala como en la breve Casa tomada de Julio Cortázar.
Los muy mojigatos dirán que son un horror. Porque señalar a la familia, al amigo, al cura, siempre es el horror. Pero el cuento maravilloso, cual un Robin Hood atemporal, se salda esa deuda por nosotros.
E incluso al niño pequeño le advierte el cuento de hadas: ojo que incluso tu madre te puede comer. ¿No les parece que es lo más subversivo que hemos leído nunca?
Y entonces me viene a la mente el grotesco y conmovedor relato llamado El enebro, un cuento popular alemán recopilado por los Hermanos Grimm. En él, vuelan cabezas, se comen a un hermano y se abusa de niños. Contrasta el tono de cuento de hadas con el contenido casi gore del relato. Y siempre está presente la violencia familiar, en especial, cuando muere la madre. Ojeda, nos regala, en otro tono completamente distinto, Cabeza voladora, para mí el menos poético de todos sus relatos pero no por ello menos interesante. Mezcla crónica policial con mitología y el maridaje funciona. Las cabezas desprendidas tienen algo de trágico y esperpéntico que al final despierta algo de simpatía en el lector. Pero hay más. Porque donde hay cabezas voladoras, por fuerza, tiene que haber sangre.
Y mucha.
Buscando la sangre en los cuentos
Un fluido rojo que sale de nuestras entrañas siempre es objeto de fascinación. Lo ha sido desde que el hombre es hombre y los relatos en los que la sangre es protagonista son reales y son ficticios. Porque la sangre siempre está presente. Cuenta la leyenda que al papa Inocencio, ya muy enfermo, le obligaron a tomar sangre de tres niños a los que desangraron antes. El resultado fue nefasto porque murieron todos. Los pequeños y el papa. Sea o no verdad esta macabra historia. No olvidemos lo siniestra que era la Edad Media y lo siniestra que es la actualidad.
La sangre es la vida y el que chupa sangre lo que quiere es quitarte la vida. Con ese registro, leemos Sangre coagulada donde se agrega además un toque masoquista: a la protagonista le gusta lastimarse para chuparse las heridas. Pero hay más en este relato. Resulta interesante y conmovedor que se mezcle el campo, la naturaleza y la infancia en un entorno, como siempre, violento con las mujeres y los niños. Pero esta violencia, como decía antes, es cotidiana y hasta amiga, como los pastos que crecen en el campo. Algo que nos acompaña en la diaria. Con ese color que nos ilumina y nos fascina. Los rojos de la sangre que emanan las mujeres y hasta los rojos del cielo.
Que atardezca y se oxiden las nubes.
Las voladoras (Páginas de espuma, 2020)
Y es esta sustancia viscosa la que me transporta a Sangre correr de la colombiana Laura Rodríguez Leiva (Páginas de espuma, 2019) en donde asistimos a la metamorfosis de una mujer en donde la sangre está presente todo el rato. Y nos sugiere la idea de que ser mujer es sumamente incómodo.
Para nosotras mismas y para la sociedad.
Mabel, la protagonista, sangra y, por ello, se aleja de todos y es alejada por todos porque estas mujeres van solas. Y el hecho de que resulte algo tan cotidiano, lo banaliza de alguna forma. No hay momento de tensión y al mismo tiempo esa aceptacion y naturalización de la marginación y la discriminación es lo que torna todo el asunto espeluznante.
La naturaleza como refugio ante el horror
Hay algo reconfortante en el campo. Los insectos. El aroma de la hierba. Las hormigas en regimiento. El cuerpo olvida por momentos sus lamentos cuando sucumbe a la naturaleza. EF Schumacher, economista alemán afincado en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, admirador de Keynes, creador de la Economía budista (del que hablaremos en breve) y autor de Small is beautiful, un alegato en contra del consumo y a favor de desarollo sostenible, descubre en el trabajo de la tierra una nueva manera de ver el mundo. De ser un economista que se codea con Keynes, pasa a vivir en un campo de trabajo porque de la noche a la mañana los alemanes pasan a ser enemigos del Reino Unido. Este cambio no lo amedrenta. Trabaja la tierra de día y escribe de noche (Wood, p. 194). Y descubre en esa porción de tierra el origen de todo y se pregunta ¿Para qué debe servir la ciencia económica?
De alguna manera, la naturaleza juega el papel de refugio. Es fuente de placer y es el hogar de los que no tienen nada pero deambulan por el campo. Schumacher lo pierde todo y es ese trabajo manual el que lo salva (en todo sentido). Y resulta sumamente interesante, contar la historia de estos desterrados que habitan una tierra sin poseerla. La trabajan sin gobernarla. Son parte de la naturaleza y son tan salvajes como ella.
Vemos ese embelesamiento con lo rural en Las voladoras, un relato en el que se contrapone el ecosistema del campo como amigo, aun en la violencia inherente en él, a la figura de autoridad del cura o la Iglesia como símbolo de la tiranía hacia los pequeños y las mujeres. La protagonista, posiblemente una niña, nos cuenta:
En secreto, yo dejo las ventanas abiertas por la noche para escuchar el rezo de los árboles. Los oigo y me arrullo en ellos…
p. 12 Las voladoras (Páginas de espuma, 2020)
Vemos un escenario similar en el conmovedor relato La evasión de Mercedes Santa Cruz y Montalvo (compilado en Cuando ellas cuentan. Relee. 2019) en el que una niña cuenta su experiencia al cuidado de una abuela mala y unos curas que actúan más como policías que como cuidadores. Y la naturaleza como cómplice y elemento de felicidad de la niña:
Correteaba en el campo como un lebrel y tumbaba los frutos de los árboles que se encontraban a mi alcance, o trataba de atrapar los nidos de los pájaros que, sostenidos por lianas florecidas, colgaban sobre mi cabeza. (p.18).
Cuando ellas cuentan (Relee, 2019)
Tiene algo sanador y placentero el aire libre. La exploración. El aire en el rostro. Esa sensación de libertad en donde la mente se entretiene. Juega. Se olvida de sí misma.

Cuando la familia es el infierno
En general, cuando hablamos de literatura, las mujeres han sido las mejoras retratistas de la vida familiar y de sus recovecos oscuros. Es raro encontrar narradores hombres que sepan plasmar la tragedia de la vida familiar.
No me salten a la yugular. Los hay.
Uno de ellos es Stephen King que tuvo el tupé de escribir la magistral Dolores Claiborne (De bolsillo, 2009). Y de alguna manera, los textos de Ojeda me recordaron esa sordidez de las relaciones más próximas como en Caninos, donde subyace siempre la violencia más miserable, no solo hacia las mujeres sino sobre los hijos y, en especial, las hijas. Vemos claramente esa linea divisoria que se desdibuja entre víctima y victimario. Dolores Claiborne tiene otra forma y otro tono pero apela a lo mismo a través del monólogo sin pausas de una madre víctima de todo tipo de cosas. Y hay tal festival de violencia, cuerpos, sangre e humillaciones, que a nosotras las mujeres, nos deja pasmadas que un hombre sea capaz de escribir semejante retrato de una mujer.
Porque la mujer, la madre sufriente o la hija sufriente, en estos retratos no son atractivas. No son las lindas heroínas sufriente de las telenovelas. No son Marimar, Celeste, Betty o Antonella (1). Estas mujeres espeluznan. Como una suerte de justicia divina, allí donde falla la justicia terrenal. Y esas mujeres, mitad monstruo, mitad humanas se regocijan en el horror. Lo hacen parte suya porque en todas las historias y también en Dolores Claiborne no encontramos a la mujer sufriente (y bella) que se victimiza. Son mujeres bestiales. Mitad humanas. Capaces de dar amor infinito y en el camino, transformarse en creaturas tenebrosas en un desafío constante.
Podría seguir hasta el infinito porque la verdad es que cuando leo un libro se me disparan en la mente otras lecturas. Por supuesto, son muy subjetivas pero es fascinante ese viaje que hace el lector al leer un libro. De un universo a otro. Despertando reflexiones. Moviendo la memoria. Buscando respuestas a preguntas.
Siempre a través de la literatura.
(1) Heroínas de novelas latinoamericanas de los años noventa.
Fuentes citadas por orden de aparición
Ojeda, Mónica. Las voladoras. Páginas de espuma 2020
Sokirianskaia, Ekaterina. Women in the North Caucasus Conflicts: An Under-reported Plight. International crisis group. 2016
Carter, Angela. Cuentos de hadas de Ángela Carter. Impedimenta. 2016
Bruña, María José y Pellicer Ana. Cuando ellas cuentan. Relee. 2019
Hermanos Grimm. Edición anotada. Akal. 2020
Cortázar, Julio. Bestiario. De bolsillo. 2016
Messori, Vittorio. Leyendas negras de la Iglesia. Planeta. 2014
Varias autoras. Insólitas. Páginas de espuma. 2019
Wood, Barbara. E.F. Schumacher, his life and thought by Barbara Wood. Harper & Row. 1984
King, Stephen. Dolores Claiborne. De bolsillo. 2009
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