Seguimos con nuestra crónica sobre la biblioteca del Banco de España pero ahora vamos hablar del libro que pretendía sacar de la biblioteca. Aquel que estaba en el depósito y que se llama Las posibilidades económicas de nuestros nietos de Maynard Keynes. Mi visita a la biblioteca, Keynes y mi amiga me hicieron reflexionar, una vez más, sobre extraño y absurdo mundo del trabajo.
La empresa como refugio
Cada año, cientos de economistas (y otros) preparan sus exámenes para entrar en el apacible Banco de España. Sueñan con ese trabajo para toda la vida. Con esa protección que calienta el alma. Mi amiga los ve con envidia. Apenas le interesa la economía. Tampoco está al borde de la indigencia.
Pero añora algo.
Algo que le daba la empresa. La corporación. Una pertenencia. El tomar un café sobre una moqueta y charlar con los colegas. Aquellos rituales tal vez. Cuando le digo que trabaje en casa, aunque sea mientras busca trabajo, me mira con cara de horror como si le hubiese propuesto que matara a su madre. La idea de la casa le espanta.
Cuando me compré esta casa, no pensé que iba a pasar tanto tiempo en ella, me dice.
La casa como lugar de trabajo le parece un fracaso. Es el síntoma de algo que no funciona. Y me acuerdo de otra amiga que solía decirme que le encantaba la idea de vestirse para ir a trabajar. Los códigos de vestimenta le gustaban. La acompañé a Zara a comprarse trajecitos de oficina. Yo me compré unas chaquetas un poco formalitas. Pensé que siendo economista acabaría por usarlas. Me las probé y me veía un poco marciana. Al final, nunca necesité trajearme para ir a trabajar, sin embargo, mi amiga iba feliz toda disfrazada. Incluso me confesó que le cambiaba el humor.
Su ropa era un refugio.
Esta otra amiga (la número uno) desea con toda su alma ser funcionaria. Sopesa hacer un master para tener más posibilidades de que llamen y yo pienso en el riesgo de hacer un posgrado para competir con los pendejos de veinte. Otra titulación más para engordar los bolsillos de los gurús de la educación que juegan con la ilusión de la gente.
Y pienso en el absurdo del mercado laboral. La gente gasta energía en formarse en algo que nunca le ayudará a conseguir trabajo. Y se forman y aplican a cosas que no requieren de esos conocimientos. Y vemos cada vez más ese mundo de trabajo absurdo. En el que ya no hay itinerarios. Todo se mezcla. Todos compiten con todos.
Keynes y los nietos que nunca tuvo
Me entregan el libro que pedí en la biblioteca. Las posibilidades económicas de nuestros nietos[1]. Ese pequeño texto es una charla que dio Keynes en la Residencia de estudiantes cuando vino con su esposa, la bailarina Lydia Lopokova[2]. Él ya era una estrella y, a pesar de la crisis que atravesaba el mundo, era optimista.
Demasiado, diría yo.
Su profecía era maravillosa, casi un cuento de hadas. Llegaríamos a un momento en que la técnica haría los trabajos más penosos. Él no veía en ello una fuente de desempleo a largo plazo porque Keynes abogaba por el fin del empleo, o por lo menos a una reducción importante de la jornada laboral para poder, por fin, dedicarse aquello para lo que vinimos a este mundo: el arte en todas sus formas. El disfrute.
Habría desempleo tecnológico pero sería de corto plazo. Llegaríamos finalmente a un paraíso en donde la usura y el afán de ganar dinero sería aborrecible, un acto asqueroso. Pero todavía, no habíamos llegado a ese paraíso.
Y Keynes nos decía: aguanten, muchachos. Llegaremos a ese edén pero antes se deben dar algunas condiciones especiales. ¿Cuáles?
Que no haya guerras y que podamos controlar la natalidad.
Imagínense.
Si Keynes viviera hoy sería tachado de populista bolivariano. Un señorito inglés nos dice que hay que trabajar 15 horas a la semana, hay que sacar una ley del aborto, hay que fomentar el pacifismo y practicamente está abogando por una renta básica.
No han pasado cien años pero Keynes, capaz pecó de ingenuo. Porque la sociedad que tenemos, es efectivamente una sociedad de la abundancia. Hace rato que la tecnología es capaz de quitar horas de trabajo. Sin embargo, su análisis dejó el asunto de la distribución sin resolver. Hay capacidad de alimentar al planeta y sin embargo la gente sigue muriéndose de hambre. Keynes pensó que una vez solucionado el asunto tecnológico ya podríamos dedicarnos a otras cosas.
Cien años después podemos decir que estaba equivocado. Y casi me atrevo a decir que el problema económico del ser humano, no pasa por la tecnología sino por esa falta de moral que nos lleva a querer consumir más. Lo que Thorstein Veblen llamaba consumo conspicuo[3]. El afán de mostrar que tenemos más que el de al lado.
La búsqueda de lo bello, lo bueno y el dinero
¿Realmente llegaremos al paraíso una vez se solucionen los problemas materiales de la humanidad? Eso pensaba Keynes y en esas andaba. Trabajaba sin cesar, invertía en bolsa, daba clases. De alguna manera, tenía razón: ganar dinero era inmoral. Era antiecológico. Era insalubre. Keynes tuvo muy mala salud. No tuvo hijos. Sin embargo, tuvo tiempo de pasarla bien y de buscar algo parecido a la felicidad en el grupo de Bloomsbury.
El hombre está preparado para la lucha por la supervivencia, dice Keynes en la citada charla.
¿Pero qué pasa cuando está resuelta esa ecuación?
En la última novela de Ian Mc Ewan Máquinas como yo (Ed. Anagrama), se aborda este asunto. El protagonista, de pronto, no tiene que salir a trabajar y mira con perplejidad su nueva vida y se da cuenta de que no tiene aficiones que explotar. No es un gran lector. No es artista. Y el hecho de tener el asunto económico solucionado le genera cierta inquietud.
Han pasado ya muchos años desde aquella charla en la Residencia de estudiantes. Keynes nunca tuvo nietos porque nunca tuvo hijos. Pero estoy segura. El hombre no está preparado para vivir en igualdad. Siempre habrá alguien que se considerará más trabajador, más inteligente, más guapo como para ganar más y sentirse con más derechos a consumir más recursos.
Yo no soy nada de eso. Ni guapo ni inteligente. Un canguro feo. Por eso me conformo con un vermuth.
Que tengan un lindo
otoño.
Para leer más
- Mis libros favoritos sobre Virginia Woolf
- La guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y Keynes
- La biblioteca Keynes
- El más bello Maynard
- Keynes y su utopía de pleno desempleo
[1] Aquí puedes leer el original en inglés. Keynes dio esta charla en la Residencia de estudiantes. Luego se incluyó como ensayo en Essays in persuasion en donde se compilan varios ensayos del autor.
[2] Para leer una semblanza sobre su vida y su historia de amor con la bailarina rusa, puedes leer Keynes y los usos de la estadística y otras banalidades.
[3] He hablado sobre Veblen en el artículo Apuntes de un economista experto en mujeres. Allí se comenta su obra más famosa Teoría de clase ociosa y su tormentosa vida con las mujeres.
Me encantó este capítulo de la aventura bibliotecaria, principalmente por su forma de leerlo a Kaynes. Con mirada cmprensiva de por qué esribía y para quienes, y de lo que puede servir hoy. Por no todo lo viejo sirve ni todo tiempo pasado fue mejor.
Por supuesto. No es la idea del artículo reivindicar el pasado. Sí mirarlo e intentar comprenderlo. ¡Y pasarla bien mientras tanto!