Hoy hablamos sobre la muerte como requisito para la vida. Del dinero, la naturaleza y los tocones del bosque. Además, especulamos con una utopía que acabe con el deseo (no el deseo sexual, sino la acción de desear o querer algo como forma de vida). Para ello, dialogamos con los muertos y algunos vivos. Wittgenstein, Pessoa y Schopenhauer. Y otros muy vivos como Uriarte y Didion. Disfruten.
Para el hombre la naturaleza es molestia
Donde vivo se suelen notar mucho los cambios de estación. Y eso me gusta. Las hojas rojas, las bellotas por el suelo. Los frutos de los madroños manchando los autos. Se ensucian las calzadas y las máquinas se afanan por limpiar. Porque allí donde construye el hombre, la naturaleza se transforma en suciedad. En molestia.
Hace poco escuché a un vecino quejarse por los árboles de nuestra calle. Dice que hay que talar los plátanos porque son sucios y sus raíces impiden que se pueda colocar con facilidad la fibra óptica. Proponía, quitarlos y poner en su lugar árboles de hoja perenne.
¿Se imaginan? Un árbol al servicio de las necesidades de Internet del hombre. Fascinante. Y me paso a pensar si sería lindo creerse tan importante y cómo sería la vida pensando así.
La muerte es requisito para la vida
Cuando escucho estas cosas absurdas pienso que, aunque suenen así, este tipo de iniciativas pueden salir adelante porque el hombre está constantemente buscando de forma serial, su comodidad. No sabe que el árbol tiene una inteligencia que nosotros no tenemos. Crea frutos, se alimenta. Vive un montón de años. Se comunica con otros congéneres a través de las raíces. Incluso el tocón, ahí como lo ves, cortado, sostiene vida. No puede producir alimento pero a través de las raíces de otros árboles, a su manera, sigue vivo. Incluso podría ser más lóngevo que cualquier árbol vivo y centenario. Y toda una serie de microorganismos crecen a su alrededor. Esa humedad que lo pudre todo y lo transforma en abono, en riqueza, en minerales, en setas hermosas y marrones. Es ahí donde vemos que la muerte es parte necesaria de la vida. Es una idea perversa y hermosa al mismo tiempo. La necesidad de la muerte de unos para la vida de otros. Fíjense que Virginia Woolf explora esta idea en El cuarto propio. Todo comienza con la muerte de una tía que le deja una pequeña herencia que le permite a ella escribir. Lo vemos también cuando muere el padre. Es su desaparición lo que coloca a las hermanas Stephen en la posibilidad de ser plenas amas de su propia vida y rapidamente abandonan el barrio familiar y se mudan a Bloomsbury. Dejan de cuidar ancianos y pueden dedicarse al arte. Vanessa pinta y Virginia escribe. Y aunque no van a la universidad, se nutren de la extensa vida social de su hermano Toby. Humbodlt cuenta algo similar. No es hasta que muere su madre que no puede dedicarse a su gran pasión que es viajar por el mundo y entender el clima, la flora y la fauna de los continentes. Todo esto para decir lo mismo. La muerte como posibilidad de nueva vida. Imagínense un escenario en el que fuéramos inmortales. Aparte de aburrido, ¿cómo se vería afectada la vida de nuestro entorno? ¿Cómo organizaríamos una sociedad en la que nadie muere? Un quilombo.
Joan Didion y la meditación sobre la pérdida
A Didion llegué por el documental de Netflix El centro cederá, en donde habla sobre dos de sus grandes pérdidas: la de su marido y su hija. Así llegó ella a escribir dos libros reveladores sobre el proceso de perder seres queridos: El año del pensamiento mágico (2005) y Noches azules (2011). En general, los recomiendo porque aborda la muerte, no desde el lado morboso. En efecto, ambos libros son más racionales y analíticos que emotivos. Los silencios y esos huecos que deja la autora son agujeros que quedan en el lector. Hay una reflexión sobre la vejez y pienso en qué importante poder llegar a viejo teniendo el recurso de la escritura porque lo único que queda claro es que el acto de narrar, sana. Cura. O al menos adormece. Y esto me lleva otro terreno.
¿Qué es lo que más miedo nos da de la muerte?
Y quizás no es el mero hecho de dejar de existir. Eso al menos lo tenemos todos bastante claro pero quizás es el pánico a la pérdida de control de determinado entorno social. En Causas naturales (2018) Barbara Ehrenreich denuncia un sistema médico y social que quiere impulsarnos a continuos chequeos médicos y pseudociencia alrededor de la enfermedad que solo genera más sufrimiento. Ya hablé de eso en muchos artículos pero lo reitero. Esa autopsia moral de la que habla Barbara y a la que nos enfrentamos todos cuando morimos o enfermamos es algo de lo que no podemos hacernos cargo. Pero aún más, en un plano más frívolo, ¿cómo escapamos de los comentarios maledicentes de cierta gente alrededor? Del tipo: «Qué mala cara tenía». «Estaba hecho polvo». «Parecía mayor».
Iñaki Uriarte lo expresa de forma magistral:
“Incluso morirse es quedar mal. (…) Puede ser falso, pero en este momento pienso que si me anunciaran mi muerte, sabría afrontarla con una cierta serenidad. Pero imaginar lo que dirían los otros, su supuesta compasión, su horror ante la mala pinta que se me iría quedando, me pone enfermo” (p.62).
Iñaki Uriarte
No se puede decir más claro. Qué nefasto y tóxico que puede ser el entorno. Qué difícil es lidiar con las expectativas de los otros.
Esas frases de “luchó hasta el final” o “la peleó a muerte”, es decir, ese mensaje oscuro de que hay que combatir hasta el final es cansador. Y yo pienso: qué fiaca y qué duro para las personas enfermas ese mandato de luchar como si fuera un mérito cuando en realidad todo ese discurso lo único que esconde es pánico a la muerte.
Luchar hasta el final es muy capitalista
Y me agarro otra vez a las palabras de Iñaki.
“Ni espíritu de sacrificio, ni afán de superación, ni aspiración a la excelencia. Ni ningún respeto o simpatía por tales cosas” (p. 63).
Y sigo pensando y dándole vueltas a si estas máximas son funcionales al capitalismo porque «dejarse ir» es aceptar la muerte o la enfermedad como parte de la vida. Y pienso que eso es lo más anticapitalista que hay. No consumes recursos. No demandas servicios médicos. No te haces TAC. No generas empleo.
Dejarse ir es antisistema.
Y entonces, pienso que es liberador abandonarse de todas esas mamandurrias del pensamiento positivo y el trabajo duro y la lucha. Y leo a Pessoa y logro una suerte de placer:
¿“qué es el hombre más que una bestia sana, un cadáver aplazado que se reproduce?” (p.42)
¿No les parece bellísima esta idea de ser cadáveres aplazados que nos reproducimos? ¿No es despojarse de todo ese armamento pesado que llevamos y que no sabemos para qué es? Y vuelvo a Uriarte que nos dice: «La satisfacción del deber NO cumplido». Y qué liberador cuando soltamos esos mandatos.
¿Podemos construir una utopía que no podemos nombrar?
Me siento y agarro el diccionario de antónimos. Quiero buscar un buen antónimo de la palabra «deseo» para poder ilustrar mi artículo. Me encuentro con lo siguiente:
desinterés, resignación, inapetencia, desaliento, desánimo, desgana, abulia.
Fíjense que todas las acepciones son negativas o peyorativas. No hay ningún término que sea positivo o que denote algo deseable. Y busco, sinónimos de «deseo» y pasa lo contrario. Miren estos términos:
apetito, codicia, ambición, afán, ansias, hambre, talante, ideal, ilusión, sueño, aspiración, anhelo, apetencia, desiderátum, voluntad, intención, ánimo, gusto, gana, antojo, capricho, fantasía, humorada.
Solo podemos encontrar dos términos claramente negativos y son «codicia» y «capricho». El resto de palabras denotan cualidades altamente valoradas por la sociedad.
En inglés, es aun peor y se ve más claramente esta dicotomía. Miren.
Synonyms: wish , hope , want , dream , ambition , aim , heart’s desire (aquí todo lindo)
Antonyms: apathy, indifference, aversion, disinclination, repulsion, distaste, disgust, dislike , hate (aquí todo feo)
Me da cierta impotencia esto porque (voy a ser autorreferencial ahora) yo me considero una persona alegre que, en general disfruta de la vida y es agradecida, sin embargo, no me siento identificada con ninguno de esos antónimos nefastos. Y quizás somos muchos los que callados no nos vemos reflejados en ninguna de las definiciones de «deseo» o sus pérfidos antónimos. ¿Qué hacemos entonces? ¿Inventamos una nueva lengua? ¿Formamos un club?
El lenguaje también baja linea en este aspecto. No tenemos forma de nombrar a una persona o una sociedad en donde el deseo y el afán de cumplir los sueños no sea la fuerza principal. No podemos ni siquiera nombrar una sociedad así sin caer en términos negativos. Imagínense qué alucinante ¿cómo podemos construir una utopía que ni quisiera podemos poner en palabras? ¿No deberíamos empezar por ahí? ¿Creando y construyendo un lenguaje que resulte atrayente para la gente, como lo es el capitalismo para muchos?
Hacia una utopía que consista en abandonar el deseo
Caminamos con mi hija por la librería, que cada vez más tiene menos libros y más productos de merchandising. Libretas. Lapiceras. Gafas de ver. Peluches. Todo una parafernalia alrededor del acto de leer. Veo que ella sale disparada hacia una góndola especial. Hay termos para llevar el agua. Agendas para organizar el año. Bolis de gel. Mucho plástico y colores. Y eslóganes molones y fáciles. «Cumple tus sueños». «Persigue tus metas». «Eres muy especial y lo sabes». Todo mientras te clavan unos precios exorbitantes por un cacho de plástico hecho en un país tercermundista. Los lemas que veo en los productos de Mr Wonderfull a mi hija le encantan. Son alegres. Pero hay un mensaje claro. Siempre basado en ese YO tan enorme, demasiado grande para lo pequeños que somos. Y siempre pienso que la gente que necesita estos lemas debe ser gente muy triste y entonces, retrocedo y pienso que quizás a alguien le haga bien todo esto. O tal vez, somos una sociedad tan triste que necesita todo el rato ositos de peluche y lemas simpáticos. Obvio, no le digo nada a mi hija porque ella es muy feliz y se merece una infancia igual de capitalista que el resto. Y no quiero traumarla con mis elucubraciones porque yo me la paso muy bien escarbando pero, quizás ella se perturbe y me diga:
Mamá, das vergüenza.
Pero pienso ¿qué eslóganes pondríamos en las tazas de una sociedad que necesite abandonar el deseo y el consumo? Si lo tenemos crudo desde las palabras, tanto más lo tendremos para realmente hacer algo en esa dirección.
E intuyo algo budista en eso de abandonar el deseo. Por favor, no hablo del deseo sexual sino del acto de desear objetos, de tener metas todo el rato. Es una mochila muy pesada. Quizás por ahí tengan que venir las nuevas utopías de las que hablábamos hace tiempo. Una utopía económica que consista en abandonar el deseo. Yo pienso y pienso y al final siempre digo que los problemas no son económicos, son culturales porque mientras no abandonemos el deseo no podremos solucionar los graves problemas de desigualdad y cambio climático.
Al final nadie quiere El dorado
Keynes predijo una sociedad en la que el problema económico ya no exista pero no contó con ese afán del hombre en convertir los lujos en necesidades y ya les dije que yo pienso que eso es una enfermedad del ser humano. Y así, a bote pronto, pienso en alguna droga que apague las ansias por consumir. Por escalar en todos los aspectos. No soy muy experta en ese tema y me da mucho miedo la experimentación pero ¿y si al final necesitáramos de la química para lograr esto? ¿Y si dejárabamos de usar las drogas para producir más y fomentáramos las que, al menos, nos quiten el impulso de querer consumir y producir más? Y mientras digo esto, me pregunto si estoy diciendo una barbaridad.
Otra opción que se me ocurre: nunca entrar. Sería algo así como dar por hecho que nosotros estamos contaminados e impedir que los niños entren de alguna manera. Aislándolos. Llevándolos a algun lugar cercano al paraíso. Ya ven que solo se me ocurren soluciones horrendas y mesiánicas y pienso que ese afán por mejorar el mundo nos lleva, a veces, a soluciones aun peores. Y me viene a la cabeza El dorado en Cándido de Voltaire. Cándido llega junto a Martín, un filósofo que lo acompaña en su viaje, a ese paraíso en donde todo se comparte y donde solo se trabaja lo justo. La riqueza es inmensa pero nadie atesora. Ellos llegan y quedan maravillados por ese sistema de vida. Vienen escapando de la cruel e irracional Europa y del sin sentido de la América Colonial.
Sin embargo, rehúsan quedarse en ese paraíso. Se cargan de riqueza y «de aquel polvillo dorado» que a nadie importa y salen inmensamente ricos a la vieja y violenta Europa. Saben que la riqueza no vale nada si no se puede ostentar porque en nuestro sistema solo se es rico si hay otro pobre al lado. La base misma del intercambio parte de una desigualdad. Ellos son conscientes en ese viaje por las colonias de lo que cuesta producir productos básicos como el azúcar que se consume de forma habitual en Europa. Los protagonistas padecen los desvaríos de una Europa convulsa y aberrante pero deciden que es donde deben estar.
Cuando ser árbol es mejor que ser humano
Dudo de que el hombre sea más inteligente que otras formas vivas como los árboles y entonces vuelvo a ellos que viven mucho tiempo, ayudan al entorno, producen alimento, dan sombra, dan oxígeno. Y me toca retornar a este maravilloso libro. Es infantil pero a mí me sirve porque estos libros ilustrados de naturaleza son bellísimos y yo como soy una adulta analfabeta en estos asuntos abro una página al azar y leo:
«Los árboles de la misma especie se cuidan entre ellos. (…) Si un árbol está enfermo y su vida corre peligro, sus vecinos le suministran comida para mantenerlo vivo» (p.37)
Y claro, no puedo dejar de pensar en la inteligencia y en cómo jerarquizamos a los seres vivos. Incluso les otorgamos derechos en función de eso. ¿No será que un árbol es más inteligente que un ser humano? Cooperan. Viven cientos de años. Aun muertos siguen dando vida. Trabajan en equipo. ¿Cómo hemos estado definiendo el concepto de inteligencia? ¿Puede haber otras inteligencias ocultas sin ser descubiertas?
Y volviendo al capitalismo y viendo, como hemos analizando en nuestras entregas dedicadas a Nick Srnicek, ¿seremos capaces de cambiar una narrativa en la que el deseo no sea el principal impulso, no solo económico sino social?
Me quedo con las palabras de Schopenhauer.
“La ruin aspiración a la felicidad y, en particular, a una felicidad como la que soñamos, corrompe todas las cosas de este mundo. Quien pueda librarse de ella, y no desee sino lo que tiene a la vista, podrá sobrellevar su propia vida”. (p.183)
Lo leo con deleite aun sabiendo que no soy una buena alumna. Sigo deseando. Y sigo queriendo. Aunque intento en el ínterin que cada día sea, el mejor de todos los posibles.
Vivir en lo bello y vivir en lo bueno, como decía Wittgenstein.
Porque el mundo, seguro que no cambiará. Pero, al menos, podemos limitarnos a cultivar el propio jardín como el Cándido de Voltaire.
Amén.
Fuentes
Didion, Joan. El año del pensamiento mágico. Literatura Random House. 2005
Green, Jen. La magia y los misterios de los árboles. SM. 2020
Pessoa, Fernando. Aforismos. Renacimiento. 2012
Voltaire, Cándido o el optimismo. Austral. 2016
Wittgenstein, Ludwig. Diarios secretos. Alianza universidad. 1991
Uriarte, Iñaki. Diarios 1999-2003. Pepitas de calabaza. 2018
¡Qué belleza y qué claridad!
Y me causa mucho asombro leer la premisa de la última novela que escribí. Sorpresa porque no está publicada y porque me encanta que existan conexiones de esta clase.
Coincidencias aparte disfruté mucho tu artículo. Gracias.
Me alegra que hayas disfrutado del artículo ¡Y qué gratas las coincidencias! Mucha suerte con tu novela. Gracias por leer y comentar.
Me encanta este artículo! En relación con los árboles que comunican, recomiendo que veas «Fantastic Fungi» sobre el mycelium, el internet que usan los árboles. También habla de los efectos buenos y flipantes del consumo de ciertos hongos, ya que hablaste de drogas.
En «Vida Maravillosa» Stephen J Gould destruye la idea de que el ser humano es el pináculo de la evolución.
Hola, gracias por las recomendaciones. Me las apunto. Ya sabes que cito el libro de los árboles que regalaste a Tomás. Nos encanta y lo leemos juntos a la noche. Gracias por leer y comentar. ¡Un beso!