Hoy hablamos de utopías y distopías económicas en el mundo del relato corto. Queremos conocer mundos posibles e imaginarios que nos muevan a la reflexión sobre nuestro propio sistema económico. Para ello, hacemos un pequeño repaso por algunos cuentos verdaderamente inquietantes, hermosos y, profundamente, lúcidos.
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La utopía como final de la historia
Hace muy poco hablábamos de la utopía menos conocida de Keynes, un hermoso mundo en el que la tecnología nos llevaría a una economía de «pleno desempleo«. Hoy seguimos por esa vía. Es muy común en economía simplificar la realidad para crear un modelo económico. Se hacen unos supuestos, que no tienen por qué ser realistas y en base a esos supuestos, se hace inferencia. A veces esa inferencia nos puede llevar a una especie de verdad. La economía de Robinson Crusoe[1] es una bonita metáfora sobre un comienzo en el que un hombre está solo y abandonado en una isla y debe sobrevivir. Este comienzo constituye uno de los cimientos más importantes de la escuela neoclásica de economía. Cualquier lector iniciado en las bases de la microeconomía sabe que los libros de texto suelen comenzar así: con un hombre que se encuentra con otro hombre y empiezan a intercambiar. Pero hay más, los economistas no solo ficcionan los comienzos.
También ficcionan los finales.
Las utopías son eso: el final de la historia. El punto de convergencia al que todo aspiramos. Para algunos fue el pleno empleo, para otros, la maximización de la riqueza individual, para otros la igualdad incluso a costa de la democracia. Por eso siempre que hablamos de democracia en el fondo estamos hablando de economía y, obvio, de filosofía.
La distopía económica allí donde falla la predicción
Una de las críticas que se le hicieron a Thomas Piketty fue que sus propuestas de política económica eran demasiado utópicas[2]. ¿Impuestos a los más ricos? ¿Renta básica? Eso es muy difícil. Eso no se puede. Piketty, tiene el mérito, como todo economista, de explicar muy bien el pasado y, en base a eso, proponer algunas medidas. Posiblemente sean inalcanzables pero están ahí como camino a recorrer.
Pero hay otra vía.
Analizar y criticar el presente, no a través de una utopía que funciona como una brújula, sino contando una bella distopía. Una distopía es capaz de mover los cimientos de una manera que la utopía carece. A la utopía se la critica justamente por su principal propiedad: que es irrealizable pero la distopía, se puede volver terrorífica porque justamente puede suceder.
La distopía nos auxilia allí donde la predicción en economía no llega. Porque yo soy de los que creen que no se puede hacer predicción en economía. Pero sí podemos imaginar mundos posibles. Catastróficos y poco edificantes pero, aun así, incluso bellos. Por eso hoy ahondamos en algunas magníficas distopías económicas. Pero antes, quiero hacer algunas aclaraciones.
Qué entendemos por utopía y distopía económica
En la literatura de distopías y utopías hay más novelas que relato corto. Supongo que tiene sentido porque siempre crear un mundo nuevo lleva muchas páginas y es normal que la historia se alargue, dicho esto, hoy me centro en algunos relatos cortos que me parecen interesantes. Son miradas profundas en torno a nuestro sistema económico usando la distopía como recurso de crítica social y económica.
Cuando hablo de distopía o utopía económica me refiero a textos de ficción que planteen escenarios alternativos que pongan de manifiesto todos o algunos de los siguientes aspectos de la economía:
- Cambio climático y economía ambiental
- Sociedades tecnológicas y sus desafíos
- La privacidad en un entorno económico altamente tecnificado
- La explotación laboral
- La inmigración
- El patriarcado como parte del sistema económico
Este recorte que hago es arbitrario y subjetivo. Quiero aclararlo porque no soy ni profesora de filosofía, ni de literatura. Hablo como lectora, escritora, ciudadana y consumidora que ve y analiza el mundo. Lo aclaro para que no me salten con consideraciones académicas. También quiero decir que los textos que recomiendo no son exhaustivos. Es una pequeña selección, sabiendo que hay muchos más. Por eso es importante que si crees que hay algo que debí mencionar, lo digas en los comentarios. Yo soy de las que piensan que los comentarios mejoran un artículo y espero siempre las contribuciones de los lectores. Por último, por cuestiones de espacio, me he circunscripto al relato corto. Dicho todo esto, empezamos.
Una utopía contra el capitalismo patriarcal
Ya saben que vengo hablando de economía feminista hace rato y ya saben que dentro del feminismo hay muchas corrientes. Yo pienso que no hay manera de cuestionar el patriarcado sin cuestionar a su principal cómplice: el sistema económico que es capitalista. En este sentido, vivimos un sistema de trabajo y cuidados que debe estar al servicio de determinadas profesiones que suelen estar ocupadas por hombres. Ya hemos hablado bastante de trabajo invisible y de cómo la pandemia destapó ese “detrás de escena” que es el sistema capitalista. No decimos nada nuevo pero a veces en las escuelas de economía se debería leer más ficción. Y, seguro, a los adalides de la economía del Robinsoe Crusoe, les diría que lean el magnífico relato de Cecilia Eudave “Sin reclamo”[3]. Yo diría que es una utopía porque plantea un mundo en donde hay cierta justicia poética.
Un hombre, cruel, discriminador y machista y explotador se queda paralizado y sin poder moverse en el asiento de un aeropuerto en una sociedad en la que cada vez más las mujeres de la limpieza deben encargarse de ellos. Es decir, llevarlos a algún oscuro depósito donde se van apilando los paralizados. Me parece que no es casual la elección del aeropuerto, un NO lugar por excelencia, un sitio de paso, de tránsito en el que nadie desea quedarse. El peor castigo para cualquiera es permanecer en un sitio así. En el relato, cada vez hay más hay hombres paralizados y aunque no se esboza una sociedad nueva, sí que asistimos a una sociedad injusta con los pobres y las mujeres pero que se venga de los malos a los que descarta dejandolos tiesos en el aeropuerto. Creo que se acerca bastante a una utopía para muchos. En especial, para muchas mujeres sometidas tanto por la violencia física, psicológica como económica. De alguna manera, la utopía pasa por la venganza en este caso. No podemos cambiar la sociedad pero ya se encargará la misma naturaleza de poner a los malos en su lugar. Opera, de alguna manera, la maldición, como en los cuentos de hadas. Un hechizo que pone todo en orden otra vez.
La distopía económica y el cambio climático
Distopías relacionadas con las catástrofes naturales hay muchas tanto en la literatura como en el cine. No me explayaré sobre ellas. Creo que suelen tener algo en común.
En un escenario extremo, desaparece el mercado y desaparece la moneda como medio de cambio y volvemos al estado de naturaleza de Hobbes. Un escenario siniestro siempre involucra la ausencia del Estado y la ley del más fuerte. El relato “Abel” de Annacristina Rossi[4] va en esa línea pero apuesta a más. La protagonista queda sola en una tierra arrasada en donde ve que ella se va lentamente adaptando a ese nuevo ambiente en donde no hay casi oxígeno y en donde intuimos que ella se va transformando en un anfibio. Y la autora relata con maestría esa estrecha relación entre el quiebre climático y la supervivencia. Es decir entre lo ambiental y lo económico y justamente ese es el punto de inflexión:
“Ese año de la campaña intensiva falló la estación seca y las cosechas se pudrieron, hubo poco que comer. Cuando yo nací ya habían muerto las abejas (…). Decían que las había matado los agroquímicos o el exceso de onda electromagnéticas de la civilización, pero nunca se supo con seguridad.” (p.168)
En otro pasaje nos cuenta que la protagonista solo se alimenta de flores. Y nos sugiere la autora un mundo quizás no tan lejano pero posible. Y mucho más. Creo que nos dice que en esa lucha por la supervivencia, no habrá contemplaciones, ni siquiera con lo más cercano: la familia. La supervivencia económica, el drama de la escasez transciende las relaciones. Las arrasa. Las mutila. Para mí, eso es lo más valioso de este cuento. Y su lectura me hizo acordar ligeramente a “La cueva” de Yevgueni Zamyatin, un cuento un tanto oscuro que también nos invita a una tierra arrasada en donde ha llegado el invierno eterno en una San Petersburgo en donde la lucha por vivir impregna también todas las relaciones entre sus habitantes. Y esa conflictiva relación con los elementos también pone de manifiesto uno de los dramas más acuciantes de la ciencia económica: la escasez. Y nos regala el autor estas bellas líneas para plasmar esto:
Glaciares, mamuts, yermos. Negros farallones nocturnos semejantes a casas; y en los declives, cuevas. Y nadie sabe quién trompetea por la noche en el rocoso sendero que corre entre los escarpes, quién alza el polvillo de nieve al escarbar en el camino. Quizá sea un mamut de trompa gris o quizá el viento. ¿Será el propio soplo helado del mugir del rey de los mamuts? Una cosa es cierta: estamos en invierno. Y hay que apretar los dientes para evitar que choquen entre sí, hay que partir leña con un hacha de piedra, y todas las noches hay que llevar el fuego de cueva en cueva cada vez a mayor profundidad. También es preciso envolverse cada vez mejor en pieles de animales muy peludos.
La cueva de Zamyatin
Es muy del siglo XIX y XX hablar de escasez en economía. Tiene sentido. Así nos enseñaron a todos que era el principio que regía la oferta y demanda. Sin embargo, pronto esto cambiaría para muchos bienes con la irrupción de la tecnología en ámbitos nuevos. Ya hablé en otros artículos sobre las características intrínsecas de los bienes intangibles, cuyo principio de la escasez desaparece pero antes hablemos de algunos textos conmovedores que explican y muestran mejor que yo cómo es una sociedad tecnológica.
Una sociedad que se anticipa a nuestros deseos
Hay algo escalofriante en la idea de poder cumplir todos nuestros deseos materiales. De alguna manera, Keynes decía en su Las posibilidades económicas de nuestros nietos que teníamos dos tipos de necesidades, las importantes que cubriríamos con la tecnología y aquellas correspondientes al consumo conspicuo (*). Estas segundas son las que hay que mantener a raya para lograr que la tecnología pueda servir para lo que fueron creadas: para trabajar menos. O al menos eso era lo que esperaban muchos. Creo que Keynes fue ingenuo porque el acceso al consumo es como una droga terrible ¿dónde termina la necesidad y empieza el capricho? ¿Quién traza esa línea divisoria? ¿En qué preciso momento transformamos lujos en necesidades? ¿Y a qué velocidad lo hacemos?
Como consumidores transformamos en necesidades aquello que eran lujos hace poco años y como sabemos que los seres humanos no somos muy racionales y tenemos ilusión monetaria, es decir nos duele más que nos quiten que que NO nos den, yo abogo por no entrar en el siempre adictivo, hermoso, placentero y sin sentido mundo del consumo desenfrenado. Qué difícil es. Y que complicado es luego salir. EF Schumacher invitaba justamente a los países menos desarrollados a no entrar. Yo pienso que es como el opio que metieron los ingleses en China para ganar un mercado[5]. El consumo es nuestro opio y una vez que lo probamos no podemos soltarlo y entonces nos damos cuenta de que el problema económico es, en realidad, un problema de salud mental. Es patológico.
Y todo este excurso es para decirles que Ray Bradbury fue un visionario porque escribir “La pradera”[6] en 1950 es adelantarse no solo a muchos economistas sino a toda una sociedad del consumo que no estaba viendo qué significaba esto de entregarse al consumo desenfrenado. En «La pradera», unos padres se preocupan porque viven en una casa inteligente que les hace todo hasta el punto de que el padre debe tomar pastillas para dormir. Los hijos crean realidades virtuales en su habitación y todo parece indicar que ya no necesitan a sus padres. Otra vez vemos lo mismo: el capitalismo rompe los vínculos familiares. El sistema económico llevado a su extremo solo puede dinamitar las relaciones más íntimas. Y si no me creen, lean «La pradera» porque allí está perfecto lo que quiero decir. Es como si tuviéramos que hacer un esfuerzo por mantener a raya a ese monstruo que crece dentro nuestro. Yo personalmente lucho cada día porque a pesar de ver que este sistema como nefasto, soy parte de él y participo. Y por eso me enojo cuando hay empresas que aprovechan toda esta movida de la conciencia social, ecológica o feminista para seguir ganando dinero y más me enoja cuando, como borregos consumidores, sucumbimos a esos cantos de sirena. Ya hablé hace tiempo del washing, el último grito del capitalismo para mantenernos atados. “La pradera” se adelantó en mucho tiempo a uno de los lados más oscuros de la tecnología, a ese lado que Keynes no supo ver porque él seguía viviendo en el reino de la escasez.
Un mundo en donde se acaba la vida privada
Los que me conocen saben que llevo mucho tiempo hablando de privacidad. No me voy a repetir. Pero el estrecho vínculo entre un mundo menos privado y el capitalismo es evidente y lo vemos cada vez más en esta sociedad de la vigilancia. Por eso me conmovió mucho «Paulina» de Laura Ponce[7] en donde nos muestra un Buenos Aires apocalíptico que me recordó mucho a este momento pandémico. Controles en la carretera. Trabajos esenciales. Una vigilancia férrea en el mundo del trabajo y una mujer que queda embarazada y debe esconder el bebé para no ser echada extra muros. Una madre que quiere que su hijo sea ciudadano de la metrópoli y no tirado más allá de la General Paz y entonces nos acordamos de que este universo de segregados y controles migratorios es el mismo que produce bienes baratos para llegar a un consumo masivo a costa de una población que todavía debe pelear por sus derechos más básicos y que este sistema que disfrutamos tan cómodamente en Europa se sostiene por toda a esa gente sin derechos que está dispuesta a arriesgar su vida para progresar. Pero hay más: el relato nos muestra ua vez más la dificultad de ser madre en un sistema incompatible con los cuidados. ¿Cómo se transforma la familia nuclear cuando hay que salir fuera de casa? ¿Cómo configuramos la gestión familiar, que también es económica y política, cuando debemos sobrevivir y llevar el pan a nuestra casa? Y entonces, caigo en manos de Engels que a veces me ilumina y ya vemos como el origen de la familia y su transformación está estrechamente ligado al avance tecnológico de los medios de producción. ¿Qué pasa cuando dejamos de ser cazadores y recolectores y nos volvemos sedentarios y nos dedicamos a la agricultura? ¿Cómo permitimos que nuestra vida privada, que antes era un lujo de las clases pudientes se transformara en moneda de cambio y símbolo de estatus? Paulina vive en un mundo en el que ha perdido el principal de sus derechos: la intimidad. Y sabe que perder esa esfera es perderlo todo porque el control de la propia identidad, hoy más que nunca, es la pérdida de nuestro hogar.
Perder tu vida por un rato
Unos apartados atrás hablábamos de la metáfora del naufrago Robinson Crusoe para explicar el sistema capitalista, el intercambio y la competencia en los libros de microeconomía. Hay quien piensa que estas simplificaciones son necesarias en pos de hacer ciencia económica. Pero entonces, tengo que volver a otro clásico, los Manuscritos filosóficos y económicos de Marx que se encarga de desnaturalizar estos conceptos. Que lo diga él que lo dice mejor:
No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a uña lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento lo que debería deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas, Por ejemplo, entre división del trabajo e intercambio. Así es también como la teología explica el origen del mal por el pecado original dando por supuesto como hecho, como historia, aquello que debe explicar.
Nosotros partimos de un hecho económico, actual.
El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general.
Manuscritos filosóficos y económicos (1844)
Marx ya hablaba en esos primeros escritos de «trabajo alienado» y veía con claridad qué pasaba cuando el trabajador regalaba su fuerza de trabajo y se desvinculaba de la naturaleza. Y podemos ver este asunto llevado al extremo en el cuento “Mil euros por tu vida” de Elia Barceló[8]. En esta obra nos acercamos a esa idea perversa de intercambiar tu vida por un rato con alguien que la alquila por un tiempo. Evidentemente, en una sociedad de clases sociales, siempre habrá alguien necesitado de entregar parte de su vida por un dinero. Y este relato me ha parecido una metáfora hermosa y monstruosa sobre la explotación laboral, en especial, de aquellos que vienen de otros países y que por un puñado de horas de su tiempo diario, pierden mucho más de lo que ganan. Este intercambio desigual se traduce en muchas cosas: una familia lejos. Enfermedades no tratadas. Frustración. Falta de oportunidades. Menos estudio. Cosas irreversibles que no vuelven. Que se las lleva el viento y, aun así, miles de trabajadores están dispuestos a hacerlo por sus hijos o por su familia en general. Y me pareció que tenía una forma de hilvanar las palabras muy sincera, no solo por cómo están construidos los diálogos sino por la diversidad de asuntos que trata: no se trata solo de transhumanismo, se trata de una economía que pone por encima de todo el dinero y la juventud, incluso a costa de la familia con los consiguientes desafíos que se plantean en este escenario de “vida eterna”. Creo que la autora plantea la peor distopía económica posible. Los ricos compran juventud pero, sus hijos, los hijos de los protagonistas, lejos de alegrarse por saber que sus padres extienden su vida, al menos, cincuenta años más, empiezan a preocuparse por la herencia. ¿Cómo se gestiona la forma jurídica de una sociedad que no envejece? Los dilemas del transhumanismo ya se han abordado en muchas obras de ficción. No las nombraré porque ya hay excelentes páginas que se dedican a ello y lo van a hacer mejor que yo pero quise destacar este cuento porque retrata de forma breve un mundo que se nos antoja algo conocido. ¿Hasta qué punto podemos aprovecharnos de las necesidades de otros para nuestro propio bienestar?
Al final todo se reduce a un tema moral
No le pongo el tono acusador porque me incluyo plenamente en esos dilemas. Estamos todos manchados por este pecado original. Ya nacemos dentro. Sucios. Pecadores. Sabedores de que con nuestros actos estamos perjudicando a otro con menos recursos. Aunque no queramos. Aunque nos queramos convencer de lo contrario. No me quiero poner apocalíptica y por eso no soporto a los moralistas que señalan con el dedo. Me parece agotador señalar las miserias humanas de otros cuando todos las llevamos dentro y vivimos en contradicción constante. Aceptarlo es más sabio.
Ya ven que no podemos despojarnos de lo económico aunque quisiéramos. No podemos olvidar la economía en casi cualquier acto humano. Así nació el pequeño grupo de Economía y Literatura, como un acercamiento a lo material a través de la literatura o un repositorio de obras o todo eso a la vez. Vaya uno a hacer. Y es lo que hemos querido hacer aquí: acercarnos a obras de ficción que ilustran con maestría los conflictos de un sistema económico cada vez mucho más difícil para la mayoría de la gente.
Todos soñamos con algún tipo de utopía y tememos algunos escenarios distópicos que nos han mostrado cosas que tememos. Creo que esos mundos futuros, hermosos o monstruosos, más allá de su realización o no, nos guían, nos marcan un camino. Nos iluminan en los días malos. Nos impulsan a seguir. A buscar. A intentar comprender. A intentar cambiar lo que no nos gusta.
Y en el medio del camino, disfrutar.
Para leer más
- Tres libros bellos y la búsqueda del lenguaje extraño
- Lulu o la búsqueda de la mente más vasta
- Allí donde habitan las sombras
- Un paseo por mi Solenoide particular (2)
- Un paseo por mi Solenoide particular (1)
[1] Varian, H. (2001). Microeconomía intermedia: Un enfoque actual (5a.ed.–.). Barcelona: Antoni Bosch.
[2] Puedes leer sus propuestas de política económica en Thomas Piketty, Capital e ideología (2019). Deusto.
[3] Fuente: Teresa López-Pellisa, Ricard Ruiz Garzón (eds.). Insólitas. Narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España. Madrid: páginas de espuma, 2019
[4] Fuente: ob.cit.
[5] Puedes leer en la obra antes citada de Piketty, la atrapante narración de este economista sobre el ingreso de China a la economía mundial de la mano de las Guerras del opio contra Reino Unido.
[6] Kattelman, Beth. Critical Essay on «The Velt,» in Short Stories for Students, Vol. 20, Thomas Gale, 2005.
[7] Este cuento aparece también en la obra ya citada Insólitas editado por Páginas de espuma.
[8] El relato aparece como parte del libro Futuros peligrosos editado por Edelvives (2008). Todos los relatos contenidos en esta obra tocan temas relacionados con las nuevas tecnologías y el capitalismo pero «Mil euros por tu vida», me pareció el más impactante y significativo aunque sin duda, invito al lector a leer todo el libro porque retrata muy bien hacia donde estamos acercándonos.
(*) Para saber más sobre consumo conspicuo o consumo ostensible siempre recomiendo leer la obra de Veblen Teoría de la clase ociosa. Está editado en Alianza de bolsillo y es un libro que no envejece.
Muy acertado: «La distopía nos auxilia allí donde la predicción en economía no llega. Porque yo soy de los que creen que no se puede hacer predicción en economía. Pero sí podemos imaginar mundos posibles. «
¡Gracias!